Aviso a navegantes En España estamos hasta los mismos de los extremismos… porque son los mismos.
Una nueva moda, entre infantil y bobalicona, asalta la cartelería española. Abarca desde pueblos de gallinero, donde las encargadas de actividades variopintas remedan los actos de ciudades de tercera, hasta los comunicados de la Benemérita y bienintencionada Guardia Civil, aunque ignara en asuntos lingüísticos y estilísticos. Las buenas intenciones no son suficientes. Y alientan la infantilización que padece la sociedad, de la que nos advierten continuamente los psicólogos (otra cosa será que el ciudadano repare en sus advertencias). La infantilización de la sociedad nos empapa a todos en nuestras manifestaciones públicas, desde humanizar mascotas y hablar con ellas y de ellas como si fueran chicuelos, hasta promulgar leyes que amparen a extraños como Quijotes que reparten panes con el Erario público —que siendo público no es de ellos—. Vengo observando que las encargadas de confeccionar carteles para redes sociales, curiosamente empleadas de Administraciones públicas, pierden el tiempo que les paga el contribuyente buscando iconitos chorras con los que ilustrar una idea, un cartel, un aviso que viajará por los mares interneteros. Los emoticonos surgieron como necesidad para expresar ciertas emociones de forma que enriquecieran el texto plano en los chats de la incipiente Internet. Se limitaban a expresar emociones sencillas…
Nos encerramos en casa a todo correr, sin saber qué iba a pasar mañana, sin saber cómo iba a ser el día de mañana, sin saber siquiera si habría un mañana en el que poder vivir. Y escribí un par de microcuentos sobre el confinamiento. Pensé publicarlos al ritmo de la serie de microcuentos —un par de ellos por semana—, pero empezaron a salirme más y enseguida llegué a los veinte. Viendo que había alcanzado la treintena en un santiamén, decidí publicar dos por día durante el confinamiento. Por algún motivo no tenía mente más que para estos microcuentos —he llegado a publicar diez en un día—. Ni me apetecía leer ni tenía ganas de escribir nada. No es que el tema me atrajera… creo que el hecho de componer microcuentos me sedujo, un subgénero del cuento al que no había prestado más atención que la asistencia a un curso impartido por Sofía Rhei. Supongo que encontré un tema dúctil y maleable al que sacar punta. No tengo ni idea de si entre los 360 que he acabado escribiendo hay alguno con calidad. Quizá los primeros sean más flojos. Pero del conjunto estoy contento. No me apetece tenerlos distribuidos en…
Con la nueva vida a que tenemos derecho tras el apocalipsis vírico, llegan nuevas expectativas en el acceso a la información. Tras la pandemia y el enclaustramiento –forzoso y no voluntario– del rebaño, la sociedad (el rebaño) continúa infantilizada y son muchos los que celebran que no se mostraran las crudas imágenes de la mortandad que ha supuesto el virus, y defienden que una pandemia de aplausos y música en los balcones ha sido lo mejor para la supuesta salud mental del rebaño (sociedad infantilizada a la que no se le puede decir la verdad, ni siquiera enseñar un ataúd…). Digo, que tras la escalada en la crispación y el enfrentamiento social, y la guerra civil larvada por el control de la información y de la desinformación –por el momento sin tiros–, llega una nueva anormalidad sin música de balcón para amenizar el vermú, aunque en esta anormalidad han surgido policías de balcón –delatar siempre tiene ese componente de poder, de maldad y de secreto–. Y tras la nueva normalidad llega la próxima normalidad en los medios de comunicación. Antes del encierro algunos medios de comunicación habían optado por seleccionar unas noticias que sólo podían leerse mediante suscripción (pagando). Otros…
Cometroles y cagabáratros Comía cristales que sazonaba con el ácido de las baterías. No imaginas a qué olían sus deposiciones, pero en cien metros a la redonda, ni fauna ni flora sobrevivían al mefítico vaho de sus efluvios. Paradoja Acusaba al prójimo de incitar al odio. Con su acusación, él incitaba al odio contra ese prójimo, y pretendía ser un salvapatrias.
En qué se parecen un huevo y una castaña.
Glotona Rosamunda comía con ambición, y acabó atoando una popa tan ancha que para entrar se tenía que escorar. Cuando se le escapó un cuesco en la oficina, hubo varios resfriados. Danza de Tragones De familia gruesa y obesa, empezó a trabajar en una carnicería. Barata la carne, los atracones familiares fueron monumentales. Las sobrinas tuvieron que hacer un curso para aprender a caminar y respirar a la vez.
«Relato es el contenido, cuento es el continente. Para el cervecero no es lo mismo una caña, un botellín o una lata, aunque todo sea cerveza».
Siete meses Recostado en la cama, vio pasar la mañana. Dejó que la tarde desfilara también ante sus ojos. Cuando llamó la noche, salió de la casa y aún no ha vuelto. Diversión eocena En Internet no encontraba nada interesante. Buceó entre los mil canales de pago, radios incluidas, pero tampoco había nada que le satisficiera. Aburrido, rebuscó entre las cajas del garaje, rescatando una versión completa del Quijote. Lleva tres relecturas seguidas.