Este año me propuse asistir al Celsius 232 desde el miércoles al sábado. Pero no pude cumplir con mi intención.
El miércoles 17 acudí después de comer y me di una vuelta por los puestos de la feria. Luego asistí a la primera parte del curso de microcuentos que impartía Sofía Rhei. Me fue de gran provecho. Empecé a cogerle gusto a este subgénero al que hasta ahora, justo es reconocerlo, había mirado de reojo.
Luego me dejé caer por alguna de las charlas que se ofrecían en la carpa y en el auditorio.
Una en la que tenía gran interés era la presentación de Rol para pequeños y grandes, con los autores del juego Pequeños detectives de monstruos, Patricia Blas y Álvaro Corcín. Todo cuanto decían era muy interesante, hasta que el moderador se sintió desplazado y comenzó a detallar a la audiencia sus supuestos logros como profesor de Primaria con los niños y los juegos de rol. Justo es olvidar su nombre, y hasta su apellido, cuya cuarta acepción en el DRAE da la perfecta medida de su egotismo. He estado curioseando en su blog y es patético. Hasta reconoce que ha cometido errores de bulto en el aprendizaje de sus alumnos.
Pero olvidando a este infumable personaje, tanto Patricia como Álvaro nos dejaron noticia de cómo fueron llevando a buen término su apuesta de un juego de rol para niños, y que además fuera de provecho para eliminar esos temores que asaltan a algunos niños (y que casi conscientemente les imbuimos los adultos, como si el niño no estuviera completo si no tiene un miedo cuando se encuentra solo en su habitación).
A continuación asistí a la presentación del libro La deriva, de José Antonio Cotrina, presentado por el siempre ameno David Lozano. Vaya diferencia de presentador, que sacó lo mejor que el entrevistado podía ofrecer al público.
Tras merendar fui a coger sitio (la carpa de actividades siempre está atestada de público) para la conferencia Entre la pluma y la espada: herramientas para narrar un duelo. Pelayo Mejido era el conferenciante, y aunque reconoció no ser escritor sí que dio el punto de vista de un buen lector y de todo un experto en esgrima antigua: espadas medievales (y posiblemente anteriores a esa época). Su visión de qué busca en la narración de un duelo en tanto que lector, pero con su ojo crítico de experto en el manejo de las espadas, fue más que interesante, y anoté un par de ideas; aunque mis duelos narrados, hasta el momento, siempre han sido a puñetazos.
Si algún día he de narrar una lucha con espadas, haré por volver a verle. Lo mismo me surge narrar un enfrentamiento con puñales o dagas… o a navajazos, tanto da.
Al día siguiente, jueves 18, volví a asistir al curso de microcuentos de Sofía Rhei. Todo un acierto. Era un curso que se extendía en tres partes. Si bien no escribí in situ los ejercicios propuestos por Sofía, los iba haciendo mentalmente. Me hubiera gustado charlar con ella en un aparte, pero tanto el miércoles como el jueves me dijo que estaba muy ocupada tras los cursos. Otra vez será. Esta chavala tiene mucho que aportar. No asistí a la tercera y última parte del curso, por el motivo que veréis más adelante.
Luego estuve charlando con algunos visitantes del Celsius 232, y en la zona de editores eché en falta a Mayda y su Huso Editorial. Me hubiera gustado saber si mis saludos del año pasado le llegaron a Pedro Juan Gutiérrez en La Habana.
Luego fui hasta el maravilloso parque al que se accede por mitad de la Casa de Cultura de Avilés. Todo un lujo. Allí estaban citados los muchachos de la Escuela Asturiana de Esgrima Antigua, con Pelayo Mejido al frente. Después de una docta exhibición con armas de todo tipo y peso, hablando de los usos, las modas y la evolución, de los tiempos y de los objetivos de cada una, puede charlar con él antes de que se pusiera a impartir un cursillo de esgrima antigua a los más lanzados.
Pelayo Mejido en plena acción
Para mí, allí acabó mi periplo. Al no haber dónde sentarse, estuve de pie toda una hora. Y mi lumbalgia crónica se reveló al día siguiente y me postró en la cama; y aún me duró todo el fin de semana.
Pero como estas cosas de los músculos y los nervios no duelen hasta que no se enfrían, aún puede asistir a la charla con el cuentista Jon Bilbao.
En un auditorio con un público muy atento, el riosellano nos estuvo explicando sus inicios en el mundo editorial. Cómo fraguó sus cuentarios y sus proyectos actuales, que por lo visto se encaminan hacia guionizar novela gráfica, aunque volverá al cuento.
Jon Bilbao entrevistado por Laura Fernández
Cuando terminamos visité la cafetería de la Casa de Cultura, que atiende un natural del pueblo en el que ahora vivo, y charlamos de algunas particularidades.
Al salir me topo con el mismísimo Jon Bilbao, que disfrutaba del Celsius con su mujer y sus hijos. Aproveché para abordarle sin cansar. Cambiamos impresiones. Se interesó cuando le dije que vivo en un pueblo cercano a Ribadesella. Luego le solté unas de mis perlas; en cuanto mencionó los «relatos», le corregí: «se llaman cuentos, no relatos; no existe ningún género literario llamado relato».
Jon se quedó pensando unos instantes y me respondió: «es cierto… además, hay cuentistas, no hay relatistas». Y a partir de ahora voy a aplicar su frase como coda a mi aserto, con el que se han mostrado de acuerdo Lorenzo Silva y Víctor del Árbol en cuanto se lo he hecho ver. José María Merino, en el Aula Magna de la Universidad de Oviedo, y Cristina Fernández Cubas, en el encuentro con clubes de lectura asturianos, celebrado en Quirós, siempre hablaron de cuento, y usaron el término «relato» como lo que es, un hiperónimo. Mariana Enríquez, en el Celsius 232 del año pasado, no usó la palabra relato. En Hispanoamérica lo tienen mucho más claro que nosotros, y no huyen del cuento buscando una supuesta adultez en el «relato».
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