Me vengo fijando en las entrevistas que se hacen a escritores noveles, prestando atención a las preguntas y planteándome las respuestas que yo daría. Y ha habido una pregunta que me ha llamado la atención y me ha puesto a pensar. Sería incapaz de dar la respuesta de plástico que espera el entorno literario. Va en contra de mi naturaleza. Si no quieres saber qué pienso no me preguntes qué pienso… Ni siquiera utilizando otras formas como ¿qué te parecería…? o ¿cómo reaccionarías…? o ¿qué crees que…? Responderé lo que pienso sin importarme si doy la respuesta esperada. Por supuesto que sé utilizar, cuando la situación lo requiere, la única mentira que puede presentarse con un traje decente, que es la mentira piadosa. Pero este no es el caso. No recuerdo el tenor literal de la pregunta pero creo ser fiel a su espíritu (recordemos que se la hacen a un escritor novel): ¿qué te parecería si de repente vieras que tu libro se ha replicado y se ofrece gratuitamente en Internet? El hombre entrevistado dio la respuesta acertada y se encendió la bombillita, pero yo paré el vídeo… Mi respuesta, que aunque no te interese la voy a dejar…
Una nueva moda, entre infantil y bobalicona, asalta la cartelería española. Abarca desde pueblos de gallinero, donde las encargadas de actividades variopintas remedan los actos de ciudades de tercera, hasta los comunicados de la Benemérita y bienintencionada Guardia Civil, aunque ignara en asuntos lingüísticos y estilísticos. Las buenas intenciones no son suficientes. Y alientan la infantilización que padece la sociedad, de la que nos advierten continuamente los psicólogos (otra cosa será que el ciudadano repare en sus advertencias). La infantilización de la sociedad nos empapa a todos en nuestras manifestaciones públicas, desde humanizar mascotas y hablar con ellas y de ellas como si fueran chicuelos, hasta promulgar leyes que amparen a extraños como Quijotes que reparten panes con el Erario público —que siendo público no es de ellos—. Vengo observando que las encargadas de confeccionar carteles para redes sociales, curiosamente empleadas de Administraciones públicas, pierden el tiempo que les paga el contribuyente buscando iconitos chorras con los que ilustrar una idea, un cartel, un aviso que viajará por los mares interneteros. Los emoticonos surgieron como necesidad para expresar ciertas emociones de forma que enriquecieran el texto plano en los chats de la incipiente Internet. Se limitaban a expresar emociones sencillas…
Me han hecho llegar este decálogo propuesto por Alan Heathcock que consta de 27 consejos para escribir historias. Como todo decálogo que se precie, evita constreñirse a diez puntos y enumera tantos como le hacen falta. Si bien aporta buenas ideas, la mayor parte de las sugerencias están enviadas al decálogo desde el punto de vista del escritor estajanovista. Si sigues este último enlace sabrás qué pienso de los artesanos estajanovistas que se dedican al oficio de escribir, que alardean de serlo y hacen creer al neófito que la suya es la única forma honrada de escribir. Yo, si no tengo nada que decir, no me pongo a escribir. Ignoro cuál será la calidad de la historia que puedo llegar a pintar sobre el lienzo blanco de la página, pero he de tener qué pintar en ese lienzo. El artista pinta cuando le viene en gana. Cuando está inspirado. Cuando tiene algo que pintar. Si se le obliga a pintar, pintará con brocha. Escribir por escribir lo puede hacer cualquiera. Rula por los mentideros literarios un sofisma que postula que escribiendo un cuento cada semana durante un año, al final se tendrán algunos cuentos buenos bajo la peregrina idea de…
Peino canas con más de medio siglo a cuestas, así que he asistido al deterioro de esta sociedad, o quizá civilización. Recuerdo con cariño cómo mis profesores nos enseñaban a pensar por nosotros mismos, y recuerdo cómo incentivaban nuestra memoria dejándonos salir al recreo en cuanto aprendiéramos la fábula del día: Un pescador, vecino de Bilbao… (Hartzenbusch) Envidiando la suerte del cochino… (Samaniego) Oyendo un tordo hablar a un papagayo… (Iriarte) Además de engrasar la memoria para otras necesidades, comprendíamos la moraleja, pues existía un apartado en la asignatura de Literatura que llamaban comprensión lectora, donde te obligaban a expresarte con propiedad (sí, te obligaban…). Hoy, donde la memorización está denostada en aras de una globalización intelectual que nos iguala a la baja; donde está tan mal visto que los niños no aprueben su curso que el (funesto) Ministerio de Ineducación acaba de sacar una ley con la que es posible aprobar un curso tan singular como el bachiller con una asignatura suspensa; hoy, decía, la sociedad, o tal vez la civilización, está perdida (a mi modesto modo de ver, claro). Hoy no sólo son los ninis, sino sus propios profesores —los verdaderos ninis, pues el acrónimo se construyó para…
Si nos hacemos una herida y, mientras sana, hurgamos en ella, alteramos su cicatrización y corremos riesgo de infección. Podemos utilizar este elemental principio de primeros auxilios como símil para las heridas sociales, aunque corremos el riesgo que conllevan los símiles: en su esencia, sólo una patata se parece a otra patata. NO ENTIENDO cómo algunos escritores se han puesto a escribir con alegría de los años de plomo que nos infligió la ETA. Quizá les sea aplicable la fábula de los ratones que querían ponerle un cascabel al gato y sólo cuando la banda terrorista dio su último coletazo es que estos pequeños roedores se han atrevido a poner negro sobre blanco su particular visión. Explotan el dolor ajeno para beneficio propio, sin importarles si la herida está cicatrizada o no. Quizá hayan encontrado la olla de oro enterrada en el patio de su casa y se crean con derecho a esquilmarla (»final del segundo párrafo). Pero la olla es de todos los que la padecieron, y deberían pedir permiso a todos los damnificados, que los hubo, como en todo conflicto. Me van a argumentar que no pueden conseguir tal permiso; pues entonces no pueden escribir de ello hasta…
Hace varias semanas que no dejo constancia de entrevistas a cuentistas y novelistas. Pensé que la etiqueta me iba a dar más juego. Peeerooo… voy dándome cuenta de que (casi) todas las entrevistas ahora son antientrevistas a salvapatrias. Me explico en dos párrafos. Cuando leo una entrevista quiero escuchar al cuentista hablar de aquello que Millás denominó, en una buena entrevista que le hicieron en Andalucía TV, la cocina del escritor. Y yo aún diría más (con el permiso de Hernández y Fernández): quiero que el entrevistado me cuente cómo fue la cocina particular del cuento o de la novela. Para que los escritores me expliquen cómo librarían ellos al país y al mundo completo de las maldades que les acechan, ya tengo a los incompetentes salvapatrias profesionales. Si los escritores quieren predicar su catecismo ideológico, que se metan en política. Estoy con Francisco Umbral en la exposición que hace en este vídeo, y que Camilo José Cela corrobora (durante el primer minuto y medio): Lo que está ocurriendo es que ahora son los autores quienes entran al trapo muy a gusto. Les ponen un micrófono delante y nos catequizan sin piedad y sin importarles que su visión…
Me gustan los cuentos crudos (es algo ineluctable), y entre ellos destacan los cuentos de frontera. Ha llegado el momento de definir este tipo de cuentos a fin de saber dónde buscarlos. Es obvio que esta temática cuentística va a darse en lugares fronterizos: un cuento que transcurra a lo largo de una frontera artificial va a ser necesariamente un cuento de frontera. Es posible que se nos relate el comercio que existe entre batalla y batalla, o el cruce ilegal de la frontera en tiempos de paz… La vida fronteriza, en resumidas cuentas. Pero quiero entender los cuentos de frontera en un sentido lato. No hace falta una línea dibujada sobre un mapa para encontrar cuentos fronterizos. Mejor defino qué entiendo por cuentos de frontera. Son cuentos de frontera aquellas narraciones donde confluyen y se confrontan dos culturas o dos civilizaciones en un espacio determinado. El choque al que abocan diferencias culturales, socioeconómicas y de otra índole, suele reflejarse de forma descarnada en estos cuentos, aunque no es obligado que se nos relaten siempre enfrentamientos y luchas. Encontraremos muchos cuentos de frontera entre los cuentos bélicos de cualquier época (la invasión, las batallas, la expulsión) y entre los cuentos…
Un error (forzado) que cometen las editoriales, que tampoco es que tengan tiempo para mirar por la ventanilla del tren en el que están subidas, es ignorar a los autores sin rostro, sin nombre en concursos (leo cuentos estremecedores que jamás ganarán un concurso y he leído los cuentos insípidos de una escritora que gana todos los concursos), y sin título universitario que respalde una formación reglada. Olvidan que la vía académica no es la única vía para adquirir conocimientos válidos. Digamos que la creatividad te la matan en la universidad, sobre todo si con la que te han echado al mundo es limitada hasta para felicitar las pascuas. Así que a mayor titulación (licenciatura, máster, doctorado) te es más difícil salirte del pasillo que te has trillado en los años de uni. Ese pasillo te acompañará a lo largo de tu vida; avanzarás, pero sus paredes serán tus límites. Y en carreras humanísticas más que en las científicas. Un científico (un cirujano traumatólogo, por ejemplo) está siempre pendiente de la innovación. Seamos sinceros… la innovación nutre al científico; el humanista la teme. La editoriales españolas están copadas por filólogos, traductores, científicos de la información (!?!), algún filósofo (más bien…
Me tengo por buen observador. Igual no lo soy tanto como yo creo, pero es una de esas características que, imposible de medir, sí permite comparación. Y mi ojo articulista debe ser más observador que mi ojo cuentista, así que ahí va este artículo, redactado en primera persona del plural para no zaherir susceptibilidades. He observado, hablando con lectores, que a la hora de leer un cuento (o novela) anteponemos nuestras convicciones para juzgar el texto que cae en nuestras manos. Si el cuento no comulga con nuestras convicciones, no damos el paso a valorarlo literariamente. Esta sociedad que hemos construido entre todos (quizá vivimos en la peor sociedad que podíamos haber construido —gracias Mayda por la frase—) nos ha perfilado una mente maniquea: o me gusta o no me gusta. Pero por debajo del discernimiento nos horada la corriente de nuestras convicciones políticas, que lamentablemente han vuelto a dividir a la sociedad. Antes (y no sé muy bien qué tiempo es «antes») veíamos con distancia a las personas cuya vida era la adhesión política, y nos compadecíamos de su afición seguidista. Ahora todos nos adscribimos a una causa, y vemos con distancia a quien no defiende ningún credo político….
Una vez, hace muchos muchos años…, era yo jovenzuelo imprudente, todo arrojo y gallardía, un carpintero bastante mayor que yo me dijo en franco tono de admonición (no era Jesús, pero era Ángel): Tú puedes decir que tu pan es bueno; incluso puedes decir que tu pan es el mejor. Lo que no puedes decir es que el pan de los demás es malo. Frase lapidaria que no necesita explicación. Pero encuentro entre las gentes que escriben (y les presuponemos capacidad intelectiva) la mala praxis de criticar a escritores que les precedieron. Es un vicio muy extendido (de ahí la admonición del carpintero). Pero no es lo mismo criticar en petit comité que hacerlo en un medio de comunicación de masas. Una cosa es hacerlo entre chavales de barrio y otra que lo hagan personas que escriben y que pretenden parecer respetables. Son vilipendios inadmisibles con los que pretenden eliminar a quien entienden como rival directo y obstáculo para su lucimiento profesional. Tiran contra compañeros de arte consagrados y fallecidos (hablar mal de quien no puede replicar implica un desdoro personal). Aunque sólo tienen bala de fogueo, que únicamente produce estampido y llamarada. Sus dardos no hacen diana, pero ellos,…
Si soy heterosexual, y no escribo sobre homosexuales, se me acusará de homóbofo (o heteropatriarcal, o machirulo, o vete a saber qué…). Pero… Si soy heterosexual, y escribo sobre homosexuales, se me acusará de apropiación cultural. Entonces… Si soy heterosexual, y no escribo sobre lo que me dé la gana, me estoy autocensurando. Y… Si soy heterosexual, y escribo diciendo lo que me dé la gana, me tildarán de… o facha o perroflauta (según el mainstream que afecte al crítico). Mejor me quedo callado… ¡O MEJOR NO!