Enseñar «Caperucita roja» en las escuelas

1 de diciembre de 2019

La nueva corriente de candidez buenista (más cabría tildarla de calambrazo, jugando con el campo semántico) está arramblando con costumbres inveteradas sin detenerse a revisar los motivos por los que han pervivido hasta nuestros días.

Una de estas modernas avalanchas es la del feminismo visceral, que como toda religión cursa ganando prosélitos, actualmente derivando a secta (pregunta a las jóvenes universitarias lo que les cuesta abandonar el grupo cuando se dan cuenta de que reciben órdenes que deben acatar aunque perjudiquen su plan de estudios). Una de las cruzadas de este neocredo es eliminar cuentos populares de las bibliotecas infantiles.

Las desnortadas y confundidos adláteres han tildado de machista el saber ancestral acumulado en los cuentos populares. Y se les ha ocurrido que la solución es prohibir su lectura. Y para que nadie desobedezca el mandamiento, los libros son retirados de las bibliotecas infantiles. Y supongo que quemados, pues es la manera de evitar que futuras generaciones caigan en el pecado de lesa mujertad que es leer Caperucita roja.

Es éste un cuento medieval originario del norte de los Alpes y de la montañosa región del Tirol, y prosperó en un tiempo donde las ciudades europeas estaban rodeadas de bosques frondosos. Como todos los cuentos populares, encierra una gran lección entre sus líneas. Avanzaré que el color de la caperuza hace referencia a la llegada de la menstruación, por lo que el cuento nos habla de una joven púber y no de una niña en el sentido estricto de la palabra (recuerda que ni color ni caperuza influyen en la fábula).

El cuento advierte a las jovencitas del peligro de adentrarse en zonas boscosas (hoy barrios desolados), y se personifica o antropomorfiza al lobo —prosopopeya— para representar en él a los criminales que hacían del bosque su guarida: salteadores, violadores, asesinos… Si una joven se internaba en el bosque y caía en manos de los facinerosos, era muy probable que después de violarla la mataran, haciendo desaparecer el cadáver en lo profundo del bosque. Una lectura (para mí) más correcta es que se animaliza a los indeseables, en lugar de antropomorfizar al lobo.

Nuestras muy ignorantas feministas radicales condenan el cuento de Caperucita roja por sexista. Les molesta que el cazador que la salva sea un hombre; poco les importa que en el cuento original este personaje no exista: Caperucita y su abuela mueren entre las fauces del depredador a causa de la candidez de la joven. Quien ideó el cuento buscaba infundir temor, y la resurrección no tiene cabida. Los finales felices son propios del astuto Walt Disney (que nunca filmó este cuento).

En lugar de prohibir la lectura de Caperucita roja tenemos la obligación de enseñarlo en todos los colegios y dedicar al menos un día al mes a recordarlo para que nuestras muchachas no pequen de candidez.

* Hace cuatro meses, una joven de 18 años se citó con un desconocido a través de una red social en un desangelado parque a medianoche. La violaron entre varios indeseables.
* En estos días, otra mujer de 25 años lleva desaparecida tres semanas después de ir a casa de un desconocido que la invitó a través de una web de citas.

Edito: el principal sospechoso se ha entregado y ha confesado que descuartizó a la joven.

Querida muchacha: hoy el lobo usa Internet, ha creado varios perfiles falsos en redes sociales y en webs, la foto que sube como avatar a la mensajería instantánea no es la suya o está manipulada, se expresa de forma informal, amistosa, melosa… Sigue siendo un lobo, y se vale de las nuevas tecnologías para sus fechorías. Y da los mismos pasos que dio el lobo del cuento de Caperucita roja. Observa su modus operandi:

  1. primero se aproximó a ella iniciando una conversación informal;
  2. después le sonsacó información;
  3. luego usurpó una identidad (la de la abuela), ganándose la confianza de la joven;
  4. y por fin, en un entorno seguro para él, la violó y después la estranguló; o si prefieres la versión alegórica, se la comió…


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Sí, es cierto, no todos tus contactos son lobos depredadores. Pero tienes la obligación de protegerte a ti misma. Quizá no debería ser así, pero es lo que hay… y nunca ha sido de otra manera. De nada te sirve que lo atrapen después de que te haya dañado para siempre. Escucha a tus padres y no prestes oídos a las soflamas de hombrunas irresponsables: QUE SE EXPONGAN ELLAS. Son haters sociales, que se satisfacen llamando la atención. Observa cómo se explican, rayando los modos violentos que dicen combatir.

A los progenitores y tutores: si queréis contar el cuento de Caperucita roja a vuestras niñas y adolescentes, aquí tenéis la versión de Charles Perrault, que fue el primero en transcribir, en 1697, este viejo cuento que le llegó por tradición oral, y no estaría de más que en segundas lecturas lo actualizarais hablando del Facebook y del Whatsapp (concluyo tras el cuento):

Caperucita roja
—versión recogida por Charles Perrault—
(en traducción de Joëlle Eyheramonno y Emilio Pascual)

(602 palabras ≈ 2,5 minutos)

Érase una vez una niña de pueblo, la más bonita que se pudo ver jamás; su madre estaba loca con ella, y su abuela más loca todavía. La buena mujer encargó una caperucita roja para ella, que le sentaba tan bien, que por todas partes la llamaban Caperucita roja.

Un día su madre, habiendo cocido y hecho tortas, le dijo:
—Ve a ver cómo anda la abuela, pues me han dicho que estaba mala; llévale una torta y este tarrito de mantequilla.

Caperucita roja salió en seguida para ir a casa de su abuela, que vivía en otro pueblo. Al pasar por un bosque, se encontró con el compadre lobo, que tuvo muchas ganas de comérsela, pero no se atrevió, porque andaban por el monte algunos leñadores. Le preguntó adónde iba; la pobre niña, que no sabía que es peligroso pararse a escuchar a un lobo, le dijo:
—Voy a ver a mi abuela, y a llevarle una torta con un tarrito de mantequilla que le envía mi madre.
—¿Vive muy lejos? —le dijo el lobo.
—¡Oh sí! —dijo Caperucita roja—. ¿Ve aquel molino lejos, lejos? Pues, nada más pasarlo, en la primera casa del pueblo.
—Pues mira —dijo el lobo—, yo también quiero ir a verla; yo voy a ir por este camino y tú por aquel, a ver quién llega antes.

El lobo echó a correr con todas sus fuerzas por el camino más corto, y la niña se fue por el camino más largo, entreteniéndose en coger avellanas, correr tras las mariposas y hacer ramilletes con las florecillas que encontraba.

No tardó mucho el lobo en llegar a la casa de la abuela; llamó: «Toc, toc».
—¿Quién es?
—Soy su nieta, Caperucita roja —dijo el lobo, desfigurando la voz—, y le traigo una torta y un tarrito de mantequilla que le envía mi madre.
La buena de la abuela, que estaba en la cama porque se encontraba un poco mal, le gritó:
—Tira de la aldabilla y caerá la tarabilla.

El lobo tiró de la aldabilla y se abrió la puerta. Se arrojó sobre la buena mujer y la devoró en un santiamén, pues hacía más de tres días que no había comido.

Después cerró la puerta y fue a acostarse en la cama de la abuela, aguardando a Caperucita roja, que llegó un poco más tarde y llamó a la puerta: «Toc, toc».
—¿Quién es?

Caperucita roja, al oír el vozarrón del lobo, tuvo miedo al principio, pero, creyendo que su abuela estaba acatarrada, contestó:
—Soy su nieta, Caperucita roja, y le traigo una torta y un tarrito de mantequilla que le envía mi madre.
El lobo le gritó, suavizando un poco la voz:
—Tira de la aldabilla y caerá la tarabilla.

Caperucita roja tiró de la aldabilla y se abrió la puerta. El lobo, al verla entrar, le dijo mientras se ocultaba en la cama bajo la manta:
—Deja la torta y el tarrito de mantequilla encima del arca y ven a acostarte conmigo.

Caperucita roja se desnudó y fue a meterse en la cama, donde se quedó muy sorprendida al ver cómo era su abuela en camisón. Le dijo:
—¡Abuelita, qué brazos más grandes tiene!
—Son para abrazarte mejor, hija mía.
—¡Abuelita, qué piernas más grandes tiene.
—Son para correr mejor, niña mía.
—¡Abuelita, qué orejas más grandes tiene!
—Son para oír mejor, niña mía.
—¡Abuelita, qué ojos más grandes tiene!
—Son para ver mejor, niña mía.
—¡Abuelita, qué dientes más grandes tiene!
—¡Son para comerte!

Y diciendo estas palabras, el malvado del lobo se arrojó sobre Caperucita roja y se la comió.

 
Dejando aparte la sicalipsis que abiertamente muestra el lobo en esta primera versión escrita –«(…) y ven a acostarte conmigo.»–, me parece muy instructivo este otro párrafo: «Caperucita roja, al oír el vozarrón del lobo, tuvo miedo al principio, pero, creyendo que su abuela estaba acatarrada, contestó: (…)». El cuento, a pesar de su antigüedad, refleja muy bien cómo la muchacha es víctima del hoy estudiado sesgo de confirmación.

En ese momento debió sospechar, pero reinterpretó la información disonante que le llegaba basándose en lo que ella conocía. Si te tomas la molestia de ojear el enlace propuesto verás que es un yerro en el que caemos una y otra vez. En la situación actual, una muchacha reinterpretará una información que debería chirriarle sobre la base de lo que le han dicho y de lo que cree saber de la otra persona. Quizá sea efecto de la candidez.

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