Incapacitación judicial

8 de noviembre de 2020

Lo mío es contar cuentos. Sin embargo he pillado una racha de artículos donde he abandonado los visos literarios previstos para este blog. Pero es que un escritor no puede permanecer callado ni puede dejar de escribir. Así que hoy te traigo un novedoso cuento de terror, con un payaso y un bufón que te perseguirán allá adonde vayas.

Mi cuento es de terror coral dado que afecta a un conjunto de la sociedad. La novedad estriba en que la presentación se cuenta con supuestos en la imaginación (?!!), el núcleo se va desplegando de la imaginación al mundo real, y el desenlace llega en forma de pregunta cuya respuesta sólo admite un sí o un no. Y en nuestro desconocimiento radica lo terrorífico: la ausencia del sí o la posibilidad del no. Comienza mi cuento.

Imaginemos un gran país, como los USA. O imaginemos un país venido a menos, encogido, que fue más poderoso en su tiempo que los USA, Rusia y la China actuales juntos.

Ahora imaginemos a su presidente del gobierno. Un tipo carismático, gallardo, apuesto y apolíneo; talentoso, previsor, experto y muy capaz, que ha logrado el respaldo de la mayoría de sus conciudadanos con las habituales reticencias de la contra.

Ese presidente debuta en su cargo haciendo un gran trabajo. Baja el paro, suben las exportaciones, crece el producto interior bruto… Bueno, espera, que se trata de imaginar cosas posibles, no imposibles.

Ese modélico presidente, de pronto, de la noche a la mañana, comienza a tomar decisiones mediocres, a dar órdenes contradictorias. En un mes ha mandado pintar su dormitorio de diez colores diferentes. Cancela contratos internacionales que llevan detrás años de trabajo diplomático. Tira de aquí, recorta de allá, y el caos social empieza a dibujarse en el país. Primero con atonía en su liderazgo. Pero cuando toma decisiones que destruyen el bienestar del país, los ciudadanos se ven aglutinados en dos bandos: los que dicen que sus motivos tendrá y los que dicen que se le ha muerto Merlín.

Lo cierto es que nadie sabe la verdad, pero un día que corría solo por un inmenso parque acotado, resbaló y se llevó un fuerte golpe en la parte posterior de la cabeza. O quizá un gen regresivo ha comenzado a abrirse paso en su red neuronal. O tal vez un sentimiento de megalomanía larvado desde la infancia ha despertado y se desboca en su mente.

En realidad el motivo de semejante comportamiento es irrelevante para mi ejercicio de imaginación. Estoy hablando de algo perfectamente posible. Una persona excelente en su campo en la que alguna enfermedad mental o un trastorno cognitivo comienza a manifestársele arbitraria o aleatoriamente. Quizá una esquizofrenia, una psicopatía, una paranoia, o un doppelgänger al uso (desdoblamiento y alteración de la personalidad).

Pensemos también que el presidente podría estar siendo víctima de los poderes psíquicos de un bufón contrahecho a sueldo de una potencia extranjera, o de los desnortados delirios de un chalado majarón en el que nadie había reparado. O que ha creado con ese ser astroso una relación de dependencia como las que la ciencia psiquiátrica tiene descritas en su catálogo de enfermedades y desviaciones mentales.

Para calibrar sus desvaríos inventaré hechos objetivos, mensurables, como regularizar hordas de extranjeros sin ningún criterio laboral, tan sólo por la posibilidad de que ante el nirvana que le suponga al forastero verse con todo tipo de derechos en un país ajeno al suyo, el agraciado le rinda su voto.

Hechos mensurables como regalar dinero a los vagos, nacionales y extranjeros, para que puedan vivir sin trabajar, otorgándoles todas las ventajas de que gozan los ciudadanos que sí producen: vivienda, sanidad, educación, alimentación, vestimenta gratuitas… Incluso facilitarles unos euros diarios para terracear en los bares, no fueran a quedarse sin vida social. Y por supuesto el derecho al voto.

Hechos objetivos como cargarse de un papirotazo los planes de educación, hipotecando el futuro de dos o tres generaciones de ciudadanos, convirtiéndolos peligrosa y aviesamente en dependientes del Estado, con el único objetivo de obtener el apoyo de sus rivales políticos.

Hechos mensurables como llevarse de farra veraniega a todos sus amigachos de la infancia a costa del Erario público para obtener su cuota de popularidad doméstica.

Hechos mensurables como gastarse el combustible del supersónico avión presidencial para acudir a un concierto con su mujer, y ser aclamado en olor de multitudes.

Hechos objetivos como colocar a su fregatriz señora en una cátedra universitaria sin haber pasado por las aulas universitarias, aprovechándose del espíritu apocado del rector y de su cohorte de pusilánimes y menguados mariachis sin que nadie se atreva a levantar la voz so pena de perder su muelle vida. Que aunque esta acción no le dé votos contantes sí le levanta la autoestima el poder demostrado.

Hechos objetivos como restar importancia a enfermedades que asolan el país y que generan miles y miles de muertos, delegando toda responsabilidad en un médico de cabecera, lo que si bien ni le da votos ni popularidad, piensa que al menos no la pierde.

Hechos objetivos como gestionar la mentira y la falsedad durante meses de crisis para acabar creando un comité que perseguirá todo lo que no concuerde con los desvaríos de su estresada mente presidencial.

Y ahora llega mi pregunta y el final del cuento.

¿Tienen las leyes de esos países previsto el mecanismo por el que el presidente pueda ser incapacitado legalmente? Por el bien del país, digo.

¿Existe en la legislación de esos países un mecanismo por el que se pueda incapacitar jurídicamente al presidente, ya sea un comité que él no haya nombrado a fin de evitar el clientelismo, ya sea un órgano unipersonal como un reyecito al sol o un presidente de la república, ya sea un órgano judicial o un instituto armado cuyas cúpulas se han reunido y deliberado sobre la conveniencia de inhabilitar al señor presidente?

Porque si no existe ese mecanismo, ¿a qué hemos estado jugando durante estos cuarenta años?

Y si existe, ¿a quién coño le corresponde apretar ese botón de una puta vez?

¿O hay que esperar a que tras perder las siguientes elecciones el presidente denuncie un fraude electoral en el que ni sus más fanáticos acólitos creen? No vivimos en un videojuego donde recuperaremos los cien puntos de vida la próxima vez que juguemos.

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