A principios de este siglo vivimos una fiebre de eufemismos generalizados. Uno de los más paradigmáticos es denominar operario de servicios múltiples a lo que siempre se ha llamado peón, pero centro de salud, punto limpio u oficina de empleo también siguen entre nosotros.
Este lenguaje engañoso, esquivo, hueco, falaz en su esencia pero casi poético en su concepción, nos llegó de la política nacional y de los políticos necesitados de sudokus lingüísticos. No es fácil dar con la tecla imaginativa, pero como ejercicio mental para su creación no está nada mal, aunque me temo que fueron los técnicos los que se trabajaron el apartado lingüístico-creativo.
Lamentablemente genera humo y la población, a veces más necesitada de soluciones que de crucigramas, se acaba tragando el humo conceptual. Y así nos tragamos perlas como segmento de ocio (el recreo), ataques selectivos (asesinatos) o panel vertical de información (el encerado), siendo el más rocambolesco y atrevido el de la alianza de las civilizaciones, porque ni siquiera se plasmó en nada coherente.
Acabando el segundo decenio del siglo, dando un salto mortal en el vacío conceptual, hemos hecho del oxímoron una guía, y así decimos sin empacho crecimiento–negativo, discriminación–positiva, aldea–global, comida–basura, realidad–virtual, religión–laica o deporte–profesional (los guiones son míos). Son pares de conceptos que se contradicen entre sí, y aunque en la literatura pueden entenderse oxímoros como ‘una luz cegadora‘ o ‘un silencio atronador‘, lo cierto es que no sirven para moverse eficientemente en el pragmático mundo de las cosas.
Quizá el más inverosímil en el que vivimos sea monarquía–parlamentaria. O gobierna uno o nos gobernamos todos, ¿no? Aunque viene pegando con fuerza el oxímoron bolche-rico. Aunque se creían extinguidos desde 1990, recientemente se ha descubierto en España una pareja de bolche-ricos anidando en la sierra madrileña.
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