El portón

1 de abril de 2018

Este cuento me lo ha hecho llegar en octubre de 2016 un muy buen amigo que es secretario de un Ayuntamiento de tamaño mediano tirando a pequeño. Por lo visto el cuento llevaba dando vueltas por los despachos municipales una buena temporada, y se depositó en el buzón de quejas sobre el funcionamiento municipal. La queja no venía firmada. Por supuesto el original sigue archivado en el Consistorio.

El cuento refleja una Administración parapetada en la burocracia y tan ajena al ciudadano que no sirve más que para crearle problemas. Es el actual estado de la cosa política un caldo propicio para que florezcan los personalismos y los nepotismos (amiguismos, cuñadismos, clientelismos y despotismos) y los más impúdicos y descarados sacan partido de ello sin sonrojo. Otros, prudentes (o imbéciles), no nos atrevemos.

El portón   
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El portón
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(cuento – 4.066 palabras ≈ 17 minutos)

—Quiero contarle una historia, mi querida señora. Estoy convencido de que se preguntará usted qué tipo de historia, y tal vez se pregunte cómo tengo el atrevimiento de dirigirme a usted sin apenas conocernos. Sepa usted que yo soy muy observador pues tampoco tengo mucho más que hacer que estar todo el día aquí, en la esquina, y la veo a usted pasar por las tardes sin mirarme siquiera. No se lo tomo a mal, que sé que usted tiene muchas cosas que hacer.

»Pero ya que hoy se ha dignado usted llegarse hasta mí para utilizarme, permita que le cuente una historia que vi yo mismo y aquí mismo. Ya ve, sin siquiera moverme de la esquina… o más bien del rincón, tengo cosas que contar.

»Sí, sí, no me mire así, que ahora estoy vacío. Puede usted echarme lo que quiera dentro. En eso consiste mi vida. Abrir la boca para tragar, y abrir la boca para vomitar las basuras que todos ustedes generan y que depositan en mi interior. Así es la vida de un contenedor de basura. Por eso tengo tiempo para ver y observar, para pensar y reflexionar.

»¿Ve usted este portón verde que está junto a mí? Él también se abre y se cierra. A veces para permitir introducir enseres dentro del pabellón que resguarda, y a veces sólo se abre para refrescar el ambiente, que con estos tejados de plástico el calor se concentra tanto en verano sobre la cancha que sofoca a los deportistas. Sí, yo también soy de plástico, el material del futuro, que dijeron hace muchos años. Y es cierto. La gama de plásticos que ustedes utilizan sin darse cuenta es enorme. Pero de esto no quiero hablarle, que me pierdo en dibujos. Quiero hablarle de esas heridas que tiene este portón verde. ¿Las ve? ¿Se fija ahora? Él no comenta nada. Cumple con su misión eficientemente, que es mucho más de lo que algunos que andan por aquí pueden decir de sí mismos.

»El portón no le va a decir nada a usted, pero yo sí quiero contarle la historia de esos cuatro agujeros que luce como cuatro tiros desde hace varios años. La cosa empezó porque el tipo que trabaja en este polideportivo es un maniático. Un maniático de la buena praxis que se toma más en serio su trabajo de lo que merece la pena. Últimamente me consta que ha relajado el pistón. Seguro que vive mejor, pero antes, al principio, no era así. Estaba siempre alerta para prevenir peligros. Peligros a los demás, ¿sabe usted? A los niños y a los adultos y también a los ancianos, que alguno viene por aquí. Mire, esa red que protege esta pequeña avenida de los balonazos con que bombardean desde el campo de fútbol la exigió él cuando había un Concejal que escuchaba. Convenció al Concejal aquí mismo, delante de mí, exponiéndole que si uno de esos cañonazos acertaba en la cabeza de una abuela, “la apiolaba”.

»Así es este tipo; sabe expresarse con propiedad pero a veces utiliza una jerga que sabe dios dónde ha aprendido. Porque todos creen saber de dónde ha venido pero lo cierto es que nadie conoce absolutamente nada de su pasado; aunque todos creen conocerle sólo saben lo que él refiere.

»No señora, yo me llevo fijando muchos años en él, y el tipo sabe ser un maniático y un obseso además de ser bastante borde, seco y ‘malencarao’, como le llamó una usuaria en cierta ocasión en que hablaba de él sin saber que se encontraba tras ella, pero el muy ‘jodío’ también sabe ser encantador, aunque esto último ocurre las menos de las veces. La mayor parte del tiempo es un tío displicente que se expresa con crudeza. Y eso no está bien, mi querida señora.

»Pero lo que yo quiero contarle es la historia de los cuatro agujeros que como cuatro balazos exhibe este mudo portón de corredera que se cree más importante que yo, aunque ambos realizamos nuestro cometido con eficiencia. ¡Ah!, eficacia, eficiencia y efectividad… Otro día le cuento las diferencias entre ellas, pero ahora debe usted escucharme bien, porque la historia que me dispongo a relatarle le dará idea de cómo van las cosas.

»Este tío que anda por aquí todas las tardes —y créame cuando le digo que al principio yo también pensé que el tipo se llamaba “Estetío” porque todo el mundo se refería así a él—, digo que cuando construyeron el polideportivo nuevo Estetío se fijó en que esta salida, o entrada, la que custodia este silencioso portón, iba a ser la más importante de todas. En realidad esta zona donde nos encontramos era la parte de atrás, pero un gualdrapas que ordenaba aquí las cosas hace tiempo, y al que hacían caso en el Ayuntamiento, pidió que giraran sobre el plano la construcción a fin de esconder la rampa de acceso para minusválidos, dejando delante, a la vista de todo el que llega, lo que en realidad estaba concebido la parte de atrás. Esa decisión ha descompuesto todo el orden lógico de esta inmensa zona deportiva, dejando la entrada escondida por atrás. Le decía que Estetío se dio cuenta enseguida de que este portón auxiliar, pensado para facilitar el acceso rodado, al estar ahora delante de la instalación deportiva iba a ser crucial en la vida interna de estas hectáreas que usted ve aquí, porque en caso de lesión grave en la cancha el herido deberá ser evacuado por este portón.

»Debo decir en honor de la verdad que lo cierto es que Estetío se ha equivocado de parte a parte. En doce años sólo una vez hubo que evacuar un lesionado y no fue muy grave que tan sólo se trató de una rotura de peroné. Pero él dice que nunca se sabe cuándo se va a lesionar el próximo ni el alcance de la lesión, que podría ser vital atender con presteza al lesionado; que puede tratarse de alguien que se golpea la cabeza y pierde el conocimiento, o alguien que se asfixia al haberse tragado la lengua tras un pelotazo o un encontronazo. Qué imaginación tiene este tío…

»Perdone que divague. Sólo quiero que juzgue usted por sí misma si es tan importante prevenir una contingencia como las que le indico, algo que en doce años no se ha dado nunca. Empero Estetío se preocupó desde el principio de que el Ayuntamiento pusiera aquí una señal de prohibido aparcar. En este ángulo quiere aparcar a mucha gente porque cuando pega el sol fuerte en el verano las altas paredes del polideportivo proporcionan sombra. Además, todo el mundo, incluso los que vienen a correr como mínimo media hora, quieren aproximar el coche lo más posible a la entrada, la que ahora está al fondo, en la otra punta.

»Sí, lo sé, se trata de un absurdo una vez que se para uno a pensar, pero pocos son en este mundo desnortado los que se detienen a reflexionar. Quizá sea que se asustan cuando se escuchan pensar y abandonan… No lo sé. Pero por lo visto Estetío suele hacerlo sin asustarse, y consiguió que prohibieran transitar con el coche hasta la otra parte, hasta la entrada, que ahora es la parte de atrás como ya le he explicado. Muchos se enfadaron con él… Han pasado diez años desde que lo consiguió y ahora casi todos lo asumen con naturalidad, pero al principio todos querían meter el coche justo hasta enfrente de la puerta de entrada, y allí, por lo que tengo oído, sólo caben cuatro coches sin estorbarse. Así que todo era llegar y ver llenos aquellos cuatro sitios y enojarse y circular marcha atrás más de sesenta metros y a toda prisa para recuperar el tiempo perdido por haber ido hasta la entrada; y esto ocurría cuando niños pequeños se hallaban correteando por aquí. Sí, debo reconocer que Estetío se preocupa por la seguridad de los niños que vienen a jugar. Algunas criaturas que corretean por aquí ni siquiera habían nacido cuando construyeron este nuevo polideportivo; y ahora tienen voz para mandarte a la mierda, jaja.

»Espere, no se vaya por favor, que quiero contarle la historia de esos cuatro orificios que presenta el silente portón de aquí al lado. No tenga prisa, por favor; para un día que requiere usted mis servicios permita que le hable con franqueza. Sí, abriré mi gran bocota y tragaré su basura. A cambio escúcheme, que le voy a contar esta anécdota que le ilustrará sobre cómo funcionan las cosas públicas.

»Mire, Estetío insistió e insistió hasta que le hicieron caso. Y vino el Concejal con el Cabo Jefe de la Policía Local (con mayúsculas todo, que en los Ayuntamientos todo comienza con mayúsculas) y tomaron medidas y sacaron fotos y elevaron un informe para que se aprobara en el Pleno que era buena idea poner una señal que prohibiera aparcar delante del portón porque, según Estetío afirmaba, si se daba una emergencia como la que él explica con coches aquí aparcados, la ambulancia que acudiera al llamado iba a tener muy complicado maniobrar hacia este rincón. Y menos aún podría acceder a la cancha del polideportivo para atender y evacuar a quien lo estuviera pasando mal… quizá un niño.

»Bueno, al final, meses después, el Pleno atendió la idea de Estetío, de la que el Concejal se había hecho eco. Mandó el Alcalde colocar con cargo a las Arcas Municipales una señal de Prohibido Aparcar, añadiendo para ello la Reserva de Vado, y cuando el Jefe de Obras lo tuvo a bien, que la verdad es que no se tardó mucho, mandó para aquí a tres personas que fijaron la señal en mitad del portón con cuatro remaches. Y por eso les llamo yo tiros, porque utilizaron una Pistola Remachadora (lo digo también con mayúscula porque era una remachadora municipal). Pero nada más incorporarse a su puesto de trabajo, Estetío se dio cuenta de que allí había algo que iba a dar problemas. Lo sé porque al pasar por aquí murmuró algo como “Hay que joderse, y la han plantado en mitad del portón. Ahora no se podrá abrir”. Luego le explicaré el porqué de esta aseveración misteriosa. Estetío sopesó que no era el momento oportuno pedir que cambiaran de emplazamiento la señal justo después de haberla colocado, por lo que decidió aguardar a que llegaran los rigores de la época estival. O quizá es que le diera pereza mental volver a iniciar el proceso, que también puede ser.

»Sepa usted que a partir de ese momento mi amigo el callado portón lucía con gallardía una brillante escarapela azul y roja que anunciaba a todos que ante él no se podía aparcar. Pero gentes del lugar, algo torpes de entendederas, hicieron caso omiso desde el primer minuto de la señal. Parece ser que Estetío se lo tomó como algo personal, y emprendió una cruzada para que se respetara la señal, y acabó buscándose muchos enemigos porque recriminaba su desfachatez a los vecinos que no la respetaban. Algunas veces, cuando se trataba de una actitud contumaz y recalcitrante, llegó a dar aviso a la Policía Municipal para que denunciaran. Su idea era que si corría la voz de que se denunciaba por no respetar el Vado Municipal los demás conductores comenzaran a respetar la señal, lo que acabaría revirtiendo en beneficio de la comunidad. Bastante iluso, sí, lo sé…

»De algunas conversaciones he sido testigo, como aquella vez, cuando un padre cargado de espaldas vino a buscar al niño y le contestó con malas pulgas que ya quitaría el coche si hacía falta. Estetío le contestó que si fuera su hijo el que yaciera inconsciente en el suelo apostaba a que ni siquiera era capaz de encontrar la llave en su bolsillo. Y el hombre calló y retiró el coche que impedía a una ambulancia acceder a la cancha en caso de hacer falta. O aquella otra tarde en que orvallaba como para calar los intestinos de la tierra cuando uno de los milloneti del pueblo dejó la furgoneta taponando el acceso que el portón protege. Pues ni corto ni perezoso Estetío en lugar de borrarse llamó la atención al milloneti; ya ve usted que no se corta ni con bisturí. El milloneti alegó que el sitio estaba libre y Estetío le preguntó con mucha sorna y gran retranca que si pensaba que el sitio había estado libre hasta ahora esperando por él; que debía pensar que si otros lo habían respetado hasta ese momento es porque tenían más civismo que él.

»El tipo gruñó, bajó la cabeza malhumorado, pero no retiró el vehículo. Y Estetío tuvo la paciencia de aguardar a la semana siguiente, que llovía la mar océana sobre el pueblo, y esperó a pie firme la llegada del milloneti. Cuando el milloneti se acercó para realizar la maniobra de la semana anterior, delante mismo de sus narices Estetío me puso a mí a modo de defensa ante del portón, al borde justo del emparrillado, y me trabó los frenos. El milloneti echaba pestes y le miraba como si se lo quisiera comer. Al final hubo de aparcar lejos de la entrada y cuando pasaba junto a él, Estetío tuvo los árruches de sonreírle y felicitarle por acción tan cívica. El milloneti tomó aire, ambos se mantuvieron la mirada fijamente ante la lluvia que arreciaba más aún, y el milloneti hubo de claudicar ante Estetío: “Contigo no se puede”, le espetó a la vez bajaba la cerviz y cabeceaba.

»Veo que ahora me está prestando algo más de atención. Así que permítame una digresión más. Le acabo de hablar del emparrillado amarillo que está pintado ante el portón. También fue cosa de Estetío. Y ocurrió como con la Señal de Vado Municipal. Después de insistirle al Concejal sobre que las líneas debían ser pintadas para reforzar la acción de una señal que, la verdad sea dicha, no está en el lugar más correcto, finalmente acabó acercándose el Técnico Municipal en Urbanismo. Éste tomó medidas, aquí y allí. Luego vino el Jefe de Obras, que tomó las suyas. Observé desde mi posición que el primero tomó medidas longitudinales de referencias mientras el segundo anotaba las que corresponden a la superficie. Luego vinieron los tres Operarios (también Municipales, así que muy mayúsculos ellos) que habían remachado la señal al portón meses atrás, y estuvieron como una media hora mirando la nada para acabar confirmando las especulaciones del Jefe de Obras y del Técnico Municipal en Urbanismo. Días más tarde vino hasta aquí el Cabo Jefe de la Policía Municipal en Coche Oficial, y tras una inspección ocular confirmó la oportunidad de pintar el emparrillado. Finalmente se elaboró un informe que comprendía todos los informes del Técnico en Urbanismo, del Jefe de Obras y del Cabo Jefe de la Policía Local, informe que acabó en la Junta de Gobierno Local del Ayuntamiento y ésta, tras deliberar sobre la naturaleza del asunto, remitió el informe al Pleno que se reúne cada dos meses. Cuando tocó que se celebrara, se aprobó en él realizar el gasto, y se encargó a los Servicios Económicos Municipales que emitieran un informe del coste final del pintado del emparrillado amarillo. Cuando el informe de los Servicios Económicos fue favorable hubo que licitar la obra que suponía el marcado y pintado de esta señalización vertical junto con otra que hacía falta repasar en el pueblo. Se publicó el anuncio en el Boletín Oficial de la Provincia. Tuvo quince días de exposición pública y se presentaron tres empresas. Tras esto se reunió un Tribunal que decidió comunicar al señor Alcalde a quién convenía otorgar la adjudicación en función de la relación calidad/precio. Luego transcurrieron otros diez días de exposición pública de la Resolución adjudicatoria esperando que no se dieran impugnaciones, que no se dieron. Al final vino la empresa adjudicataria cuando pudo y le dio la gana, y pintó este emparrillado amarillo que a día de hoy está casi borrado, lo que es señal de que continúa hollándose.

»Y por el mismo camino discurrió la siguiente idea de Estetío. Esta gente parece que es dura de mollera y continuaban aparcando sobre las líneas amarillas, así que Estetío pensó que no estaría de más pintar en el suelo una cruz roja sobre un fondo blanco que se viera bien. Así no habría que andar dando explicaciones y cualquier tonto de baba se daría cuenta del motivo del Vado Municipal y del Emparrillado Amarillo (que también será Municipal, digo yo). Pensó, no sin acierto, que los mismos Operarios de Servicios Múltiples Municipales, vulgo peones del Ayuntamiento, podrían hacerlo. Vuelta a convencer al Concejal. Volvió el Técnico de Urbanismo a visitar el Portón (que también es Municipal ahora que lo pienso) y a tomar medidas; después llegó el Cabo Jefe de la Policía Local, quien tras estudiar diferentes documentos, asumió, no sin advertir de lo atípico de la propuesta, la responsabilidad de pintar sobre el Emparrillado Oficial un cuadrado blanco que albergaría en su interior una cruz roja, y a renglón seguido decidió el tamaño reglamentario que debía tener la nueva señalización horizontal aunque no fuera oficializable; días después hizo lo propio el Jefe de Obras en persona y en Vehículo Oficial, quien aquilató la cantidad de pintura, en gramos, que supondría el pintado del cuadrado blanco reglamentario más el de la cruz roja también reglamentaria, teniendo en cuenta las proporciones de que se trataba; ignoro si tuvieron en cuenta la sucesión de Fibonacci para cálculos tan excelsos. En esos días fueron pasando por aquí, en sus respectivos turnos, todos los Agentes de la Policía Local, por si alguno veía algún peligro o constataba alguna negligencia de la que otros no se hubieran apercibido: todos y cada uno se bajaron del Coche Patrulla Oficial (y Municipal) y miraron la zona desde todos los ángulos posibles; suerte que de aquella no se conocía la industria de drones porque quizá hubieran resuelto que precisaban de uno para obtener una vista de pájaro y cotejar los tamaños relativos, proporciones y visibilidades. Finalmente se elevó Informe a la Comisión Informativa de Seguridad Vial, de ella se elevó Informe asumiendo lo procedente de la propuesta a la Junta de Gobierno Local, y ellos, incapaces de tomar una decisión que acarreara un gasto económico, volvieron a trasladar el Informe a los Servicios Económicos del Ayuntamiento. Tras el Informe del señor Interventor Municipal comunicando la existencia de una Bolsa Vinculable a tal propósito, y el Informe pertinente del señor Tesorero Municipal confirmando la existencia de líquido en ese momento, y tras ser firmada y sellada por la señora Secretaria Municipal, se acordó enviar la tramitación al Pleno, donde se aprobó no sin Debate (sí, que fue debate Municipal). A esto siguió el mandato del señor Alcalde al Técnico Municipal de Urbanismo quien a su vez trasladó la decisión del Primer Edil de ejecutar el pintado de una cruz roja sobre fondo blanco al Cabo Jefe de la Policía Local y al Jefe de Obras Municipales. El Cabo Jefe de la Policía Local tuvo que volver a emitir Informe, tras la pertinente inspección ocular, de que las condiciones que habían provocado la necesidad del pintado del cuadrado blanco y la cruz roja no habían sufrido cambio. El Jefe de Obras vino a su vez para constatar que las condiciones de seguridad para sus Operarios de Servicios Múltiples eran las adecuadas y conformes a las Normativas Europeas Laborales. Al final, cuando se pudo, porque la climatología no lo permitía, se pintó un cuadrado blanco de las dimensiones que el Cabo Jefe de la Policía consideró oportunas y el Pleno había aprobado. Pero no me pregunte usted por qué, mi querida señora, la cruz no llegó a pintarse nunca, aunque tengo para mí que únicamente se trató de un mero olvido. Pero pudiera ser que no hubiera Pintura Roja Municipal del tono Pantone establecido en la Normativa correspondiente.

»Pero Estetío seguía obsesionado con que el Vado Municipal se mantuviera libre, que encima mire usted todo el espacio para aparcamiento que hay en las inmediaciones. Debe ser que la fruta prohibida es la más apetecible y Estetío con su recalcitrante actitud la hacía aún más sabrosa.

»El caso es que, y aguarde unos instantes que ya estoy llegando al final de mi historia —que como esto es un cuento y no una fábula tendrá un final didáctico aunque no moralizante— el caso es que llegó la bonanza meteorológica y la cruz seguía sin pintarse y los usuarios del Polideportivo (que es también Municipal), con los rigores del calor veraniego y el techo de plástico, se cocían en su interior, por lo que pedían a Estetío que les abriera el gran portón de acceso rodado para que entrara el aire de la calle, más fresco que la concentración de aire enrarecido que el sol recalentaba durante todo el día bajo un techo plástico translúcido.

»Esto ocurrió dos, tres veces, quizá más. Pongamos media docena. Y cuando Estetío volvía para cerrar el portón comprobaba que, aunque él lo había dejado a medio recorrido, las mujeres del floorball que le habían pedido refrescar el interior del pabellón habían terminado por correr el portón hasta el fondo.

»Se preguntará usted qué nueva manía había asaltado a Estetío. Pues es sencillo de explicar: el tipo corría el portón, que entra por detrás de la pared, hasta que llegaba al punto donde se hallaba la Señal de Prohibido Aparcar. Seguir abriendo el portón suponía esconder la señalización tras la pared y con ello eliminar la prohibición de aparcar, con lo que nuevamente llegamos a la contingencia de una grave lesión en el interior, precisamente entre ellas mismas, y la imposibilidad de acceder con una ambulancia para socorrer al herido, o en este caso herida, señoras de una edad que ya no podían considerarse chavalas.

»Así que a la cuarta o quinta vez que Estetío acudió solícitamente a abrir el portón se quedó aguardando tras esa esquina de ahí. En cuanto oyó que corrían el portón salió con una sonrisa un tanto socarrona, hay que decirlo también, explicando los motivos por los que el portón no podía ser abierto por completo.

»Las mujeres de gimnasia se arremolinaron en apoyo de la increpada, asomaron la cabeza desde la cancha, por fuera del portón, y comprobaron la veracidad de lo que Estetío apuntaba. Y una entre ellas, no quizá la más habladora, se rebulló entre ellas y salió afuera con desparpajo y le espetó a Estetío: “Pero vamos a ver, ¿cuál es el problema?”. Y Estetío, fingiendo una paciencia infinita que está lejos de tener, volvió a explicar los motivos por los que el portón sólo podía abrirse hasta la señal. Entonces la pizpireta señora preguntó: “¿Y dónde iban a poner la señal entonces?”. A lo que Estetío contestó: “Pues en la pared”. Y luego la señora exclamó como quien quita importancia a una nadería insustancial: “Ah, pues no te preocupes… Esta noche le digo yo a José Juan que mañana quiten la señal del portón y la pongan en la pared”. Tengo que decirle, señora, que José Juan es el Cabo Jefe de la Policía Local y que la pizpireta es su mujer.

»Estetío sonrió ante la ingenuidad que ofrecía la buena voluntad de la señora, pero nada dijo, al menos en voz que yo pudiera escuchar desde aquí donde estoy, y estoy bien cerca como puede ver: abrió los ojos, sonrió sardónicamente, luego bajó la cerviz, movió la cabeza, y se fue por donde había venido sin dejar de moverla.

»Esto ocurrió entre semana, un miércoles, que lo recuerdo bien porque es el día que debo regurgitar las basuras que me echan dentro. Al día siguiente, jueves, cuando Estetío se incorporó a su rutina laboral, lo primero que vio fueron esos cuatro tiros en el portón, que quedaron tras extraer los remaches, y la marca de diferente tonalidad que había dejado la señal desde que la remacharon al portón.

»La señal, como puede comprobar, mi estimada señora, ya estaba atornillada a la pared, y ahí permanece estoicamente sin que se siga haciendo mucho caso a la prohibición de aparcar aquí delante, quizá también porque Estetío se niega a enfrentarse con los vecinos por algo que, realmente, en doce años no ha llegado nunca a ocurrir.

»Si las obras de palacio van despacio, lo mejor es acometerlas entrando desde las cocinas.

Losange Sable

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