Ahogada en las ondas

15 de julio de 2018

Éste es de los primeros cuentos que están subidos a las Crónicas (deportivas) de Mospintoles, en 2009.

Hay que alabar cómo se anticiparon esos «cronistas oficiales» a lo que hoy es el pan de cada día: periodistas que escriben lo que les piden y cómo se lo piden, trayéndoles sin cuidado la verdad o el daño que pueda causar unas líneas mal escritas.

Está claro que no existe la independencia de los periodistas, convertidos en amanuenses que transcriben al dictado las ideas del amo que les paga y al que sirven gustosos y generosos (quien paga ni siquiera es el dueño del medio de comunicación; en realidad se trata de un amo ulterior que es quien sufraga las pérdidas a cambio de manipular la opinión pública). Haber elevado el periodismo a la categoría de ciencia (las llamadas Ciencias de la Información) no ha servido para infundir integridad en las decenas de becarios que la Universidad excreta anualmente al mercado laboral, proyectos de periodista que, a imagen y semejanza de los más idolatrados plumillas nacionales, acaban arrastrándose por emisoras y redacciones para no engrosar las filas del paro o acabar limpiando los baños en el turno de noche de una gasolinera de autopista.

Por supuesto que no es delito arrastrarse ante el amo para ganarse un jornal… Pero este cuento señala a quienes aparentan dignidad y altura de ideas propias cuando todos sabemos (ellos también) que son gacetilleros lamedores de botas, viles y serviles.

¿La independencia del periodista…? ¡Ja!, áteme esa mosca por el rabo. Periodista independiente se suma a la larga lista de oxímoros que tragamos sin rechistar y con los que las manos que mecen la cuna van conformando nuestro imaginario colectivo, oxímoros como monarquía parlamentaria, deporte profesional, tolerancia cero, discriminación positiva, aldea global, crecimiento negativo, desarrollo sostenible o realidad virtual.

Estos oxímoros forman parte de la neolengua orwelliana con que nos vencen y nos convencen los poderes públicos, que no son públicos porque son manejados por manos privadas enguantadas de blanco que enlutan la tan democrática como ficticia división de poderes.

Pero me he perdido en dibujos… En el cuento sólo se ilustra la irrealidad del oxímoron periodista independiente.

Ahogada en las ondas   
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Ahogada en las ondas
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(cuento – 1.405 palabras ≈ 6 minutos)

Susana volvió a la emisora un tanto acelerada. La noticia que pretendía dar rompería mitos. Siempre le había gustado reseñar aquello que los demás no ven. Y el figura de la noche le había dado motivos para destacar en su trabajo.

Desde luego no sería un escándalo. Nadie iba a salir dañado, salvo la honrilla de Piquito, que a buen seguro desconocía qué era eso de la honra.

Se disponía a escribir el guión de su crónica del día siguiente. Podía haberlo hecho en casa, pero le gustaba el ambiente de periodismo serio y responsable que se respiraba entre aquellas cuatro paredes.

Además, pensó, allí podría preguntar a los veteranos sobre alguna cuestión sintáctica. Siempre le gustaba percibir ese aire dogmático que aquellos fósiles empleaban con ella cuando pedía su parecer. Era una sensación un tanto protectora, paternalista más bien. Le gustaba sentirse protegida, amparada, por aquel saber que se acumulaba entre las mesas de escritorio mal ordenadas del viejo estudio.

Cuando llegó no había nadie a la vista. Sin duda estaban en el bar de la calle de atrás, relamiéndose todavía del partidazo. Conectó la radio (no hacía falta sintonizar su propia emisora) y la voz del locutor que estaba en el piso de arriba llenó la estancia. Era el programa de música juvenil que tras la retransmisión del partido rellenaba la siguiente hora.

Su idea era ridiculizar —sin pasarse— las expresiones de Piquito. Contrastar su éxito en el campo de juego con su fracaso escolar, que a buen seguro existía. Sólo tendría que hacer dos o tres llamadas y tendría constancia de ese fracaso. A buen seguro su antiguo profesor, don Faustino, conocería a alguien que en un pasado reciente diera clases a Piquito.

Debía ser cautelosa, pues tampoco debía cerrarse puertas. Quizá al pequeño trabajo de investigación que tenía en mente debería encontrarle una vertiente más humana, huyendo del clásico “chico incompetente en los estudios se labra su futuro en el deporte”.

No; eso ya estaba muy trillado. Su idea era más bien “chico estrella del deporte es incapaz de aprobar un examen de primaria”.

Tenía casi finalizado su guión cuando a la redacción de la emisora llegaron aquellas viejas glorias del periodismo… local (tampoco vamos a engañarnos). El ambiente festivo de aquella discreta manada olía un poco a etílico. Era patente que la fiesta había sido regada con vino.

La saludaron con una burlesca felicitación. Según ellos Susana había estado brillante cuando dijo en antena que el entrenador local estaba “pletórico de gozo”. El coro de risas recomendaba no replicar. Susana siempre llevaba las de perder, como cualquier novato.

—¿Qué aporreas ahí, chica? —le soltó acercándose a la pantalla del ordenador uno de aquellos cuatro carcas. La bocanada rancia de vino llegó enseguida a las papilas olfativas de Susana.

—Estoy con mi crónica de mañana. Quiero hacer un contraste de ideas, dejar patente uno de esos contrasentidos de la vida.

—Humm… Mejor harías en no complicarte la vida. Escribe algo feliz, que mañana la gente sólo querrá oír alabanzas.

—Bueno, escuchar la verdad no tiene por qué hacerle daño a nadie.

Un aire frío corrió por la estancia. Aquel cónclave bullicioso dejó de emitir risas y graznidos. Todos aquellos veteranos parecían atónitos. Susana se preguntó qué habría dicho que acabó con el jolgorio tan bruscamente. Se temió haber metido la pata en algún punto imperceptible.

—¿Qué estás escribiendo ahí, Susana? —esta vez la pregunta sonó seca, tensa, cortante; era Evaristo, el jefe de la redacción, el más veterano de todos—. Sabes bien que no puedes dar opiniones en antena, y menos sin consultar con nadie.

Susana se puso a la defensiva:

—Bueno, tal vez esté escribiendo algo para publicar en prensa.

—No con tu nombre. No con un nombre que te vincule a esta emisora.

—Existe libertad de prensa, y libertad de expresión.

—No para un periodista a sueldo, niña… —algo se había perdido Susana; esta vez la voz sonó con ese tono paternal que a ella le hacía sentirse protegida.

El viejo dinosaurio se había dado cuenta a tiempo de que seguir hostigando a la novata sólo conseguiría que ésta se cerrara con hermetismo, y había cambiado su táctica sobre la marcha. Era vox populi entre estos abuelos de las ondas que Susana Crespo se volvía locuaz cuando la trataban de forma paternal, como protegiéndola. Era un punto débil que ellos sabían explotar muy bien.

—Sólo quiero contrastar el éxito de Piquito como futbolista y su más que seguro fracaso escolar.

—¿Quéééé? ¡No se te ocurrirá! Vamos, muchacha, ¿te has vuelto loca o qué te pasa?

El coro de voces de pronto tomó corporeidad y Susana fue rodeada. De la pequeña comitiva dos de ellos trataron de leer en la pantalla del ordenador. Susana estaba molesta consigo misma. Se le avecinaba una bronca y no la iban a dejar explicarse.

—Mira chiquilla, si lo que quieres es que te echen allá tú. Pero conmigo no juegues. Yo quiero seguir con mi vida tranquila. Hago lo que me piden y no opino. Si quieres opinar tendrías que tener tu propio programa, pero no eres más que una gacetillera. Deja al chaval en paz. Todos sabemos que con un bolígrafo en la mano es un inútil. ¡No te jode! No ha estudiado Periodismo. Pero con un balón en los pies tiene un futuro más que prometedor. El chaval va para figura. Y por mucho que escribas sobre su cociente intelectual no lo vas a impedir, ¿por qué entonces echar un borrón sobre su personalidad?

—Pues si lo que pueda decir sobre su cerebro de mosquito no va a retrasar su futuro, no sé por qué entonces os ponéis así. Haga lo que haga el chaval seguirá su camino triunfal. Pero con mi crítica tal vez alguien se dé cuenta de lo importante que son los estudios para los chiquillos. Más que el balompié.

—No lo entiendes. Cinco o seis años de Facultad y no os enseñan más que a preocuparos por ‘LA’ verdad. Nadie quiere oír ‘LA’ verdad. La gente mañana querrá oír que Piquito es el mejor, en el fútbol y en una tribuna de oradores. Tal vez nunca dé una conferencia, pero no lo necesita para hacer feliz a un montón de gente que sólo buscan divertirse un rato.

—¿Divertirse? —elevó la voz Susana—. La mayoría son tan cafres o más que el propio Piquito. No van a ver un espectáculo, van a ver sangre. Sólo quieren ganar sí o sí. No tienen cultura y ni saben lo que es. Yo sólo pretendo que alguien, en algún lugar, reflexione sobre este contraste.

—A quien vas a hacer reflexionar es a López. ¿Acaso no sabes que es dueño de la mitad de la emisora? No le toques los cojones a López o nos pondrá a todos de patitas en la calle. Ahora Piquito es ‘su’ Piquito. Y mañana López quiere que no se hable de otra cosa en todo Madrid. No quiere ni una coma mal puesta en un momento de felicidad. Y no va a ser la propia media emisora de López la que le ponga un pero a la fiesta. Además, los patrocinadores pagan para que demos noticias que los oyentes quieren oír. Ni vas a hacer pública esa reflexión ni yo te voy a dejar escribirla. ¿Dónde está el cable del puto ordenador? —chilló el dinosaurio ya fuera de sí mientras miraba cuál de los cables tenía que desconectar para apagar la CPU de Susana.

—Vale, vale, que me vas a joder el disco. Ya lo borro. Déjame en paz. Me voy. Ahí os quedáis, panda de botarates medio bebidos.

—Bebidos enteros —terció uno del coro a fin de quitar hierro al asunto.

Se cruzaron miradas entre unos y otros. Era una típica bronca entre colegas. Pero algo había en el aire que nadie sonrió tras la cómica aserción, aunque sí se apaciguaron los ánimos.

Susana abrió el correo y se autoenvió los apuntes que había tomado. No sabía qué iba a hacer con aquel esbozo de opinión, pero desde luego no lo iba a borrar a las primeras de cambio.

Salió de la redacción y cuidó de sujetar la puerta para que el muelle que la cerraba no golpeara. Cuanto la tuvo controlada aceleró la hoja de la puerta para dar un portazo y ésta se cerró con un estruendo que sobresaltó al grupo que allí quedaba.

—¡Me cago en la puta! —se oyó dentro.

Losange Sable

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