¿Desnudarse escribiendo con las tripas?

8 de septiembre de 2018

En sus cursos de creación literaria, uno de los gurúes de este pasatiempo que es escribir (pasatiempo que algunos agraciados consiguen monetizar suculentamente) repite sin desmayo que hay que abrirse en canal para escribir, volcar sobre la pantalla o página en blanco todo lo que uno tiene dentro, vaciarse, desnudarse ante el lector y, en fin, mil metáforas más para venir a decir que lo conveniente es contar las propias interioridades de cada uno para triunfar en este arte de la escritura.

No seré yo quien lleve la contraria a Tom Spanbauer que, así como otros han conseguido rentabilizar el vicio de escribir, él ha conseguido vivir del vicio de los demás. Y a fe que le va bien, porque algunos de sus alumnos han triunfado en el mundejo editorial (lo que nunca es sinónimo de calidad, dicho sea de paso) y —lo que es más sustancioso— han triunfado en el inframundo literario del cine, convertido desde hace décadas en supramundo de los negocios y el glamur. Entre sus más notables alumnos se encuentra el señor Palahniuk, autor de la novela El club de la lucha, célebre por su versión cinematográfica homónima.

Este exhibicionismo literario nunca me ha satisfecho. A mi modo de ver es tan verduleo como el de esos programas de televisión donde las privacidades propias y ajenas se cuentan a voces. Exhibir las miserias íntimas a mí me parece una ordinariez. Mi vida es mía y a nadie se la quiero contar. Soy celoso de mi intimidad.

Dejando mis tabúes y complejos a un lado, que reconozco que los tengo (y doy por sentado que los tiene todo humano), siempre me ha parecido que el método de expresión que el señor Spanbauer preconiza ha de tener, necesariamente, un corto recorrido, abocando a una producción literaria escasa. El propio Spanbauer puede ser un claro ejemplo, con cinco obras publicadas (quizá dedique su tiempo a planificar sus clases).

He encontrado en otros escritores ciertas reservas a compartir mi punto de vista. Como afamado gurú, Spanbauer concita el aplauso de quienes deciden dar por bueno cuanto el gurú afirma.

Atención, que no digo que no sea sano escribir sobre los horrores que nos limitan a cada uno… Critico la inoportunidad de darlo a la imprenta. Los textos serán todo lo viscerales que uno quiera, pero toda vez que uno se vacía se acabó el filón.

Despues de disfrutar con los cuentos del Ciclo de Centro Habana, del cubano Pedro Juan Gutiérrez, me decidí, a regañadientes, porque soy lector de cuento y no de novela, a hincarle el diente (mis disculpas por la dentífrica redundancia) a sus novelas del mismo ciclo.

Y hete aquí que leyendo Animal tropical me topo en el capítulo 9 de la primera parte con este párrafo de mi idolatrado Pedro Juan (no soy mitómano, y en consecuencia no idolatro a ningún autor; me refiero a Pedro Juan, el personaje creado por Pedro Juan Gutiérrez):

Por ahora no me interesa escribir una novela que comienza de ese modo y que me sé de memoria. De punta a cabo. Sólo tengo que sentarme a escribir. Escribir con las tripas y con las entrañas. Tirando todo sobre el papel. Manchando el papel de sangre y de saliva y de mierda y orina y mocos y lágrimas. Cuando el editor recibe esos manuscritos tan puercos, generalmente no comprende por qué uno es tan cochino y descuidado. Lo que sucede es que una novela como La vida frugal no se escribe con el cerebro ni con las manos. Hay que estar dispuesto para desollarse. Te desuellas, te despellejas, quedas en carne viva, y entonces te lanzas por el despeñadero de la novela hasta el fondo del precipicio. Golpeándote, descuerándote y quebrando tus huesos contra las rocas. Es el único modo. El que no se atreva a hacerlo así es mejor que deje el papel y los lápices sobre la mesa y se dedique a vender tomates o al negocio inmobiliario.

¡¡Ahí va…!!

A Spanbauer no lo sigo porque no me convence, pero Pedro Juan Gutiérrez, por boca de su carismático personaje, parece que piensa lo mismo… Hasta que llego al capítulo 7 de la segunda parte. Reproduzco un fragmento de un diálogo entre el protagonista y Agneta. Comienza interviniendo el personaje femenino:

—Tú eres un intelectual.
—¡¿Yo?! No lo creo.
—Escribes libros, pintas, eres periodista.
—Fui periodista. En tiempos prehistóricos. Ahora escribo y pinto en mis ratos libres. Es un hobby.
—No lo creo.
—Pues créelo porque es así.
—No te creo. It’s a joke.
—No es un chiste, Agneta. Dudo mucho que pueda escribir uno o dos libros más. Si no tengo nada más que decir, me quedo en silencio.

Visión que remata en el capítulo siguiente:

—Seguro. Escribo un libro más y se acabó. No creo que tenga mucho más que contar. Y no quiero aburrir a la gente sólo para ganar unos dolarcitos y que después digan: «Este tipo es un imbécil y escribe estupideces». No. Tengo en la cabeza un libro más y se acabó. A vender tomates hasta el final. (…)

Pedro Juan viene a decir lo que yo propugnaba. Si hablas de ti mismo, y sólo de ti mismo, tu producción se agotará pronto. Conste que la producción de Pedro Juan Gutiérrez es mucho más extensa que la de Tom Spanbauer. E ignoro si Pedro Juan Gutiérrez suscribe estas palabras de su personaje, y si les da la interpretación que yo quiero darle. Sé que estoy arrimando el ascua a mi sardina, ¿pero qué, si no, son los artículos de opinión?

Cuando digo que la producción será escasa no estoy pensando en la limitación que supone a la hora de monetizar el trabajo de escritor, sino en que se agota el manantial para continuar escribiendo como afición, pasatiempo, terapia, evasión, conjura, hábito o como quieras verlo o/y llamarlo.

Pedro Juan apuntilla en una escena del capítulo 14 de la segunda parte de Animal tropical, el objetivo que debe alumbrar a quien escribe.

El timbre del teléfono me interrumpe. Es un periodista brasileño. Me llama de la revista Bravo, de Sao Paulo. Uno de mis libros saldrá allá en otoño. Me entrevista por teléfono. Más de media hora, y yo contestando. En algún momento me pregunta:
—Yo veo su novela como un libro sincero pero sin ninguna amabilidad o concesión política. ¿Cómo fue recibido?

Y mi respuesta:
—No tengo motivos para ser amable ni para hacer concesiones. El escritor en el fondo es un tipo amargado, confundido, sin explicaciones para nada, que le da igual si lo comprenden o no. Si cae bien o mal. Si es simpático o antipático. Si tiene dinero o es un muertodehambre. Si eres escritor tienes que saber que ésas son las reglas del juego. De lo contrario eres un payaso. Y siempre vas a tener a alguien cerca que intentará convertirte en un payaso.

La receta parece ser, pues, escribir para nosotros mismos… y volcarse en lo que uno escribe. Otra cosa es dar a las prensas nuestros propios miedos, incertidumbres, traumas, complejos… No me gustaría quedarme sin mi terapia catártica. Escribo sobre el mundo que me rodea, y acertada o desacertadamente muestro lo que no me gusta de él. Pero como empiezo a ver limitado el recorrido, llevo meses buscando otra(s) fuente(s) o/y otra forma de escribir. Porque no quiero quedarme sin mi pasatiempo, terapia, evasión o conjura de la realidad.

§

Dejo otras reflexiones de Pedro Juan, el narrador protagonista del Ciclo de Centro Habana, en Animal tropical sobre el hecho de escribir.

Segunda parte, capítulo 16

Un escritor puede conjeturar algo, pero lo más convincente es lo real. Si te lo inventas todo no da gusto.

 

Segunda parte, capítulo 23

Es así. La vida es mucho más compleja que la literatura. Pero también menos intensa. La literatura tiene que avanzar a exceso de velocidad para mantener la tensión. De lo contrario sería un viaje somnoliento y aburrido. Uno selecciona fragmentos, escribe y trata de no aburrir. En fin, la única guía que tengo es la intuición. Un poco de intuición. Y eso es muy poco.

 

Tercera parte, capítulo 5

Eso es lo bueno de la realidad: se permite lujos que están vedados a los escritores. La realidad no está obligada a ser convincente.

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