Me acaba de enviar uno de mis betalectores un texto del que quiero dejar constancia. Se trata de un artículo de opinión sobre el librito El ruletista, del rumano Mircea Cartarescu, en el que tan sólo se recoge el cuento del mismo título (precisamente se lo regalé a esta betalectora va a hacer un año ahora, con motivo de la feria LibrOviedo).
Quiero llamar la atención sobre la valentía del articulista al dejar escrita alguna idea que puede levantar callo. Carlos Velázquez es también cuentista y (alguno dirá que) de los irreverentes.
Lo que viene a explicar el mexicano (que destripa el cuento en su artículo; muy mal, señor Velázquez, que usted reconoce haberlo leído hace nada) es que no conviene seguir estelas de otros escritores so pena de pinchar en medio de la nada.
Y cita a dos autores (fallecidos ambos y ninguno mexicano, también es verdad) para criticar la tendencia a elucubrar y quedarse colgado en el aire:
Ni Bolaño ni Piglia, por sólo mencionar a dos de los cuentistas más aplaudidos de los últimos años, tienen en su producción un cuento tan poderoso como “El Ruletista”. Siempre hay que desconfiar de los teóricos. Un cuentista inseguro es aquel que propone un modelo, como Piglia o Bolaño. La mejor manera de proponer un modelo es escribiendo un cuento magistral.
Tengo la impresión de que un artículo así, quizá escrito con las vísceras, como los cuentos que escribe Carlos Velázquez, nadie en España se atrevería a firmar (tal vez el segoviano Alberto Olmos, pasándose de derrapaje, como nos tiene acostumbrados, para en una pasada posterior rectificar la trazada, a lo que también nos está acostumbrando).
Quizá es que nos hemos acabado creyendo que no tenemos tradición de cuentistas (cuando lo cierto es que durante el siglo XX hemos parido mayormente cuentos realistas sobrios y grises por los condicionantes que todos conocemos) y que opinar sobre otros cuentistas es un atrevimiento que puede verse mal y reportar enemigos.
Tengo la impresión de que la actual ñoñez y gazmoñería patrias nos empiezan a pasar factura en tooodos los ámbitos, y corremos el riesgo de aparecer como indecisos, tibios, difusos, y ser intrascendentes, mediocres, insulsos…
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