Me habían llamado de una histórica ciudad castellana para impartir un curso. Me pagaban el viaje y la estancia, en un lujoso hotel de cuatro estrellas. Pero tras impartir el curso, en horas lectivas, porque era dirigido al profesorado, me encontraba solitario en la ciudad. Vagué sin rumbo por las tardes, pues el curso se extendía durante tres días. Visité tiendas que me eran de interés por mor de mis otras aficiones, charlé con vecinos de aquella fría urbe, comí en restaurantes modestos, buscando la charla con los lugareños… Nada calmaba mi desamparo aquellos días de noviembre de 2016, acostumbrado como soy a vivir solo y hablar conmigo mismo y la brisa ribereña del anochecer.
Volvía al hotel cansado de caminar y con la sensación de haber perdido la tarde. Mi importaba una higa la actividad que la ciudad desenvolvía diariamente, que si los cursos de natación en la piscina o las clases de taekwondo en uno de los polideportivos municipales. De vuelta al hotel, las aleccionadas recepcionistas no pasaban de ser corteses. Perdido en mi habitación sin saber qué hacer, me puse a rebuscar en los cajones de una cómoda. Había un listín telefónico de la ciudad. De tan pequeña, el mismo listín albergaba las páginas blancas y las páginas amarillas. También había una guía turística con algunos parajes de interés. Pero yo ya la había visitado cuando era más joven, y ver piedras formando murallas o catedrales no iba con mi ánimo desasosegado de esa semana.
Me puse a buscar apellidos raros en el listín telefónico. Me aburría.
Mirando en el cajón vacío, me fijé que había un póster boca abajo que blanqueaba su fondo. Lo levanté y casi ni me fijé que era un cartel de la Semana Santa de hacía tres años. Allí debajo había unas hojas desperdigadas. Unos folios pautados, como de un bloc de cartas de escribir, que estaban sin numerar; cada uno contenía un cuento. Los fui leyendo y vi que se trataba de diferentes variaciones sobre un mismo tema. Eran hilarantes. Me las llevé sin decir nada a las corteses recepcionistas. Al menos, me salvaron esa tarde poniéndome a pensar en qué habría dicho yo… La siguiente tarde apuntaba también al aburrimiento superlativo; felizmente me pagaron después de comer y regresé conduciendo mi vehículo particular con jazz como telón de fondo para mis pensamientos.
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La naranja telefónica
*(cuento – 7.209 palabras ≈ 30 minutos)
(1)
No son días buenos los que vivo. No es que sean aciagos, pero una carga pesa sobre mis hombros, sobre mi espalda. Espero con ansia una llamada de teléfono que no acaba de llegar. Y tengo la sensación de que nunca va a llegar. Llevo dos días viviendo con el móvil en las manos para no perdérmela. Es una llamada muy importante para mí. Desconozco el número desde el que la harán, pero será desde un teléfono móvil. Mucho depende de esa llamada. De que la hagan. Sólo tienen que llamar. Si no la hacen… Bueno, lo triste es que irán pasando los días, y a medida que transcurran la posibilidad de recibir esa llamada se irá agotando. Y yo me iré apagando, consumiendo…
Pero aún estoy a tiempo de que se produzca. ¡¡Vamos!! Suena ya, maldita sea… La impaciencia me corroe las entrañas. Tengo que evadir mi mente, pensar en otras cosas. Pero a veces mi mente se queda atascada, fija en ese punto, en ese momento en que se ha de producir la llamada. Y ensayo mentalmente mi tono de voz, que ha de ser neutro, como si nada me importara, pero a la vez como si tuviera interés.
La llamada no se ha producido en los últimos minutos y nada me indica que vaya a producirse en los siguientes segundos… Uno… Dos… Tres… Cuatro… Quiero que me llamen ya. Sé que pueden llamarme por la mañana o por la tarde. Pero es seguro que por la noche no harán esa llamada. Así que ayer, a partir de las diez de la noche, mi mente se ha relajado… dando paso a otra agonía. La agonía de la espera hasta las ocho de la mañana. No he dormido apenas pensando en que para cuando dieran las ocho yo ya debería estar despierto a fin de que mi voz no sonara legañosa, no sonara como la de una persona abatida que duerme la mañana. Así que a cada poco he estado consultando mi teléfono… Que no estuviera apagado, que no estuviera en silencio, que hubiera cobertura, que tuviera batería.
Al final mi mente me convence de que a lo mejor hay más cobertura en la sala que en el dormitorio, y me he ido a dormir al sofá, pendiente del teléfono, pendiente de no dormirme por si sonaba a primera hora. A las cinco estaba tan cansando que me he dormido, pero a las cinco y media me he despertado con un sobresalto, como si hubiera oído un teléfono en sueños y no lo podía descolgar porque no lo oía. Absurdo, lo sé. Pero hasta he podido percibir eso que llaman la vibración fantasma del móvil.
Por la mañana me aseo con el teléfono al lado. Sólo me faltaba que se me cayera en el agua del lavabo, en la del bidé o en el retrete y se estropeara el aparato. Sería fatal. Así que no me he duchado. Por si no lo oía, y por si sonaba y al precipitarme a cogerlo se me cayera al interior de la bañera.
Tengo que reconocer que a medida que pasan los minutos (porque las horas no pasan) me estoy tensando, poniéndome nervioso. Y no quiero que al descolgar –porque me van a llamar, eso sí, tienen que llamarme, quiero que me llamen– se me note ansioso. Quiero parecer neutral, casi despreocupado, aunque ciertamente interesado.
Nada encuentro que me entretenga. Veo pasar las imágenes por la televisión sin reparar en ellas y sin oír lo que dice el locutor. Ni lo oigo ni lo escucho. Además, ¿cuál es la diferencia? Oír… Escuchar… No, por dios, los magacines de la mañana hieden y me dañan… Y no quiero probar, y comprobar que realmente tengan efecto balsámico sobre mi mente. Sería un horror que quedara enganchado a ellos sólo por evitar este nerviosismo y esta ansiedad. Cojo la tablet y me pongo a leer. Nada, que no me concentro. No me entero de lo que leo. Sí sé que he leído el mismo párrafo siete veces seguidas. Mi comprensión lectora está bajo mínimos. No me entero ni de qué va el cuento que quiero leer.
Así que me levanto y deambulo por la casa. Podría salir… dar una vuelta. Pero, ¿y si me roban el móvil? Los mataría… si pudiera hacerlo, pero seguro que a punta de navaja o de pistola me rilo y no hago nada. No soy el bueno de una película barata. Aunque claro, cuando vea que se llevan mi punto de contacto con esa llamada lo mismo me hago matar. Mejor me quedo en casa. ¿Y qué hago? ¿Qué puedo hacer?
Me abstraigo… Sí, he de abstraerme. Pensar en mis cosas, eso sí, sin ensimismarme, porque pudiera tener un viaje astral estando despierto y no oír el teléfono. U oírlo y no poder cogerlo. Un viaje astral… ¡Qué cosas! Espera, ¿a ver si tiene batería? Sí, la tiene. Y cobertura. También. Y no está en silencio. Y además, tiene la vibración activada. Espera, déjame comprobar… Vale, está todo correcto.
Voy a meditar y necesito un rincón de la casa que dé asilo a mi mente. Así que me voy al baño… Ahí nunca nadie osa molestarte, y aunque estoy solo, el baño siempre ha sido para mí una especie de refugio. El refugio del solitario. Donde a nadie se le ocurre molestarte, aunque puedes recibir una llamada…
Me siento en el retrete, porque ahora que lo pienso, este nerviosismo ha alterado mis naturales costumbres. Y no recuerdo tampoco haber desayunado hoy. ¡Leche!, sí que tengo memoria de haber calentado agua y haber puesto a infusionar un té. Pues ya estará frío. Lo recalentaré luego. Ahora necesito abstraerme… Y pienso en mí, en mi vida, en mi situación… no, no quiero pensar en esa llamada. Y me noto más relajado. Todo puede ser relativizado en esta vida. Hay más gente en el planeta. Nos necesitamos unos a otros… Sí, quiero conectarme con el universo, y ahora tomo conciencia de que hace tiempo que no me relajo. Antes sabía hacerlo, y lo hacía a menudo y con naturalidad. Ahora he perdido la costumbre, pero noto que estoy entrando a nivel de una buena relajación. El mundo sigue girando en el exterior. Soy yo y mis circunstancias. Pienso, luego existo. Realmente importo yo. Y estando yo feliz puedo hacer feliz a quienes me rodean. Primero yo, luego yo, y siempre yo…
Suena el teléfono… Tres tripletas de dígitos. Como quien cumple con una rutina lo cojo y le doy al botón para descolgar…
Oigo una voz alegre, jovialmente despreocupada, con gracejo sudamericano:
~Hola, buenos días. Mi nombre es Ernesto. ¿Cómo está, caballero?
~Estoy sentao… cagando. Déjame en paz, Ernesto.
Y le cuelgo.
(2)
Abro los ojos. No he descansado. Dormido sí, pero me despierto cansado. Debe ser cuestión de la edad. Y de las mil y una noches que llevo trabajadas. Puto trabajo nocturno. La habitación está a oscuras. Cojo el móvil con torpeza. Sólo quiero mirar la hora. Fuera debe hacer sol, porque recuerdo que ésa era la previsión cuando llegué a casa: un día soleado. Aún podría dormir un sueño más. Pero algo me dice que no va a poder ser. En cuanto me despierto ya no cojo el sueño.
Me quedo arrobado, como tonto, en una duermevela. Mi mente se serena. Oigo un zumbidito en mis oídos. Son ecos de los ruidos del trabajo. Ya pasará. Puedo dormir con ello dentro de mi cabeza. Respiro hondo. El oxígeno llena mis pulmones. Empiezo a llenarlos por la parte baja y luego sigo inspirando y el aire los va llenando progresivamente hasta las clavículas. Me vuelve el sueño. Y me envuelve… Me giro y tiro de la manta… para que me tape la espalda y hasta el cuello. Estoy acurrucadito. Joder, como si fuera un crío, y tengo ya cincuenta inviernos encima. Estoy haciéndome viejo. Y me duermo…
Pues no, no va a poder ser. Pero tampoco quiero levantarme. Estoy somnoliento. Me doy la vuelta y vuelvo a acomodarme y vuelvo a tirar de la manta. Me estiro en la cama… Siento cómo los músculos de mis piernas se tensan en la extensión. Me entra un sopor…
(…)
No, no me duermo… pero estoy a gusto. Respiro lentamente. En casa no hay nadie. No oigo ruidos tampoco. Alguno tiene que haber, pero no los oigo. Quizá sea que me estoy durmiendo. Mi mente me trae imágenes. Mi cerebro las genera. Son imágenes raras, muy raras. Mientras fluyen esas imágenes dentro de mi mente estoy consciente, o eso creo, de dónde estoy. Es como soñar despierto. Pero sería incapaz de decir cuánto tiempo transcurre en el mundo real. En mi mente todo ocurre en el mismo momento. Las imágenes parecen imágenes animadas, pero no tienen lugar en el tiempo. Quiero decir, que las cosas se toman un tiempo en ocurrir, aunque sea en generarse de la nada. Son imágenes a color, aunque no sabría decir qué colores tienen. Son como colores apagados. Pero estas imágenes se solapan unas a otras, no transcurren…
Respiro con profundidad. No me duermo, pero esta duermevela en la que caigo es confortante y restablecedora. Como si me descansara. Ya no noto mi cuerpo tan cansado. Es como si me hundiera en la cama, y con ello me sumiera en un letargo maravilloso.
Ne…ce…si…to…
Des…can…sar…
Y me duermo, y me mezo entre mis sábanas, dentro de mis mantas. Qué bien me encuentro, a gusto conmigo mismo. No, no estoy dormido, estoy dormitando, y tengo la ilusión de que puedo dirigir las imágenes que mi cerebro genera, aunque son tan extrañas que yo solo nunca podría imaginarlas si me pusiera a generar imágenes. Las mías tendrían más conexión con la realidad, serían más conscientes y consecuentes. Y me doy cuenta de que según las imagino no las puedo volver a visualizar, como si mi mente las borrara para siempre, o como si las generara para no poder recordarlas. Quizá no se generen y sólo sean consecuencia del vacío y mi cerebro perciba un eco de otras imágenes ya desgastadas. Es como si no pudieran almacenarse, y con la imagen que visualizo ahora ya no recuerdo la anterior y en un instante infinitesimal visualizaré otra imagen y olvidaré esta que… ya no recuerdo cuál era. Pero sí soy consciente de dónde estoy, en el séptimo cielo; y si sé dónde estoy es que no estoy dormido, aunque sí descansando… Al menos mi cerebro descansa, porque necesita restablecerse… apagarse y volverse a encender… reiniciarse, resetearse, reformatearse… Y respiro rítmicamente, acompasadamente… tranquilo, sin agobios, sin estrés… Sin el estrés de tener que dormirme para descansar.
Ahora suena el teléfono… Maldita sea… ¿Quién cojones será? Y timbre del teléfono martillea mi cabeza… Y he comprobado que mi mente ha generado en una fracción de instante una ilusión que ha durado casi una eternidad para justificar ese primer timbrazo hostil. Recuerdo haber leído algo sobre eso, sobre sueños que armoniosamente coinciden con un estímulo externo y que percibimos como si hubieran tenido una larga duración, casi que toda la noche, para acabar coincidiendo con el estímulo externo que rompe el sueño. Y la explicación es esa… Pero he de coger el teléfono, que puede ser importante.
Oigo una voz alegre, jovialmente despreocupada, con gracejo sudamericano:
~Hola, buenos días. Mi nombre es Ernesto. ¿Cómo está, caballero?
~Ernesto, Ernesto —le apremio con avidez—, atiéndeme bien por favor, que esto es importante. Yo no te he cogido el teléfono. Es mi mente, o mejor mi espíritu quien, no sé cómo, se ha introducido en el ciberespacio y está hablando contigo a través de ondas intangibles. Te agradezco la llamada porque esto es urgente. Creo que me acabo de morir, porque estoy viendo mi cuerpo tendido en la cama desde el techo de la habitación. Estoy acojonao. Hazme el favor de llamar inmediatamente a urgencias y decirles que acudan a mi casa, que tienen permiso para destrozar la puerta de entrada, a ver si aún pueden devolverme a la vida. Hazlo, hazlo ya, por favor.
Y le cuelgo, no te jode…
(3)
Coño qué día llevo. El agobio en el curro, la espera en el centro de salud para mirarme el orzuelo que lleva tres días martirizándome, el estrés en la M 40, las prisas en el hipermercado, el cabreo para encontrar aparcamiento cerca de casa… Aún me queda la enervante reunión de vecinos de las nueve, y ahora para colmo el viejo que se me muere…
Joder, joder, joder, qué será… Parece un infarto, quizá sea un ictus. No sé, qué sé yo. He llamado al 112 y la ambulancia está en camino. A ver si encuentra sitio para aparcar… bueno, qué sé yo, lo hará en doble fila y el que tenga que esperar que se joda.
A ver, viejo, no te me mueras ahora, que me viene mal. Si morirte sé que te tienes que morir, cojones, pero no ahora; no ahora que me viene fatal. Se me van a joder las vacaciones con los papeleos. Aguanta, viejo, aguanta. Si además te quiero. Las broncas habituales sólo son eso, las broncas normales en toda familia. Aguanta hombre, que ya están aquí…
Han dicho que me iban a llamar del 112 durante el trayecto a casa de la ambulancia para ponerme con un médico y aconsejarme en los primeros auxilios. Hago lo que puedo. En cuanto estén aquí me tendré que ir al hospital con la ambulancia. Anda leche, a ver cómo queda todo esto aquí. Espera, viejo, joder, no te mueras.
A ver, a ver. El butano apagado, las persianas bajadas, la ropa quitada del colgador… La luz, he de mirar las luces, que lo mismo me tengo que tirar tres días sin volver a casa y el recibo corre como le pasó a Passpartout. Bien, todo apagado, hostia, el viejo aún respira, menos mal, menos mal… No sé qué me da dejarlo aquí en la sala mientras reviso toda la casa. A ver si me llaman del 112 para darme instrucciones, joder, que sudor, qué calor, ya ni sé lo que me digo. Hostia, tú… y ropa… Tendré que llevar ropa para cambiarme allí… Y un pijama limpio para el viejo, y una bata, porque de esta sales, vejete, que eres muy duro tú… Y ropa interior… muda, como lo llaman los de su época.
Y para mí, muda también… Varias, como para tres o cuatro días, que mejor que sobre que no que falte. Hostia, y la lavadora que tenía que poner hoy. Pues ahí se va a quedar, con un montonazo de ropa para lavar. ¿Por qué no haría una colada ayer?
Joder, vaya nochecita que me espera. La reunión de la comunidad a tomar por culo. Pero espera, que está para empezar… Vaya papelón, ¿a que tenemos que pasar pitando por entre todos los vecinos? Todos reunidos en el portal y el viejo medio muerto, o medio vivo, en la camilla… Con el oxígeno, y pálido como está.
Vaya, vaya, eso es lo de menos. Joder, joder, céntrate, céntrate. ¿Qué me puede hacer falta? Espera, aquí, cabronazo, no te me mueras. A ver… los enseres del aseo, cepillo y pasta de dientes y la seda dental. Y para peinarme. Y desodorante y la colonia para oler bien que igual entre el personal sanitario alguien se me anima y voy y ligo allí. Pero qué cosas se piensan en momentos críticos, ¿eh? Es la mente, que es juguetona, es la mente…
Hostia, que se me olvidaba. Tengo las gafas y los líquidos de las lentillas en el coche. Joder, joder, qué putada. Que como se me olvide cogerlos verás qué hago yo con lentillas toda la noche. Perder los ojos. Y si me las quito y las tiro no veré un pimiento.
Y no llaman, joder con el médico del 112. A ver si han cogido mal el número… A ver, a ver, tengo que visualizarme: bajo con los camilleros, y antes de subir a la ambulancia he de correr al coche para coger la bolsa con las gafas y los líquidos de las lentillas. Pero antes he de cerrar la puerta de casa y cerrar con llave, que menudo barrio es éste. En cuanto se corra la voz de que no estamos, verás que estropicio me arman para robarme el transistor del viejo. Porque no hay otra cosa. Bueno sí…
Ah, ah, ah, y las llaves del coche… Mejor las cojo ahora. Si bajo y bajo sin llaves menuda puta mierda… a subir o a irme con las lentillas puestas… Espera, campeón, aguanta, respira, aguanta. Puto médico que no llama… Voy a por las llaves del coche. Hostia, no están en el taquillón de entrada… joder, ¿dónde las habré puesto? No, si es que vaya puto día… Si tardo diez minutos más me encuentro al viejo fiambre. Las llaves del coche, las putas llaves, ¿donde hostias están? No me las puedo haber dejado en el coche… A ver, a ver, las de casa están aquí, he subido con las bolsas de la compra… ay, ay, ay, en la mesa de la cocina.
Pues tampoco, deja que me palpe… mierda puta, coño, en el pantalón estaban. Si nunca me las pongo en el bolsillo trasero… Bueno, bueno, voy a dejar de soltar tacos mentales que no arreglan nada y el viejo tiene que salvarse… Menudo papelazo. Y si la palma tendré que llamar el cabrón de mi hermano… Paso, paso… a ver hostia ya, el puto médico del 112, joder, que se me muere el viejo… ¿Y por qué no me voy con el coche detrás de la ambulancia? Mañana tendré que ir al curro desde el hospital, que esos cabrones son la puta que los parió y lo mismo no me renuevan si me pido días.
Ah, por fin, el teléfono… Ah… qué se me ha caído, con los nervios, sólo faltaba que se joda la pantalla y no pueda descolgar con lo táctil. ¡Hostia!, ¿dónde está? Ah, aquí está, a ver…
Oigo una voz alegre, jovialmente despreocupada, con gracejo sudamericano:
~Hola, buenas tardes. Mi nombre es Ernesto. ¿Cómo está, mi joven dama?
~Mira, Ernesto, en estos momentos estoy a punto de meterte el teléfono por el culo como si fuera un supositorio. Cuelga ya maricón.
Y como no cuelgue me deja sin línea y los de la ambulancia lo mismo necesitan indicaciones para encontrar este bloque idéntico a los otros diecisiete de la barriada. Si es que tengo que dejar de maldecir.
(4)
Nos vamos, nos vamos, nos vamos. Vamos, vamos, que nos vamos. Leche, que ya vamos tarde. Siempre igual. Con las puñeteras vacaciones. Esto es un agobio del diecisiete. Teníamos que haber ido al aeropuerto anoche y dormir allí. Todavía nos queda hora y media de carretera y no llegamos. Un pinchazo, una caravana, un accidente, un control, un radar… Carajo para los putos radares. Empezar las vacaciones con doscientos euros menos. Claro que hasta la vuelta no lo sabré…
Vamos, coño, vamos. Esos niños… Yo ya tengo todo lo mío en el coche. A ver, la casa, ventanas, butano, luces… todo en orden, pero tendré que subir otra vez no vaya a ser que éstos me dejen algo mal después de haberlo revisado. Y cerrar la puerta de casa con llave, que el año pasado cerramos de resbalón y a ninguno se nos ocurrió comprobar si la llave estaba echada. A ver, serénate que aún hay tiempo. Poco, pero tiempo. Las maletas en el maletero, los billetes… ahí va la leche, qué he hecho con los billetes… Ah, joder, en la guantera.
Vamos, vamos, que no llegamos. El móvil… aquí. Y los cargadores, doy por supuesto que anoche los metí en el neceser de mano… Ah, espera, que estuvo cargando el mío… Sí, pero recuerdo perfectamente haberlo metido en el neceser con los otros dos. Y la tablet, que si no a ver qué leo allí, que menudo rollo. Apartamento en primera línea de playa sí, pero los vecinos son un coñazo. Toda la tarde jugando a la pocha. Leche, que desde que el Casillas dijo que jugaban a la pocha en las concentraciones de la selección todo dios juega a ese tute descolorido. Donde esté el subastao, o el mus, que son cuatro juegos en uno. Pero allí ni lo mientes que no juegan al mus.
A ver, a ver, que me estoy distrayendo. A ver Julita, rica. Menos desparpajo y más movimiento, que no quiero conducir con el hacha de Damocles en el cuello. ¿El hacha? ¿Quién ha dicho hacha? Ya ni sé lo que digo. Joder, que luego tengo que ir adelantando castrones por la carretera, y es nacional de doble sentido, que no siempre puedo adelantar. Y… leche, sí… Últimamente me veo más torpe… Tengo que tener cuidado que llevo a los niños. Pero para eso hay que salir antes, con más tiempo.
Coño, yo no sé dónde se nos ha ido el tiempo. Si nos hemos levantado a la hora fijada y mira la hora que es que no llegamos. Siempre tarde, siempre tarde. Como viajar solo no hay nada. Una bolsa de viaje con dos calzoncillos y punto. Pero vamooos… Ahora la niña, que no se ha lavado los dientes. Vaya…
A ver, que no me quede nada. Anoche eché gasolina. Las ruedas… ah, las ruedas. No he mirado la presión. Bueno, es igual. De aquí al aeropuerto. Pues sólo faltaba. En fin, que nos van a meter otra puya por dejar el coche en el parking quince días. Pero lo mismo dejo el coche en el pueblo más cercano y que nos lleve un taxi. Vaya, podía haberlo pensado antes. No hay tiempo. Habría que encontrar aparcamiento, encontrar un taxista que sea espabilao, sacar las maletas, meterlas, y decirle al tipo que corra, que no lo va a hacer. Bueno, es igual, mejor, que al menos en el parking del aeropuerto lo tienen vigilado, y en medio del pueblo, una noche de jarana te le dan un golpe al coche y cuando vuelvas que si quieres arroz Catalina. Y no preguntes, que los policías municipales son más vagos que un profesor de instituto.
A ver, la documentación, sí… claro. Llevo los deneís de todos que si no, no pasamos el control. Y con niños menos. No vaya a ser que nos los llevemos secuestrados. Debería ser suficiente con que el niño nos llame papá y mamá… Otra vez que se me pira la mente de viaje. A ver, a ver, Alfredito, céntrate.
Bueno, las ruedas se ven bien. El maletero bien repartido… ¿Pero dónde vas con eso, que ya no cabe nada más? Que sólo nos vamos quince días, que no nos vamos de expedición al Polo. Deja esas cosas ahí. Haberlo pensado antes. Coño con el niño. No, ya está todo. A que al final se me olvida a mí algo… Claro, la cámara de vídeo. Voy a por ella, meteros todos en el coche. Poneros los cinturones. Que nadie coma nada que sólo me faltaba tener que parar por un mareo y limpiar una vomitona, que entonces no llegamos. Estaos quietos, tranquilos. Voy a dar una vuelta a la casa a ver qué se queda. Todo bien, todo bien. La puñetera cámara que se me quedaba junto a la cama. Justo la pongo ahí para que no se me olvide, y zas, va y se me olvida. El butano, las persianas… Joder joder que no nos entren a robar. Bueno, todo listo, hecho. Nos vamos.
Ya estoy aquí, preparaos todos, que salimos diez minutos más tarde de lo previsto pero no importa, siempre que no encuentre caravana, a algún mamón de los que dicen que él nunca encuentra caravana. ¡Coño, tío!, eres el que la va a haciendo, no te jode. Estamos todos. Salimos. Vaya, ahora el móvil. Espera que lo cojo, que aún tenemos tiempo. Serán diez segundos, para decir que no lo puedo coger. Que si sigue sonando y acabo cogiéndolo en la carretera, zas, seguro que me pillan y me multan. Y me tienen parado veinte minutos.
Oigo una voz alegre, jovialmente despreocupada, con gracejo sudamericano:
~Hola, buenos días. Mi nombre es Ernesto. ¿Cómo está, caballero?
~A ver, Ernesto. Qué bueno que me has llamado. Dime cómo está el tráfico y de paso llama al aeropuerto y diles que nos esperen, que me estás tocando los huevos para ver si salto y me crispo y me estrello por la carretera con los críos dentro. Hala, vete al peo, Ernesto.
(5)
Maldita sea. Quién me mandaría venir a mí a los Estados Unidos. Puta sea…
Aquí estoy, en el maldito corredor de la muerte, aguardando a mi sentencia. Hoy no veré anochecer…
Aquel tipo. Merecía la muerte, por hideputa. Pero no lo asesiné…
Lo maté…, claro está, pero fue un homicidio…
No, no fui a buscarlo… Quién me mandaría a mí salir de casa aquella noche…
Y ahora… hoy se acaba mi vida… Al menos sé con antelación la fecha de mi muerte: por inyección… letal. Me han dicho que la primera es para adormecerme… Que no sentiré nada… Algo me deben de estar dando con las comidas porque tampoco siento ganas de luchar.
Podría enfrentarme a todos ellos a hostias, que para eso sé pelear, y tendrían que darme un tiro. No, no suplicaría, no me negaría a ir a la silla por rilarme. Solamente les daría de hostias, y no podrían retenerme. Harían falta cuatrocientos para sujetarme. Sin embargo sé que iré manso como un corderito. Estos cabrones algo me están dando en la comida… y ya es tarde. Lo que sea lo tengo dentro…
Y nada, desde España no han podido hacer nada. Menos mal que mi familia me ha hecho caso y no se han gastado el dinero en venir. Bueno, “el Estado corre con los gastos”, me han dicho. Que se metan su dinero en el hueco del culo, le he dicho al gobernador. Mi familia no les va a dar la satisfacción de que el Estado les vea rotos.
Maldita sea… Por qué saldría de casa aquella noche. Al tipo aquel le tenía ganas, vaya que si le tenía ganas. Pero no soy un asesino. Me lo topé, nos miramos, me vaciló con la mirada y la zampé un par de hostias. Y la puta cámara de seguridad lo grabó todo… Pero yo no salí de casa a buscarle. Homicidio o asesinato, la diferencia entre vivir entre rejas o morir ajusticiado. No lo premedité… qué hijos de puta… Y ahora me muero, hoy moriré…
El Estado me paga las comunicaciones con mi familia. Tengo todavía el teléfono español. Ellos pagan el roadming. Sí, al menos que paguen algo los muy cabrones. Y mi familia estará pendiente de la hora, con la diferencia horaria, claro. Pero no van a llamar. Si llaman cogeré, pero no quiero que me hagan esa cabronada. Se lo he dicho, se lo he dejado muy claro a todos.
Ahí llegan… Estos gringos, que ceremoniosos los muy cabrones. Ahí, con el capellán. No sé para qué. Ya les he dicho que no quiero capellán, que no tengo ninguna religión. Pero lo dicta la ley del Estado. En caso de que el reo se niegue a recibir asistencia espiritual, se elegirá un capellán de la confesión mayoritaria en su país. Y en España ya se sabe que todavía es un país de mantilla y confesionario.
Joder, valor. Inspiro… voy a morir en unos minutos y mi pulso no se acelera. Qué mierda me habrán estado metiendo estos pájaros.
Ya, ya están aquí delante. Y abren la puerta. Valor. Les miraré directamente a los ojos… Como suponía, ninguno me mantiene la mirada, ninguno sonríe. Aquí el único que sonríe es el reo. Qué cabrones.
Bueno, las últimas disposiciones. Sí, cabrón. Ya he cenado. Qué más me daba a mí lo que iba a cenar, si no me va a dar tiempo a digerirlo. En fin, los espaguetis estaban buenos. Eso sí. Que paguen un buen cocinero, mamones, me vais a matar y mañana ni os acordaréis de que un español ha muerto sonriendo. Os vais a joder, este español va a palmarla riendo a voz en grito. Eso sí que no lo vais a olvidar.
Sí, aquí queda todo. Y el móvil, ah… Ahora sí, ahora me gustaría mucho hablar con mi madre. Mamá, por favor, no llames. Sé valiente, sé fuerte, sé dura… Si me llamas cogeré, pero me derrumbaré, y no quiero que estos mierdas me vean llorar. Pero si me llama mamá seré fuerte y le daré valor.
Sí, claro, los grilletes. Y este puñetero color naranja del traje, que parezco un butanero… ¡No, no!, el móvil suena… La llamada… Oh, mamá, por qué… Bien, valor… Me miran sorprendidos, casi asustados. Eso es porque estoy sonriendo. Sonrío a mi madre, imbéciles. Cogeré, ceremoniosamente, como ellos, con los grilletes. No, no hace falta que me los soltéis, que no voy a usar el teléfono como arma letal. Sonrío, casi río. Ah, no me lo dejan coger, son ellos los que descuelgan y me lo ponen en la oreja.
Oigo una voz alegre, jovialmente despreocupada, con gracejo sudamericano:
~Hola, buenos días. Mi nombre es Ernesto. ¿Cómo está, caballero?
~Mira Ernesto, la verdad es que en estos momentos no me interesa tu oferta, ya tú sabes. Mi padre es accionista de Telefónica y yo no he pagado nada por el teléfono desde hace ocho años.
(6)
Importante la reunión de hoy, y como siempre, una vez más, no me la he preparado. No sé ni cómo tengo el rango que tengo en esta empresa. A estas alturas todos deben saber de mi incapacidad para planificarme y organizarme. Sin embargo me mantienen aquí, y aquí estoy, en plena reunión del comité ejecutivo.
No estoy tranquilo, no. Cualquier día me dan la patada. Mi amabilidad y mi don de gentes no pueden ser suficientes siempre. Quizá valoren mi ingenio, mi facilidad para dar soluciones válidas en momentos extremos, sin tiempo…
Tiempo… he tenido todo el tiempo del mundo y no he hecho los deberes. En realidad, nunca hacía los deberes, ni en el colegio ni en el instituto. He estudiado porque se me daba bien, y una vez en la vida laboral, lo mismo. Creo que sí soy consciente de mi responsabilidad, pero mi ser me impide ponerme a trabajar en casa. Tengo que distenderme con otros estímulos al salir del trabajo o me volveré loco. Trabajo, trabajo, trabajo… la vida son más cosas… Ay si encontrara solaz en el trabajo. No es que no me guste mi trabajo, es sólo que…
Bueno, ya… me va a tocar en cuanto este tipo acabe su exposición. Abrimos un nuevo mercado… Es importante para la empresa… Es más, podríamos zozobrar y adiós estatus… Pero soy incapaz de tomarme las cosas con seriedad… Mira, mira esas caras. Parece que estén estreñidos… Caramba, hombre, que no es el fin del mundo. Hay que tomar una decisión, sí, pero nada es blanco o negro… Sí, claro… Qué tipo… Efectivamente… no existe una vía que totalmente sea positiva para nuestros intereses. Se trata de elegir entre varias opciones… todas buenas pero ninguna perfecta. Hay que proyectarse en el futuro teniendo en cuenta otras variables, no sólo las internas. Que perdemos dinero… hombre, claro que lo vamos a perder… Lo vamos a perder con cualquiera de las opciones que existen. Y la mejor no es con la que menos dinero perdamos, sino la que cuando llegue el futuro que buscamos nos haga estar satisfechos con nuestros esfuerzos… Que llegados a ese punto vemos que había otra vía que hubiera sido más optima… Toma, claro… Pero entonces que contraten un clarividente que prediga el futuro. A toro pasado es fácil decir qué habría que haber hecho. Pero olvidamos que la vía que vemos una vez arriba de la colina simplemente no existía cuando empezamos a ascenderla…
Bien… pues mira tú que discursete mental me ha salido de un tirón mientras este hombre acaba su disertación. Ah… que se me olvida… No, dejaré fluir mi mente y les soltaré este rollo… Lo que pasa es que creo que ya lo he soltado en otras ocasiones. Y mis deberes sin hacer. Lo que me han encomendado está sin hacer… No sé cómo me aguantan, porque enchufe no tengo… si lo sabré yo…
Me estoy poniendo nervioso y no sé a cuento de qué… Mira, si se mosquean, con el currículo que tengo ya encontraré otra empresa… Pero sí, estoy intranquilo que no nervioso… No, para qué engañarme: estoy nervioso.
Sí, me voy a otra empresa y a ver cuánto me aguantan allí, porque en cuanto vean que soy un perezoso contumaz… Bueno, no es que no me tome en serio mi trabajo, es que mis ritmos son diferentes… Y en cualquier empresa tendrían en cuenta mi creatividad. Sí, es mi valor en alza, pero qué… Oiga señor, ¿qué cantidad tiene usted de creatividad? ¿Cómo se mide eso? ¿Y cómo se comprueba? Me tendrían que estar pagando durante un año entero para darse cuenta de que tengo esos valores, la capacidad de crear de cero. Quizá en otra empresa no tengan tanta paciencia… Aunque por otro lado…
Joder, dios… Ya hasta pienso tacos… No, que no quiero pensar que esté todo perdido… Ya ha terminado. Las sonrisas de los jefotes son de compromiso. La reunión está tensa… El tipo recoge… Vaya cabrón, cómo me los ha dejado… Jo, que me toca, que me va a tocar, que no sé qué decirles…
Ah, se sienta… El jefe mira sus folios… Ah, ah, levanta la vista… Uf, uf, me está sudando el bigotillo… Estoy nervioso, vaya que si lo estoy.
Me mira, me ha mirado… La ha bajado… busca algo en su cartera… Leche, leche… La leche que careto tiene… Esto sólo hace enfriar la reunión. Vaya caras, vaya caretos que me ha dejado. Los ha descuadrado. Ah, ah… todos me miran a mí. Aquí hay gato encerrado. Esta vez no me salva ni mi creatividad ni mi labia ni mis encantos más ocultos… Ah, ah, y cómo se pueden poner por delante encantos ocultos que uno ni siquiera sabe que tiene… Divago… estoy perdido…
Ah, ah, consulta la carpeta, el jefe consulta los folios de la carpeta. Qué silencio, leche, que aquí no se ha muerto nadie… Bueno, sí… yo. Yo soy el fiambre…
Uf, estoy transpirando… Me apago… en estas circunstancias no voy a saber reaccionar. Cuando me ponga en la pizarra me enfrentaré a un frontón de rostros inexpresivos. Uf, uf… estoy empezando a jadear… Sí, noto que mi corazón se ha acelerado… Joder, por qué… Me llama, me ha llamado, y he notado un ápice de sorna en su voz… ¿serán imaginaciones mías?
Estoy jo-di-do… No sabré qué decir, voy a balbucear como un noob… Estoy colapsando… Me levanto… me tiemblan las manos, por favor que no lo haya notado nadie… ¿Qué les digo? ¡¡Qué les digo…!! Me tiemblan las piernas, las siento flojas, estoy con flojera… que no me ataque al estómago que la jodemos… No respiro, no respiro con normalidad… No oigo, creo que no oigo, maldito silencio. Voy a tener una experiencia extracorpórea, que mala leche, voy a asistir a mi torpe discurso como si estuviera fuera de mi cuerpo… Que sería lo mejor para mí… Jo-der… acabo de tropezar con las patas de la silla del vicepresidente… Y ahora se me ha caído el bolígrafo… Qué miradas, qué miradas…
¿Quién ha subido de golpe el termostato? Qué calor hace… Son todo sensaciones psicosomáticas… Necesito un milagro… que se vaya la luz, que se incendie el edificio… Igual es eso el calor que noto, que estamos en llamas… Ah, ah, y ahora el teléfono… Se me ha olvidado apagarlo… Leche, me miran como hienas a un bocado de carne fresca… Que se jodan, voy a cogerlo para ganar tiempo, aunque no sé qué voy a decir… Estoy sin ideas.
Oigo una voz alegre, jovialmente despreocupada, con gracejo sudamericano:
~Hola, buenos días. Mi nombre es Ernesto. ¿Cómo está, caballero?
~Está usted llamando a un teléfono reservado a nombre del Ministerio del Interior. ¿Quién le ha dado este número? Deme su nombre y deneí para iniciar las averiguaciones a fin incoar el correspondiente expediente sancionador.
(…)
—¡Leche!, pues me ha colgado…
(7)
Bueno, la familia bien. Todos juntos, hoy día de nochevieja, que manda cojones, ¿eh? Se suponía que el día de nochebuena era el de estar la familia junta, pero aquí, como no somos nada religiosos, nos juntamos en nochevieja. Que tampoco tenemos edad para andar por cotillones… Y con toda esta recua. Aunque sí que estaría bien, teniendo dinero, irnos todos de cena y que esta mujer no tenga que currarse la cena año tras año. Que lleva desde las cuatro de la tarde metida en fregaos en la cocina. Y encima no ha querido que la ayudemos.
Pero le ha quedado una cena rechupibién… Ahora, un vasito de vino y las uvas. Putas uvas, que a mí nunca me han gustado. De pequeño ya me generaban estrés y ahora de viejo también. Que como dijo el otro, las tradiciones están para romperlas, pero yo con ésta no me atrevo, que al fin y al cabo no hace mal a nadie. Ya están las doce uvas en sus cuenquecitos. Un cuenquecito para cada uno. Y ya queda nada. Joder, joder, que ya empiezo a ponerme nervioso.
A ver los críos si se están quietos, que andan todo revolucionados. Y que no se nos atragante el peque, que el año pasado vaya susto que nos dio, y luego tuvimos que comerlas con los de Canarias. Y menos mal que aún quedaban uvas. Que como aquí no somos fruteros, la Paqui casi que las trae contadas.
Y aquí estoy yo, el jefe de la casa, y mi familia ante el televisor, que mucha modernidad y mucha gaita pero esta imagen de la familia viendo la tele para comer las uvas no ha cambiado en más de cincuenta años. Un año podíamos comerlas con la radio. Que ahora que lo pienso no sé si por la radio las dan.
Hostia, qué nervios. Ya queda menos para otro año nuevo. Y van… Ya ni sé los que tengo. Pero es un año más. Que a ver si nos van bien las cosas, que de momento nos van tirando, que ya podían irnos mejor. Y que digo yo… que qué más da cambiar de año que de día, cualquier día a las doce de la noche podía estar aquí, sentado en el sofá, esperando a que mi vida cambie. Pero en fin, virgencita virgencita que me quede como estaba.
Ya están los niños sentados delante de la tele. Y yo aquí en el sofá, joder, que me sigue pasando como siempre. Esto me genera intranquilidad. Que no creo en eso del mal fario por no comer todas la uvas a su debido tiempo, eso son chorradas, pero me gusta comer una con cada campanada y acabar de comerlas con la última. Y no perderme con los cuartos y las medias y lo que sea que haga el dichoso carillón ese de la Puerta del Sol. Que mira que hay ahí gente todos los años, ¿eh?. Oye, y el Ramontxu y la Anne vaya bien que están año tras año. Yo creo que nadie escucha lo que dicen. Más o menos tendrán un guión. Paz y prosperidad a todos los pueblos y chimpún que se escapa el champán. Jo qué nervios. Ahora sólo me falta que llame el Ernesto ese del cuento y me rompa las pelotas, que hay que joderse con la broma esa que han inventado de la llamadita del Ernesto en el peor momento posible… Jaja. Y mira que si llama…
(…)
Ah, pues no llama.
A ver, céntrate, Ramiro, que la mente tuya siempre ha tenido esa capacidad de irse por los cerros de Úbeda y abstraerte. Yo tenía que haber sido psicólogo o algo de eso, pero no quise estudiar, y así me va en la vida. Que no nos va tan mal. Hala, ése va a ser mi deseo (¡ay si los deseos se cumpliesen!), que las cosas no nos cambien a peor. Salud, trabajo y el año que viene la Paqui aquí conmigo.
Ya, ya, ya… Ahí están ya, la gente se ha puesto enfervorizada en la Puerta del Sol… Algo habrá pasado. No sé qué dicen los críos aquí en casa. Leche, tú, siéntate que me vas a joder las uvas, coño con el niño. Ahí, que sólo quedan unos minutos y cambiamos de año… Que mira tú, desde el espacio, la bolita esta que es la Tierra, dando vueltas y vueltas sin parar y moviéndose por el espacio sideral, encadenada al Sol y aparejada a una galaxia. Que si hubiera extraterrestres, ¿cómo iban a notar ellos que aquí entrábamos en un nuevo año? Y mira tú, que ahora vamos a entrar nosotros, pero a los que están en California aún les queda lo mismo medio día. Estarán como estaba yo a las dos de la tarde, todo despreocupao… ¿Qué estaba haciendo yo a las dos de la tarde? Pues eso, no estaba tan nervioso porque aún quedaba mucho tiempo, pero ya no queda nada. Hay que estar atentos porque este momento es único… único en una vida… Aunque pensándolo bien cada momento es igual de único. Sólo que éste lo señalamos en un calendario. Aunque pensándolo bien cada momento está también señalado en el calendario.
Y en California ahora habrá unas titis patinando con pantalones cortos por el malecón de la playa de Malibú, o la que sea que haya allí. Ay, ay, que ya están, que el Ramontxu está recordando a la peña cómo hace el reloj. Y el relojero de la Puerta del Sol, que nunca lo entrevistan… ¿Estará ahí dentro currando o estará en su casa? Lo mismo pasa de la uvas. Joder, a mí me gustaría pasar de las uvas, pero no puedo. Coño con la tradición. Que no la rompo…
Atención, atención… que ya llega, ya llega. Ahora, ahora, va a ser el momento en que baja la bola. No, aún quedan unos segundos, todos preparados, niños, y Paqui, tú también, no te las pierdas, todos con la primera uva en la mano. Que no se atragante nadie. Comed despacio, por dios, que da tiempo. Que el relojero ha ajustado esta noche las campanadas para que nos dé tiempo a todos, y que entremos con buen pie en el nuevo año. Salud y felicidad, España. Salud y prosperidad a todos, aunque seáis unos cabrones, aunque los seamos todos en ocasiones. Cuidado, chicos, que son los cuartos, todavía no, todavía no…
Coño, ahora suena el teléfono, joder, ¿pero quién va a llamarnos ahora? No puede ser, no lo cojas, no lo cojas Paqui, que nos perdemos las uvas…
Bueno, voy, voy yo, ya cojo yo, que a lo mejor es importante…Comed las uvas vosotros, joder, joder.
Oigo una voz alegre, jovialmente despreocupada, con gracejo sudamericano:
~Hola, buenas noches. Mi nombre es Ernesto. ¿Cómo está, caballero?
~Me cago en tu madre, Ernesto. Vas a conseguir que empiece mal el año.
Y le cuelgo. Pero por los cojones si pudiera.
Losange Sable
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