Una vez, hace muchos muchos años…, era yo jovenzuelo imprudente, todo arrojo y gallardía, un carpintero bastante mayor que yo me dijo en franco tono de admonición (no era Jesús, pero era Ángel):
Tú puedes decir que tu pan es bueno; incluso puedes decir que tu pan es el mejor. Lo que no puedes decir es que el pan de los demás es malo.
Frase lapidaria que no necesita explicación. Pero encuentro entre las gentes que escriben (y les presuponemos capacidad intelectiva) la mala praxis de criticar a escritores que les precedieron.
Es un vicio muy extendido (de ahí la admonición del carpintero). Pero no es lo mismo criticar en petit comité que hacerlo en un medio de comunicación de masas. Una cosa es hacerlo entre chavales de barrio y otra que lo hagan personas que escriben y que pretenden parecer respetables.
Son vilipendios inadmisibles con los que pretenden eliminar a quien entienden como rival directo y obstáculo para su lucimiento profesional.
Tiran contra compañeros de arte consagrados y fallecidos (hablar mal de quien no puede replicar implica un desdoro personal). Aunque sólo tienen bala de fogueo, que únicamente produce estampido y llamarada. Sus dardos no hacen diana, pero ellos, en lugar de avergonzarse, quedan muy sastisfechos.
Dejaré unos ejemplos aparecidos estos últimos días en la prensa nacional, y me mantendré atento para continuar afeando esta costumbre. Conste que ninguno expresa opinión personal, algo como a mí no me gusta como escribía fulano de tal, lo que hasta sería respetable, sino que pontifican en su catilinaria.
A James Ellroy, escritor de novela negra, le estorba Charles Bukowsky:
Bukowski como persona era un depravado y como escritor, malo, malo, malo [en español].
Ambos patearon la ciudad de Los Ángeles y ambos utilizan un lenguaje duro, seco, soez o vulgar en sus obras.
A Fernando Vallejo le estorba el Nobel Gabriel García Márquez:
Nadie. Y García Márquez era un mal escritor. Su libro más famoso empieza diciendo que en Macondo el mundo era tan reciente que había que nombrar las cosas señalándolas con el dedo. ¡Y lo está diciendo en una de las pocas lenguas de civilización de las que hablaba Toynbee! Justo en la del ‘Quijote’. Y el libro empieza con esto: «Muchos años después el coronel Aureliano Buendía…». Si era coronel, entonces en el país de Macondo había una jerarquía militar, y para que esta apareciera en la historia de la humnidad se necesitaron milenios. Y si el coronel tenía nombre y apellido, entonces no había que señalarlo con el dedo. Gabito era un pendejo, entendida esta palabra con la carga semántica que tiene en México.
Ambos colombianos, parece que a Vallejo le molesta vivir bajo la losa que le impone el legado de García Márquez.
Hoy leo un reportaje sobre el centenario de Francisco García Pavón, y parece que el también finado Manuel Vázquez Montalbán quiso quitarse de encima la sombra del maestro de Tomelloso:
A Sonia García Soubriet, escritora como su padre, todavía le duele que Vázquez Montalbán viera a García Pavón como un autor menor, “que dijera que no era autor de literatura negra sino de costumbrismo manchego”.
Lorenzo Silva nos da la pista: en juego estaba la prioridad de Plinio ante Carvalho como personaje castizo, protagonista de una serie de novelas negras:
Silva ha sido un acérrimo defensor de García Pavón, a quien considera “el primero que tuvo el coraje de sacudirse los complejos” de convertir a un policía español en héroe.
Quizá arremetan pensando «gana él, pierdo yo», y olvidan la categoría que otorga reconocer que uno viaja «a hombros de gigantes».
El vicio no es nuevo, y a finales del siglo XVIII ya era vituperado por Iriarte en sus fabulas XXI y XXII.
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