Lo que va a quedar escrito no va a gustar a un sector de población que se produce continuamente de manera fundamentalista y visceral. Me atacarán (me atacarán a mí, incapaces de abordar mi punto de vista) con torticeras artes y arteras mañas sin entrar a deslindar lo que yo digo del credo que defienden con agresiva impudicia. E instalándose en la falacia del espantapájaros, arremeterán contra lo que no he dicho y ni siquiera pienso.
Habiéndome puesto vendas y tiritas antes de llevarme el tajo —más para advertir a los desnortados de que no se dejen llevar por argumentos momentistas, modas y tendencias, que por miedo a la ley mordaza que tratan de imponer erigiéndose en imames de la opinión pública—, paso a exponer mi punto de vista. Lluevan palos que lomo tengo.
Se está celebrando la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en México, y está siendo, como en ediciones anteriores, todo un éxito. Algún año tendré que volver a cruzar el Charco para ver con mis ojos las bondades que año tras año cuentan los medios de comunicación.
Allí han aprovechado la circunstancia de la vigésima quinta edición del Premio Sor Juana Inés de la Cruz, para reiterar el homenaje a la poetisa mexicana (¡uy!, perdón, a la poeta mexicana… que ya empiezo a pisar callos feministas).
Para los reinterpretadores de la historia sor Juana Inés de la Cruz es una de las primeras feministas de la lengua castellana, y lo defienden con la visceralidad típica de comienzos del siglo XXI. Empero, no anda la crítica muy unida a este respecto, habiendo eruditos que, sin negarlo abiertamente —no fuera a ser que los diablos que atiza el talibanismo feminista caigan sobre sus modus vivendi—, sí se atreven a discrepar. En algunos versos de la monja hay que forzar mucho la vista para ver en ellos un feminismo activo y militante cuando al concepto le faltaba más de doscientos años para irrumpir en la sociedad. Alguno de los expertos se atreve a sostener que la mexicana tan sólo censuraba la hipocresía y doble moral masculina, como hizo en esta celebrada redondilla. Esto de la doble moral no es potestativo del hombre, sino de la raza humana en todos sus sexos.
Sigo avanzando, que no quiero perderme en dibujos. Ni con ungüentos que no pienso aplicarme antes de llevarme el revolcón vaticinado.
Este año en la FIL de Guadalajara (México), once de las premiadas en ediciones anteriores con el Sor Juana Inés de la Cruz tomaron la palabra para defender no sabría yo decir muy bien qué (con un micrófono en las manos hay a quien se le va la olla). Lean este extracto de la noticia:
Cuando llegó su turno, se acercó al atril y anunció que resumiría con cinco “ecos” del siglo XXI la represión intelectual que sufrió su colega del XVII: manipulación, mansplaining, machirulo, patriarcado y sororidad. A la altura de “patriarcado”, Piñeiro sacó el móvil, lo acercó al micrófono y —con el puño en alto y un pañuelo verde rodeándole la muñeca— dejó que sonara la canción de las marchas a favor de la ley del aborto en su país: “Ahora que estamos juntas / ahora que sí nos ven: / ¡Abajo el patriarcado / que va a caer!”.
Y aquí es donde yo quiero poner mi piedrita en la construcción de una sociedad limpia de discursos «manipuladores», pues veo en este conato de show una desviación artera y torticera de los objetivos que llevaron al público a concitarse en el Auditorio Juan Rulfo.
No me parece bien que se utilicen espacios literarios para reivindicaciones trasnochadas. Cuando se asaltan esos espacios para reivindicar postureos es porque alguien tiene necesidad de dar la nota, de llamar la atención sobre su persona, quizá buscando convertirse en epicentro por motivos económicos, quizá porque su religión laica le impele a ello, quizá matando así los dos pájaros de un tiro.
Sí que veo bien (muy bien debo verlo, pues es lo que hago) que se utilice la literatura para afear comportamientos políticos y sociales y reclamar cambios o llamar la atención sobre la imposibilidad de hacerlos, pero no entiendo que se reivindiquen esos cambios reventando actos literarios que otros organizan dedicando mucho esfuerzo, tiempo y dinero.
Entiéndaseme bien… Si se presenta un trabajo propio en el que se reivindican cambios en la sociedad, por supuesto que tocará hablar de esas pretensiones pero NO CATEQUIZAR al público asistente. Se ha perdido la mesura. Reventar un acto literario con la reivindicación de moda aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid me parece una muestra de incapacidad para acotar las parcelas de la vida propia, intentando influir agresivamente en la psique de los demás (y diría que hasta violentamente, pero no voy a entrar en filosofías). Le das a una de estas personas un micrófono, y como creerá que es su deber adoctrinar a los oyentes con sus cuitas, quizá tratando de exorcizar con ello sus traumas y sus complejos, no dudará en hacerlo. A mí me parece una falta de respeto.
A riesgo de desencajar el foco de mi queja, imaginemos a un catalán que escribe una notabilísima obra narrativa, o lírica, tan buena que merece un premio. Y el tipo coge el micrófono y aturra al auditorio con su ideal independentista. Pues aun pudiendo estar a favor de su causa debo reconocer que no tocaba. No voy a un acto cultural para que me aticen con ideologías sociales: quiero que me hablen de la cocina del libro, y del autor. Cuando quiera que me exacerben el ánimo ya iré a un acto político.
Cabría parafrasear a Francisco Umbral: Yo he venido a oír hablar de su libro. Que me cuentes de qué va tu reivindicación, lo acepto, pero sin soflamas ni peroratas. No conviertas el acto cultural en un mitin-sermón. Me niego rotundamente a que me catequicen, por mucho que el Pisuerga siga pasando por Valladolid.
Quizá el lector se haya perdido. Recapitulo pues: la vigésima quinta edición del Premio Sor Juana Inés de la Cruz se convocó para poner en valor la obra y la figura de la poetisa mexicana. ¿Se habló de la novohispana? Nos dicen que se habló de los egos e intereses de las alcahuetas que tomaron el micrófono. Triste…
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