—Llevo días dando vueltas a la idea de reflejar gráficamente la infraestructura de un cuento. Sabes que, por definición, las infraestructuras no se ven; extrayendo un diagrama veríamos el armazón sobre el que está construido el cuento. »He pensado basarme en seis parámetros que constituirían el genotipo del cuento para que aflore visualmente la construcción interna de cada uno. Seis puede ser una cantidad apropiada. Dibuja un hexágono y traza sus radios, Catón. —¿Estás seguro de que servirá para algo? —Pues no lo tengo muy claro; quizá acabe siendo una fábula milesia más, pero tengo una idea en mente. —No me hagas trabajar en balde: ¡cuéntamela! —Verás… Con este trabajo obtendremos para cada cuento una figura dentro del hexágono. La idea es que cuanto mayor sea su área más se ajustará el cuento analizado a los parámetros considerados clásicos en la narrativa. —Pero no entiendo qué utilidad tendrá. —Quiero obtener las gráficas de una quincena de cuentos para compararlas. Hemos de elegir con cuidado esos quince primeros cuentos. Al final veremos si podemos sacar conclusiones analizando cada genotipo. —Bueno… Con esto que dices… quizá sí tenga alguna utilidad. Dime qué voy haciendo. —Ve nominando los radios. Comienza con el que…
Charlando de cuentos con una amiga, hablando de qué puede interesar más a una editorial, ha surgido un debate. Identificamos en los cuentos dos cualidades: su fuerza y su belleza. Quede claro que la medición de estas cualidades va a ser siempre subjetiva. Definimos como belleza del cuento la elegante prosa con que está escrito, próxima al lenguaje lírico, habiéndose escogido con esmero las palabras, el ritmo, la sonoridad… incluso las pausas. Entendemos por belleza el cómo está contado el cuento. La belleza exalta las emociones. Por la fuerza del cuento entendemos su capacidad para epatar, para alterar el ánimo, para inducir a reflexión… y hasta para anidar en la mente del lector. Por fuerza entendemos el qué cuenta el cuento. La fuerza exalta las pasiones. Ambas cualidades no se excluyen mutuamente. Un buen cuento debería estar escrito con bellas palabras y poseer gran fuerza, pero mucho me temo que eso queda reservado únicamente a los grandes maestros cuentistas: Chéjov, Quiroga, Maupassant, Bosch, Poe, Rulfo, Kipling, Cortázar… Andando el debate, hemos establecido dos sistemas de calibración. El primero es una escala de 0 a 100 para cada una de estas dos cualidades. Un cuento podría tener 75 puntos de fuerza…
Son muchos los críticos y los expertos —cualidades que no siempre se dan en la misma persona— que aseguran que el cuento está próximo a la poesía. Yo siempre he creído que el cuento estaba más próximo a la novela y al teatro. Aunque no se dan en mis cuentos, entiendo las razones que existen para conectar cuento y poesía. Si estoy en lo cierto, el cuento estaría en el centro de una i griega, donde convergerían los tres géneros literarios clásicos: lírica (poesía), dramaturgia (teatro) y narrativa (novela). Rizaré el rizo y dibujaré un tetraedro regular: En cada ángulo de esta pirámide situaremos uno de los cuatro géneros literarios actuales… los tres ya expuestos más el género didáctico. Entre otros subgéneros, la fábula pertenece a la didáctica literaria. Y es obvio que el cuento también se halla próximo a la fábula. Por tanto, el cuento estaría en algún lugar cercano al centro de gravedad de figura geométrica tan estable como es el tetraedro regular. Las historias que tanto nos gustan podemos escucharlas, leerlas o asistir a su representación. El cuento se disfruta de todas estas formas. La oralidad es el vehículo de la mayor parte de las historias que nos…
En sus cursos de creación literaria, uno de los gurúes de este pasatiempo que es escribir (pasatiempo que algunos agraciados consiguen monetizar suculentamente) repite sin desmayo que hay que abrirse en canal para escribir, volcar sobre la pantalla o página en blanco todo lo que uno tiene dentro, vaciarse, desnudarse ante el lector y, en fin, mil metáforas más para venir a decir que lo conveniente es contar las propias interioridades de cada uno para triunfar en este arte de la escritura. No seré yo quien lleve la contraria a Tom Spanbauer que, así como otros han conseguido rentabilizar el vicio de escribir, él ha conseguido vivir del vicio de los demás. Y a fe que le va bien, porque algunos de sus alumnos han triunfado en el mundejo editorial (lo que nunca es sinónimo de calidad, dicho sea de paso) y —lo que es más sustancioso— han triunfado en el inframundo literario del cine, convertido desde hace décadas en supramundo de los negocios y el glamur. Entre sus más notables alumnos se encuentra el señor Palahniuk, autor de la novela El club de la lucha, célebre por su versión cinematográfica homónima. Este exhibicionismo literario nunca me ha satisfecho. A…
Caballero Bonald ha dicho recientemente: La literatura que se limita a contar historias no pasa de ser una crónica periodística, pierde su condición de literatura. La literatura es el arte de crear una nueva realidad, de interpretar estéticamente el mundo, no de copiarlo. A falta de matices, esta declaración ha vuelto a lanzar por noningentésima nonagésima nona vez el viejo debate: ¿debe considerarse sólo literatura lo escrito con acúmulo de raros sustantivos a los que se anejan bellos adjetivos, y verbos insólitos con adverbios rebuscados? Los que no tenemos el hablar liso y llano por demérito sonreímos ante afirmaciones de este tipo (de esta clase quiero decir, no de Caballero Bonald, al que nunca cometería la bajeza de motejar como tipo… vaya desde estas misérrimas líneas mi reconocimiento para el maestro). Arriba un mar de autores a las costas literarias que bien por incapacidad (que reconozco que es mi caso), por hastío o por pigricia (que creo que también es mi caso), o por considerar que los mensajes elaborados a base de lindas palabras, si bien activan la mente y ejercitan el pensamiento lateral a la par que avivan la imaginación, no impactan en el ánimo del lector con la…
Hace tiempo que no leo nada de Reverte. He dejado de leerle hace meses, cuando me pareció notar que este hombre había mutado en personaje, y que se produce como tal y no como un autor. Aunque cada cual está en su derecho de expresarse como le venga en gana, los personajes, aun tratándose del excelso don Quijote o de la eximia Lolita, son caricaturas de la realidad. Hoy he picado ante un titular que me invitaba a leer lo que Reverte (personaje o autor) dice de la autocensura, de moda a raíz de las nuevas tecnologías: «Pérez-Reverte: «La autocensura nos está tapando la boca»». ¿Y qué dice de este tema? Pues que la autocensura es culpa de los demás… ¡Vaya!, esto es nuevo en Reverte. En lugar de decir gallardamente que no tenemos cojones para enfrentarnos a grupos organizados que se producen agresivamente disparando infección desde un forúnculo de una red social, Reverte culpabiliza a los otros. Si algo es AUTO- a mí no me cabe duda de que la culpa es de uno mismo; maquillarlo no sirve de mucho. En una ocasión me regalaron un adagio: «No digas ‘me han hecho’; di ‘he dejado que me hagan’». Las…
Críticos reconocidos y reputados escritores emparejan cuento y poesía parangonando la belleza que emana de ambas composiciones. No es sabio contradecir a la elite de las justas literarias (maguer estén confundidas). Yo debo reconocer que mis cuentos carecen de la belleza que aporta el sello del poeta. Soy consciente de que no me ha sido dado alcanzar el embeleso del requiebro literario (y huyo de su embeleco). Pero honestamente creo que ese bello envoltorio desluciría el tipo de cuento que me place escribir. Mis cuentos son desabridos, y para lucir entiendo que deben ser ajenos a florituras, aunque de vez en cuando me pueda caer en ellos una fragancia por aquí o un acorde por allá. Mis cuentos crudos mantienen con los cuentos bellos la misma relación que pueden tener una linda mujer o un hombre hermoso con un cuerpo burdo y tosco. Pero si los desollamos y dejamos a la vista el primer armazón, el de músculos y tendones, encontraríamos escasa diferencia entre un cuerpo de perfectas proporciones y otro deformado por las duras labores en la mina o la cantera, maltratado por las insanas y repetidas faenas en una chalupa o detrás del arado. A la vista el…