Caprichos que te cuestan un ojo de la cara (cuento – 187 palabras ≈ 1 minuto) Paseo por el camino de un monte cercano al poblado. Un tipo me sale al paso: parece alarmado. Me pregunta si traigo perro. No tengo perro. Es que, me dice, el mío es muy peleón. Un staffordshire bull terrier que mete respeto con solo verlo. Sigo adelante y entonces el chucho, que está suelto en una finca abierta, ladra desaforadamente. Ate al perro, por favor, le pido. No hace nada; camine tranquilo. De tranquilo nada, ¡leches!, pienso. Ese can me cruje en dos tarascadas. Ate al perro por favor. Usted siga por el camino, que el perro no le va a hacer nada. Doy dos pasos por el sendero y el perro sale de la finca con muy mala pinta, gruñendo y con la mirada clavada en mí, quizá por no obedecer su advertencia. Miro atrás y doy un silbidito. Aparece mi cunaguaro, que dilacera al perro en un santiamén y luego se lo come. El hortelano se ha quedado de piedra: parece una estatua, inmóvil y blanco. Ya le dije que no tengo perro. Hoy también me ahorro la cena del cunaguaro, que me está arruinando. Losange Sable |
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