A raíz del artículo del lunes me han enviado un enlace que te voy a mostrar, y desde el que hilvanaré una serie de temas hasta llegar a una conclusión lectora: vacaciones-mascotas-cuentario-distopía-apocalipsis-postapocalipsis-cuento. Te dejo una, creo, interesante charada.
Por lo que colijo del enlace que me han hecho llegar, el relajo vacacional que comentaba el lunes aumentará cuando las Administra(i)ciones, por la presión social, comiencen a conceder ‘bajas maternales’ por comprarse una nueva mascota.
Esta idea no ha entrado en mi libro Ciudad Perro, pero la historia que te cuento en el duodécimo cuento del libro, un cuento distópico de aquí al lado, todavía sigue siendo ficción. Ignoro cuánto queda para que se haga realidad (te lo bajarás gratis, pero lee los que van delante para entender ese «cuento número doce»).
En este comienzo de siglo hemos alcanzado las distopías que tanto temíamos en el siglo XX, y el fin del mundo era en 2020. Pero creímos que para el fin del mundo vendría un… un… un ‘tipe’, que los ángeles tampoco tienen sexo binario, y diría aquello de «los buenos a la derecha de dios padre y los malos a su izquierda» (curiosa esta arcaica división, ¿eh?).
Pues no, el fin del mundo consiste en que sigue habiendo un mañana pero que hoy se acabó lo que teníamos y entramos en una situación en que perdemos todo por lo que hemos trabajado, y luego, tras mil años, ya se verá qué queda. Por el camino dejaremos cultura, patrimonio, ciencia, infraestructura, educación, intelecto, tecnología, legislación, relaciones interpersonales e internacionales, conocimiento, derechos… Recuerdo que siempre que la humanidad ha dado pasos para atrás las mujeres han salido perdiendo. Ellas sabrán qué hacen con sus reivindicaciones acaloradas contra un sistema que dirigen ellas mismas, abrazando modos que no les garantizan los avances logrados.
Hace cuatro años se me ocurrió un cuento distópico y postapocalíptico. Si es postapocalíptico quiere decir que después del fin del mundo aún quedan humanos. Se cuenta desde una sala de reuniones del futuro. En aquel momento mis amigos entendieron el cuento como un chiste largo, como los que contaba Paco Gandía. No comprendieron mi mensaje quizá porque era muy agorero, quizá porque quedaba lejos, quizá por ambos motivos. Estos días alguno de esos amigos me lo ha recordado: Y el mundo se sumió en una Segunda Edad Oscura. (Me faltó ponerles mascarillas).
Como te había dicho, con todo este rollo te he recordado lecturas que tenías a tu disposición en este blog. No está mal, ¿eh?
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