Caballero Bonald ha dicho recientemente:
La literatura que se limita a contar historias no pasa de ser una crónica periodística, pierde su condición de literatura. La literatura es el arte de crear una nueva realidad, de interpretar estéticamente el mundo, no de copiarlo.
A falta de matices, esta declaración ha vuelto a lanzar por noningentésima nonagésima nona vez el viejo debate: ¿debe considerarse sólo literatura lo escrito con acúmulo de raros sustantivos a los que se anejan bellos adjetivos, y verbos insólitos con adverbios rebuscados?
Los que no tenemos el hablar liso y llano por demérito sonreímos ante afirmaciones de este tipo (de esta clase quiero decir, no de Caballero Bonald, al que nunca cometería la bajeza de motejar como tipo… vaya desde estas misérrimas líneas mi reconocimiento para el maestro).
Arriba un mar de autores a las costas literarias que bien por incapacidad (que reconozco que es mi caso), por hastío o por pigricia (que creo que también es mi caso), o por considerar que los mensajes elaborados a base de lindas palabras, si bien activan la mente y ejercitan el pensamiento lateral a la par que avivan la imaginación, no impactan en el ánimo del lector con la vehemencia con que lo hacen los mensajes fabricados a base de ladrillos cocidos con crudas palabras (y diría que también es mi caso)…, venía deciendo que por todo ello algunos autores han decidido escribir sin florituras.
Literatura, por supuesto, es lo que Caballero Bonald dice que es; pero también es dejar constancia de los tiempos que le han tocado vivir al autor, ya sea diciendo lo que pasa, lo que ha pasado, lo que va a pasar, lo que podría pasar o incluso lo que no ha pasado y lo que jamás llegará a pasar.
Después de varias relecturas, y a falta de matizaciones por parte del declarante, diría que en esa afirmación Caballero Bonald arrima el ascua a la sardina que le interesa soasar. Y es que además de maestro, Caballero Bonald también es humano.
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