La cocina del escritor.— El cuento surge como crítica y protesta a la situación a la que ha llegado nuestra sociedad por colocar gente desnortada e ignorante al frente de instituciones públicas, gente a la que todo le da igual: sólo buscan satisfacer su egotismo, su afán de protagonismo. Es un cuento que tiene poco recorrido; ya dijo Antón Chéjov que es necesario huir del momentismo si queremos que nuestra obra permanezca. Pero qué carajo… me apetecía recrear esta escena, esperando a los invasores a pie de costa, haciendo con el título un humilde homenaje a Dino Buzzati y su El desierto de los tártaros. La palabra «bárbaros» ya estaba cogida por J.M. Coetzee en su novela Esperando a los bárbaros, así que tuve que ingeniármelas para encontrar una palabra que tuviera similifonía con «tártaros». El lector atento descubrirá varios guiños a la actualidad política nacional (lo escribí hace ocho meses). La costa de los ácaros ¿Cómo leer un archivo ePUB? La costa de los ácaros ** (cuento – 1.456 palabras ≈ 6 minutos) Dedicado al coronel Pedro Baños Si me llegan a decir que iba a acabar haciendo imaginarias en la costa, me hubiera metido a la construcción de cabeza. No…
Este cuento, a medio camino entre la distopía, el chiste y la crítica, me fue regalado en agosto de 2016. Iba de camino a casa en el Alvia, tras aterrizar en Barajas y pasarme toda una noche toledana de lectura histórica por mor de las pésimas combinaciones, cuando subió un señor de avanzada edad en una de las ciudades intermedias. Tenía reservado el asiento contiguo al mío, y tras darme los buenos días se repantigó a gusto en su butaca. Yo iba medio dormido, medio hambriento, medio rememorando mi lectura nocturna, cuando el hombre, del que recuerdo su enorme tamaño y su mostacho entrecano, soltó una exclamación. Con toda su educación me pidió disculpas, y me explicó que era lector de cuentos, y que lo que acababa de leer le había provocado esa exhalación. De repente se animó mi viaje. No es común que alguien se confiese lector de cuentos, y allí, el sistema informático de la Renfe, había reunido a dos cuentoheridos. Nos presentamos y la charla duró hasta Oviedo, donde yo me apeaba. Él continuaba viaje hasta Gijón. Pero antes de despedirnos me regaló unas cuartillas con el cuento que hoy subo al blog. Lamentablemente no está firmado y…
Hoy, sin empacho pero también sin arrogancia, me atrevo a presentar un cuento distópico. Es un cuento candidato a formar parte de uno de mis ebooks. Recién salido del horno, aún sin enfriar, todavía le falta algún aderezo. Pero ya puedes probar si tiene inconsistencias argumentales o incongruencias formales. Edito: el cuento ha sido pulido con el paso del tiempo y aquí presento una versión final aunque nunca definitiva. Después de armarlo y montarlo, lo he tenido que someter a una sesión de calafateado… Mis betalectores, a los que estoy muy agradecido, me señalaron un par de agujeros por los que entraba agua. Ahora las juntas están selladas… O eso creo. Que no entre luz no quiere decir que no se filtre agua. En este tipo de cuentos un pequeño poro en su redacción puede hundir el artefacto. Si se descubre a tiempo se parchea. Pero si el cuento crece en torno a él, puede quedar arruinado. El anacoluto aguarda emboscado en una elipsis bienintencionada o en un pleonasmo desafortunado para desarbolar el cuento que se ha llevado jornadas de planificación y visualización, horas de modelaje ante la pantalla, y muchas más horas de desbastado, pulido y lijado: añadir, suprimir,…