Arrasar, aniquilar, exterminar

1 de febrero de 2018

Estaba una tarde curioseando en un cajón con viejas cintas VHS, en su mayoría películas de ciencia ficción, que me había regalado un amigo que había ido deshaciéndose de útiles y tecnología. Como yo aún tenía un reproductor de vídeo, no tuvo mejor idea que dejármelas en la puerta de mi casa junto con unas letras.

Metí la caja dentro y ocurrió como con otros cachivaches, que a fuerza de verlos en el medio ya no reparas en ellos. Pero llegó el invierno, un invierno frío y lluvioso, y, sin gana de salir de casa, me fijé en la dichosa caja. Como he comenzado diciendo, me puse a rebuscar para ver si daba con algo con qué ocupar la tarde y que me apeteciera ver. Entre las cajas de las cintas encontré unas hojas donde estaba escrito éste cuento y otros dos más. Tengo anotado que corría diciembre de 2013, así que, técnicamente, a lo mejor aún era otoño.

Llamé a mi amigo y no sabía nada del cuento, pero sí me dijo que había tratado de deshacerse de la bendita caja al menos seis veces antes por el mismo método, pero acababan devolviéndosela de idéntica forma. Hasta que yo le hice el favor de quitársela del medio, pero puesto que habían pasado varios meses, apuntilló que ya no podía retornársela.

Le extrañó mucho lo de las cintas de ciencia ficción… Él había querido deshacerse de una colección de películas de terror, como La mosca o El exorcista, que eso lo recordaba bien.

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Arrasar, aniquilar, exterminar
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(cuento – 3.686 palabras ≈ 16 minutos)

Extracto del diario del oficial GK11-I25/AR.50.

A bordo de la nave de asalto DrOx-17.

Día 119 del año 64
de la sexagésima novena centuria.

Velamos armas. Vísperas de entrar en combate. Una vez más. Como tantas otras veces aprovecho la autorización para escribir en el diario personal como método de evasión para aligerar las ideas e imágenes que se agolpan en mi cerebro antes de la batalla.

Es obvio que algunos no sobreviviremos a la incursión. Se nos ha dicho que se trata de una misión sencilla. No hay invasiones sencillas. Todas comportan riesgo, y lo sabemos. Existe una vaga previsión de que no tendremos bajas cuantiosas sólo basada en experiencias anteriores. Pero siempre se dan accidentes, imprevistos… Y algunos, tal vez, seremos objeto de contraataques. Nuestra tecnología es superior a la del… ¿enemigo? Mejor llamarlos invadidos. No siento animadversión hacia ellos. No son mis enemigos. No nos han hecho nada, ni sospechan que van a ser atacados, pues su tecnología no puede detectar nuestras naves; ni tan siquiera tienen motivos para recelar de lo que se les viene encima. Y aquí estamos… como quien dice a tiro de piedra. No puedo sentir nada hacia ellos, ni bueno ni malo. Ni siquiera sé quiénes son y ellos ignoran nuestra existencia. Mañana morirán.

Nuestra misión es simple: causar las máximas bajas posibles en este primer ataque de forma que el… ellos, no puedan reorganizarse. Los objetivos en esta primera oleada son sus grandes asentamientos y los fortines. Llevamos casi dos ciclos de su planeta entorno a su estrella observándolos, estudiándolos. Conocemos mucho de ellos, y seguramente también ignoramos mucho de ellos. Pero se ha decidido que ya conocemos lo suficiente. ¿Quién lo ha decidido? El Alto Mando, una máscara para la que tan sólo soy, somos todos nosotros, un número más. ¿Por qué se ha decidido ahora, tal vez precipitadamente? Por lo de siempre, la necesidad imperiosa de obtener recursos; y el objetivo final de aniquilar toda esa raza alienígena. De su planeta sólo nos interesa extraer sus materias primas. Sobre todo hierro y cuarzo, pero cualquier mineral será bienvenido. Esta vez no vamos a necesitar mano de obra, como cuando destinamos el planeta a huerta y granja. Han tenido mala suerte… O quizá no; sus generaciones futuras no sufrirán esclavitud ni privaciones ni conocerán el odio, pues no existirán. Cuantos menos supervivientes, mejor. Se ha decidido así porque aunque su nivel tecnológico es E-1 (sin colonizar aún sus lunas) disponen de armamento AT-4: utilizan proyectiles y conocen la energía nuclear. Igual que hicimos nosotros en épocas remotas. Se nos recuerda nuestra historia cada vez que vamos a entrar en combate… o invasión, de la que no se espera réplica ninguna salvo algún conato aislado que pueda costarnos la vida a alguno de nosotros.

El protocolo antes de atacar siempre es el mismo. Primero nos informan someramente de las condiciones del… del invadido y su entorno (me niego a escribir enemigo): su planeta, su tecnología, los objetivos con su orografía y demografía, y se nos insiste en que no ingiramos y ni siquiera toquemos nada en caso de tener que tomar tierra. Luego nos repasan nuestra historia, el cómo hemos llegado hasta aquí. Es el protocolo. Este teniente incursor apenas atiende; ya me lo sé de memoria. Sé que somos una raza beligerante. Siempre lo hemos sido. Desde el principio nos hemos dedicado a destruimos entre nosotros. El mediano tamaño de nuestro planeta natal supuso que durante más de cinco milenios guerreáramos entre nosotros por la supremacía. Así ocurrió desde la antigüedad, desde el origen de nuestro tiempo y aún antes. Se nos instruye sobre nuestra capacidad de destrucción, sobre nuestras guerras intestinas más sangrientas. Y se nos dice que de todo aquello surgió una raza más poderosa. No lo creo así. La estirpe de los guerreros siempre ha sido dominada por la casta de los políticos, que nos dicen qué, cuándo y dónde debemos actuar. Nosotros no pensamos, pero ellos son incapaces de alinear el láser para apretar un botón y fulminar un asentamiento hostil. Estos políticos a su vez estuvieron dominados durante siglos por los clanes religiosos; pero eso ya ha terminado… No quedan religiosos: somos una raza destructiva… y acabamos con ellos porque no servían para nada, sólo para dividirnos. Aunque no es menos cierto que si todos fuéramos guerreros, hace tiempo nos habríamos aniquilado unos a otros.

Después de toda guerra llegan irremisiblemente periodos de paz… Salvo para esta raza que dentro de unas horas vamos a exterminar. Por supuesto que habrá supervivientes, quedarán pequeños reductos de supervivencia; pero para cuando entiendan qué les ha ocurrido ya será tarde y no podrán organizarse; quedarán diezmados en la más terrorífica acepción del concepto: tan sólo sobrevivirá uno de cada diez. Mañana sembraremos el horror, haremos una masacre y limpiaremos de riesgos el planeta para que nuestros ingenieros, dirigidos por los científicos (quizá ellos constituyan nuestra tercera casta), coloquen con calma y garantías las cargas que abrirán profundos cráteres en el planeta. Los miles de nativos que sobrevivan a nuestro ataque deberán soportar después cataclismos inimaginables, terremotos colosales que destrozarán las capas más superficiales y abrirán las entrañas del planeta para que luego nuestros ingenieros especializados puedan extraer el mineral. Para cuando nos vayamos no quedará apenas vida animal en este planeta que ahora puedo ver por la escotilla. Bella imagen… Dentro de unos minutos desaparecerá de mi vista. Hasta mañana, planeta… Ni me importa qué nombre te hemos dado. Y mañana desaparecerás de nuestro planisferio estelar como punto habitado por una raza inteligente.

Siglos y siglos de guerras continuadas lograron que nuestra tecnología, nuestra ciencia y nuestra sociedad avanzaran. Colonizada nuestra luna, nos lanzamos a la ocupación de los planetas próximos habitables; siempre hemos sido una raza con capacidad de adaptación. Ésa es nuestra característica más importante, la que nos hace fuertes. Siempre hemos sabido adaptarnos a tiempos y entornos. He escrito raza, pero debo decir especie… da igual. Nuestra especie posee una enorme capacidad de adaptación. Ése es nuestro valor, ése el secreto de nuestro éxito. En unas centurias saltamos de nuestro sistema solar a los más próximos (veintisiete sistemas solares llevamos colonizados), siempre impelidos por nuestra capacidad para reproducirnos, y hemos seguido colonizando, oficialmente en busca de materias primas… aunque sería más propio escribir invadiendo y exterminando. ¿Y por qué exterminar? Para no dar opción a que surja otra raza que desbanque nuestra supremacía. Pero apuesto a que todos somos conscientes de que nuestro poder es a la vez origen de nuestra debilidad: tememos que exista otra raza más poderosa y en consecuencia más sangrienta que la nuestra… Poder, dolor, mortandad, destrucción, aniquilación… En medio milenio de colonización espacial aún no nos hemos topado con una raza superior a la nuestra en armamento y tecnología. Pienso que, sencillamente, quizá hemos sido los primeros en evolucionar hacia formas civilizadas y tecnológicas y llevemos ventaja a nuestros vecinos en la galaxia. Tal vez sólo sea cuestión de tiempo dar con nuestra horma… ¿Existirá esa raza superior en regiones del universo a las que nunca llegaremos? De momento seguimos siendo los amos de esta nuestra espiral y plana galaxia. Dirigimos nuestro destino, y el de las razas con que nos topamos.

Mañana entraremos en combate… Innumerables flotillas descenderán de forma coordinada sobre el planeta para acabar con esta otra raza inteligente. Trato de visualizar cuáles serán mis acciones, mi proceder, y anticipar lo que acontecerá en combate. Necesito estar seguro de que mi valor será inquebrantable. Se me ha informado de que el sector del planeta que me corresponde se encontrará en fase diurna; esto quizá complique algo la misión de nuestros escuadrones: seremos blancos más fáciles que en horas nocturnas. Entraremos en su atmósfera y los destruiremos con armamento de energía. Su casta militar anida fuera de los asentamientos de población. Serán los primeros objetivos a fin de evitar réplicas; ése es el objetivo primario de mi misión. Aniquilado el fortín que ha correspondido a mi escuadrón nos volveremos luego hacia uno de sus principales asentamientos, el más próximo a nuestro objetivo principal, para exterminar lo que hemos dado en llamar población civil. En total pueblan ese planeta unos escasos millardos de seres inteligentes. La mayoría no sabrán qué les ha ocurrido. Sabemos que hablan lenguas diferentes, lenguas muy básicas al igual que nos ocurrió a nosotros en el pasado. Parece como si el esquema evolutivo siguiera un patrón que se repite una y otra vez. Es, pues, lógico pensar que si les permitiéramos prosperar surgiría una raza rival. En esta galaxia al menos, nunca podrá existir cooperación entre especies dada la escasez de recursos en relación con los inmensos espacios interestelares. Se espera que su diversidad de lenguas añada caos al caos y no puedan actuar de forma coordinada en toda la superficie planetaria. A nosotros nos costó siglos de evolución pero ahora disponemos de una lengua única, ésta en la que escribo. No necesitamos intérpretes para coordinarnos porque hemos logrado ser un único pueblo. Y con esta unión, la del lenguaje, llegó nuestra fuerza. Nuestra fuerza destructiva.

Pero tengo la convicción de que estamos atentando contra la naturaleza del cosmos destruyendo toda especie inteligente, y que el cosmos ha de tenernos reservado un cruel pago por nuestros funestos servicios. Aunque pudiera ocurrir que el cosmos nos haya creado para disputar el macabro juego en el que sólo puede quedar uno, pues está en la condición de las especies recelar unas de otras. Aún así, estoy convencido de que no habrá premio final. ¿Qué ocurre ahora en las otras galaxias? Quizá deban enfrentarse los campeones entre sí, los que mejor se han adaptado, los que más rápido hayan evolucionado. Es una locura, lo sé; pero al menos habría un sentido.

Mañana entraremos en combate, mañana será el día; ahora no me queda más que dormir y descansar.

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Hemos regresado hace unas horas. He sido atendido en la enfermería y dado de alta bajo supervisión clínica en una celda. Los médicos tienen exceso de trabajo y los hospitales de campaña están a rebosar. Sí… he caído, y he sido puesto en cuarentena al haber tenido contacto físico con el planeta. A decir verdad, hemos sido tantos los caídos que gran parte de las naves de asalto han sido convertidas en hospitales; todas ellas están en cuarentena. Por supuesto no la del Alto Mando, que jamás se mezcla con nosotros. Y es que ha habido tal cantidad de caídos que se vive una situación de alerta generalizada. Temen que surja una epidemia al contacto con gérmenes de ese planeta. De darse ese caso, cerrarán definitivamente cualquier contacto con nosotros, y de no poder neutralizarse los virus o bacterias seremos abandonados a nuestra suerte, si es que no nos envían el rayo definitivo que nos funda con el cosmos. Pero confiamos en los doctores, que se afanan en impedir cualquier conato de pandemia entre los caídos; y su suerte está engrilletada a la nuestra… Confiamos también en los esfuerzos que haga el Alto Mando por mantenernos con vida en caso de surgir un agente patógeno de difícil tratamiento. Abandonándonos en el inmenso y frío espacio perderán la gran cantidad de tiempo y recursos invertidos en nuestra formación. Y saben que tomaríamos el planeta… Supongo que nos destruirían…

Mi nave fue atacada desde tierra… No pude evitar que hicieran blanco. Ha sido destruida. El enemigo se defendió con arrojo. Han sido muy valientes. Incluso lograron despegar algunas de sus primitivas aeronaves. He sentido… Siento lástima por el exterminio de una raza alienígena tan valerosa. Y respeto; mucho respeto. Por supuesto no estaban prevenidos, nada sospechaban, pero desde el comienzo de los primeros ataques repelieron la invasión. Supieron actuar, supieron defenderse. Me dicen que en todo el planeta ha ocurrido lo mismo. Sus diferentes facciones no tuvieron ocasión de coordinarse, pero cada una de ellas actuó unitariamente desde que asestamos el primer golpe. Creo poder decir que eran, como nosotros, una brava casta militar. Lo cual no hace si no refrendar uno de nuestros axiomas principales: si permitiéramos que evolucionaran otras razas alienígenas correríamos el peligro de ser exterminados por ellos. Ya lo he dejado escrito… no hay recursos para todos en este aplanado disco galáctico.

No se recuerda en nuestros anales estelares otra invasión tan complicada como la vivida hace tan sólo unas horas. Hemos tenido cuantiosas bajas… Pero me estoy precipitando en el relato de los acontecimientos. Las imágenes se agolpan en mi cerebro. Ahora necesito descansar; creo que me han dado un sedante, pues me acosa y me atenaza el sueño. Tal vez mañana esté en condiciones de continuar mi relato. Si es que lo necesito. No se nos oculta que los psicólogos releen nuestras bitácoras personales de a bordo en busca de pautas. Pero me temo que sea demasiada información para procesar, aunque sé que algunos oficiales escriben apenas escasas líneas. Yo, como es lógico, me considero en la media. Un par de páginas por día… Hoy ni eso; estoy muy fatigado. Y afligido por lo que han visto mis ojos. Mis heridas deben restañarse. Voy a descansar. Estoy cansado. Necesito dormir. Antes he de lograr liberar mi mente de las imágenes que acabo de vivir. De lo contrario no obtendré un sueño reparador.

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Han pasado cuatro de nuestros días desde mis últimos apuntes. Informan de que la invasión ha sido exitosa (28 soles honran ahora nuestra bandera), pero aquí sabemos que no puede decirse que haya sido todo un éxito. Hemos sufrido numerosas bajas, injustificables para el Alto Mando. A mi juicio se explican por la bravura de esa casta militar ahora exterminada. Parece que nuestros superiores estén aquejados de ceguera para valorar la gallardía ajena. Tal vez teman reconocer que nuestro servicio de información se ha confiado e infravaloraron al rival; tal vez no quieran aceptar que quizá hayamos llegado a este sistema tan sólo medio siglo antes de que hubieran dado el salto al sistema estelar más próximo. Si se nos hubiera pasado por alto este sistema solar tal vez dentro de unas décadas hubiéramos encontrado un enemigo tan poderoso que hubiera puesto en riesgo nuestra hegemonía galáctica. En tal caso quizá hubiéramos sido nosotros los exterminados. Se ve que eran una raza de guerreros… y muy valientes. Honor a los vencidos. Quién sabe lo que nos espera en la siguiente estrella. Quizá estemos ahora más cerca de nuestra Némesis. Seguro que ruedan cabezas por el desastre ‘no oficial’ que hemos sufrido.

Mi caso particular parece que ha sido uno más entre tantos: nos han contraatacado desde los primeros compases, se han defendido bravamente, aunque ahora puedo decir que yo he tenido suerte. En la tercera pasada arrasando con nuestras armas láser he sido alcanzado en un alerón. Con dificultad he podido tomar tierra sin estrellarme. Traté de planear en aquella atmósfera nueva para nosotros y decidí dirigir mi nave a las inmediaciones de la base militar para continuar luchando desde tierra. Es para lo que estamos hechos los incursores espaciales. Para pelear en cualquier condición y en cualquier situación por desventajosa que ésta sea. El aterrizaje fue accidentado, pero no perdí el control en ningún momento. Dos destacamentos de infantería fueron enviados hacia mi nave. Entonces abrí fuego con el armamento lateral instalado en el fuselaje, el que está previsto para casos de lucha tierra-tierra sin necesidad de que el piloto abandone la nave.

Caían como los copos en una nevada. Se reagruparon y trataron nuevamente de asaltar mi nave. Quizá con la idea de saber qué o quién les abordaba, para conocer así a su enemigo. Durante esa pausa conseguí que uno de los rotores verticales girara y puede ir elevando mi nave del suelo, a saltos, mientras giraba sobre sí. Barrí a aquellas tres o cuatro escuadras que quedaban desde diferentes ángulos. Finalmente no dejé ninguna unidad militar próxima a la nave. Pensé en vigilar y acechar mientras me llegaba el rescate. Había activado mi baliza de localización y la señal había sido enviada a la nave de seguimiento. No es que se nos diga explícitamente, pero sabemos que un incursor espacial es muy valioso en términos económicos como para dejarlo abandonado en la superficie de un planeta hostil. Nuestro óptimo adiestramiento le supone al Alto Mando un gran capital, mucho tiempo y enormes recursos…

Pero no me fue posible relajarme. Un proyectil destruyó el timón de mi nave. Comprendí que el siguiente misil haría blanco en la carlinga. Lo lamenté por mi querido cazabombardero ALB.35 Espanto, pero no tuve más remedio que eyectarme. Sabía que la atmósfera de su planeta era respirable para nosotros, aunque algo tenue. Y la verdad es que sí: durante los primeros minutos me costaba respirar. Se dieron cuenta de mi eyección y volvieron a la carga con dos pelotones de a pie para capturarme. Eran tenaces. Sin duda querían conocer la cara del enemigo que enfrentaban. No había miedo en sus rostros, sólo determinación. Pero mis armas personales disponían de mayor alcance que las suyas, y estaban perfectamente recargadas de energía. Como todo cadete espacial conoce, en el respaldo del asiento eyectado se encuentra armamento más pesado continuamente recargado por la batería que se aloja en la base del sillón, junto a los retropropulsores, además de disponer de vituallas para varios días y otros útiles y herramientas. Lograron alcanzarme; me acertaron en un costado, y rugieron y se lanzaron como animales con ánimos redoblados. Sentí el golpe, y creí desvanecerme; llegué a pensar que todo se había acabado para mí. Ahora bien, no sabría decir si su misión era capturarme vivo o si les bastaba con un cadáver, pero en aquel momento se volvieron ciegos, salvajes. Seguramente obedecían órdenes… igual que yo. Acodado sobre el asiento los fui aniquilando uno tras otro, pero siempre reponían dos o tres columnas, como si fueran una colmena. En tanto duraban nuestras escaramuzas su base militar fue totalmente destruida por una gran explosión… supuse que acertamos en su polvorín. Fue entonces cuando comprendí que no les llegarían nuevos refuerzos, y cobré nuevos bríos mientras que su moral declinó. Los fui matando sistemáticamente; incluso debo reconocer que me regocijé en ello; los resortes del traje espacial y la atmósfera más tenue me permitían amplios saltos de roca en roca a pesar del dolor que me causaba la herida. Los últimos quedaron parapetados tras un gran peñasco. Al no poder llegarles sin arriesgar mi posición, horadé la roca abriendo un boquete en ella con el láser para meter por él una granada que reventó la piedra; luego liquidé uno a uno los que quedaron malheridos, sin precipitarme.

La batalla había concluido… Ahora mi escuadrón, con cinco bajas, se dirigiría a fulminar su asentamiento civil cercano como teníamos ordenado. Mi misión, lamentablemente, había acabado allí de forma prematura. Sólo me quedaba aguardar a que me recogieran los servicios sanitarios o los de logística si llegaba el caso. Taponé mi herida gracias al botiquín y a los cursos de primeros auxilios que nunca pensé que me harían falta y dispuse mi ánimo para una espera larga. Como podía caminar, aunque no sin dolor, para evitar adormilarme y correr el riesgo de entrar en shock, tal y como se nos instruye, decidí pasear por entre los restos de la batalla y por entre aquellos despojos alienígenas. Debo reconocer que no había prestado atención al protocolo de información sobre la especie invadida, así que no estaba preparado para lo que vi. A decir verdad, hasta ese momento nunca había visto unos alien tan cerca como para poder tocarlos.

Caminé entre aquellos seres a los que acababa de quitar la vida… Observando su constitución me di cuenta de que eran bípedos. Algunos cadáveres estaban calcinados por mis láseres, otros sólo habían recibido heridas letales de limitada extensión… Me llamó la atención que casi todos tenían en su cabeza unos filamentos, una especie de hilos muy finos… Pude tocarlos… Me quité la manopla, a pesar del protocolo que exige el reglamento en caso de contacto con una especie alienígena, y pude tocarlos con mi mano… Eran suaves… y el exterior de su cuerpo era plástico… estaban recubiertos de una envuelta suave y continua de una materia plástica. Disponían también de esos filamentos en diferentes partes de su cuerpo. Por lo demás eran como nosotros… Una cabeza donde se alojaban un par de ojos y una boca… Sin embargo todos presentaban a cada lado un apéndice orbicular y otro enorme apéndice frontal en el centro del rostro… Sin duda por donde respiraban. Los cadáveres se componían de un tronco con sus extremidades superiores e inferiores perfectamente diferenciadas, pero… ¡no tenían cola! Esto me dejó perplejo. De cada una de sus manos partían cinco pequeños pulpejos articulados. ¿Y para qué tantos?

Anoche, mientras recuperaba fuerzas (me he negado a seguir tomando sedantes), he investigado en la base de datos del ordenador central. Curiosos estos bípedos. A su planeta lo llamaban Tierra. Sorprendente nombre para un planeta compuesto por casi un 85% de agua en sus diferentes estados.

Dentro de poco Tierra será historia, estará muerto. Quizá en varios milenios consiga recuperarse y será dominado por otras especies animales. Las leyes de la naturaleza dictan que la evolución continúe tras cualquier cataclismo cósmico. Yo ya no estaré aquí. Trescientos cincuenta ciclos es cuanto espero vivir. Cuatrocientos con suerte, si es que no caigo en una nueva misión sangrienta por culpa de esta plaga de torpes al frente de los servicios de información e inteligencia. Pero, ¿para qué hacen incursores espaciales si no es para levantarnos y seguir luchando una vez tras otra? Si sobrevivo hasta el retiro forzoso no alcanzo a imaginar cómo será mi vida de incursor retirado. Supongo que dormitando y recalentándome en algún mundo paradisíaco y húmedo densamente plagado de pantanos y lagunas hasta que me llegue el final.

Losange Sable

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