El fin de los tiempos (cuento – 709 palabras ≈ 3 minutos) Hace muchos años vivía muy plácidamente, en un bucólico pueblecito, un científico que quiso complicarse la vida al expresar públicamente lo que iba en contra del sentir general. Sus vecinos, y todos sus compatriotas, se indignaron hasta tal punto que le llovieron amenazas de muerte. Incluso algunas fuerzas vivas, esas que siempre son fácticas y operan bajo mantos de sigilo, le conminaron a retractarse porque lo que decía el científico tenía pinta de ser falso. Y el científico, que quería morir de viejo y no víctima de la ira de un populacho enfervorizado por esos poderes que desde que el mundo es mundo han manejado las mentes de los hombres incultos, decidió hacer una higa a ese mismo mundo y desdecirse: Ahí os quedáis con vuestra burricie y con vuestra ignorancia, y a partir de entonces se dedicó al campo de las artes y a menesteres tecnológicos, donde siguió destacando como mente preclara que era. Algunos años después, otros científicos rescataron aquella aseveración y apoyaron la teoría de, a la sazón, su ya fallecido colega. De nuevo la turba se indignó, de nuevo agitada por poderes fácticos cuyas manos mecen la cuna, y de nuevo estos científicos fueron amenazados de muerte por contradecir las evidencias. Su proposición iba en contra de lo que todos los habitantes del planeta podían comprobar por sí mismos sin necesidad de los saberes científicos. ¿Cómo osaban contradecir sus propios sentidos? ¿Estaban ciegos o querían reírse de gente humilde y trabajadora, educada y tan religiosa que era temerosa de dios? Incluso los colegas coetáneos se indignaron y cargaron contra ellos en tertulias y cenáculos científicos. Esta vez los eruditos no se retractaron. Se les acusó de agitar a las masas, de promover disturbios, de pertenecer a sectas arcanas que pretendían subvertir el orden mundial. Ellos se defendieron diciendo que la ciencia no es creencia, y que la razón no acepta la superstición. Pasó el tiempo y los meses se convirtieron en años, los años en siglos, y todo el mundo ha terminado aceptando que la Tierra es la que rueda alrededor del Sol y no al revés, como engañosamente nos dictan los sentidos. Bueno, todos excepto una aldea de irreductibles terraplanistas a los que curiosamente ni se les amenaza ni se les conmina a retractarse. Y ahora, otros científicos, díscolos como aquellos, estudian el clima con métodos científicos, y llegan a conclusiones no tan concluyentes como a las que ha llegado una población tan cándida como ignorante en materia científica, una población alarmecida que fue jaleada por un político muy gore que perdió unas importantes elecciones, y la plebe ignara de nuevo se indigna con ellos y de nuevo les amenaza por oponerse científicamente al dogma de la hecatombe climática con la que los más agoreros nos advierten de castigos divinos en caso de no arrepentirnos: las aguas saldrán de sus cauces, el sol bajará a la Tierra, los hombres se aparearán con las bestias para procrear seres diabólicos… El fin de los tiempos se cierne sobre nosotros. Y no es que se opongan, sino que discrepan científicamente en matices, tiempos, intensidades, direcciones y sesgos que les generan dudas científicas que cualquier niña corta de trenzas y sin el bachillerato acabado está incapacitada de comprender. Pero les tiran piedras con ánimo de lapidarlos por ir contra la corriente cual salmón remontando el río. Incluso algunos de sus colegas científicos les conminan a no contradecir la corriente actual con el argumento de que si son buenos buenistas no verán recortadas las ayudas para proseguir su labor científica: las dudas no llevan a nada, la suerte está echada, y blablablá, pero no les convencen. Así que los poderes fácticos, la horda iletrada, las niñas cortas de trenzas y los colegas membrillos (blandos de carácter, dulces en el trato y con tembladera para tomar decisiones), continúan presionándoles, hostigándoles y amenazándoles porque llueve cuando no hace sol y hace sol sin que sepamos realmente cómo evoluciona el clima en medio de las eras interglaciares. (El político que perdió las elecciones está en paradero desconocido tras hacer caja). ¿Tendrán razón los de la irreductible aldea terraplanista? Al fin y al cabo, si las aguas se salen de sus cauces, el líquido elemento rebosará por los bordes de la Tierra plana… Losange Sable Dedicado a estos tres científicos iconoclastas |
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Viernes en Oviedo (1) – Qué cuento