Sí, el Mulo ya está de vuelta en Kalgan (bien peinadito y aseadito). La Segunda Fundación se ha impuesto, como era de prever, y ahora la galaxia tratará de seguir el Plan Sheldon (ay, si al menos tuviéramos un plan…). Te dejo el enlace wikipédico a Segunda Fundación para que, si no quieres o no tienes tiempo de leer la Trilogía de las Fundaciones, de Asimov, sepas cómo termina la historia apuntada en el artículo del que este que estás leyendo es conclusión (¡¡esperemos!!). Recreación de El Mulo (Trilogía de las Fundaciones)
Los colegios y escuelas, los institutos y la universidad, siempre se han considerado centros del saber, no centros de ignoranciaá. En estos centros se enseña, además de las ciencias y las artes, a pensar por sí mismo y a valorar el esfuerzo personal, y nunca han sido centros donde se celebra la vaganciaá y la incuriaá, actitudes que suponen todo lo contrario a la esencia para la que han sido creadas estas instituciones. Pero Isabel Celaá con la ley que defiende personalmente, va a convertir a las futuras generaciones en deudos de la mediocridad. Mediocridad en el alumnado pero también mediocridad en el profesorado. Hace al menos veinte años que las promociones del profesorado abandonan la universidad sin ningún compromiso con la excelencia; en las facultades también se esconden profesores que llenan sus discursos en las aulas contando sus problemas familiares y personales en lugar de dedicar su horario lectivo a impartir la materia para la que han sido contratados. Pero hemos llegado a un punto en el que los mediocres se perciben como buenos habida cuenta del monto de profesores vagos y retrecheros que anidan en las aulas. Es lo que han dado las pésimas legislaciones educativas anteriores a…
Los pagos hay que hacerlos cuando la oportunidad la pintan calva o rucia, y los Picapiedra españoles aprovechan para colocar a sus fieles chupacerúmenes en los cementerios de elefantes con que se mercadea en la política nacional. A la persona que mintió a toda una nación diciendo que el coronavirus no iba a dejar más que tres o cuatro contagios en España; al tipo que tenía la obligación de saber qué coño se nos venía encima; al elemento que al menos debía saber que no iban a ser tres o cuatro contagios; al quídam que debió irse cuando vio la que había armado (miles y miles de muertos que confiando en la jovialidad de sus palabras no se preocuparon de la mortalidad que traía este virus) pero que decidió quedarse para seguir haciendo prácticas de futurólogo que acierta menos que aquel Juan Dámaso, vidente. En fin, a ese de la voz cazallosa y camisas siderúrgicas le van a promover a un cementerio de elefantes en el mismísimo centro europeo de vigilancia contra la pandemia, cuando en su propio país han quedado al desnudo sus carencias profesionales, calificándolo de un ser vil funcionario. A un licenciado en medicina, capacitado para recetar…
Hablando de contar historias, a todos nos han gustado siempre las aventuras de los Picapiedra: la ambientación, sus respectivas familias, pero sobre todo sus dos protagonistas y sus caracterizaciones. Aunque el segundo ha adoptado el apellido del primero, no siempre es el segundón de esta pareja desastre. A veces el grandote hace lo que le dice el apocado segundo. Pedro Picapiedra es simplote, y Pablo Mármol, más sufrido, es quizá algo más inteligente aunque sigue siendo obtuso. Pero en las historias que nos cuentan ambos mantienen un punto tierno, cándido y entrañable que nos acerca a ellos cuando los vemos meterse en pieles de once varas, y sufrimos con sus vicisitudes y padecemos sus tribulaciones. Reconozcamos que los Picapiedra son dos perdedores. Esa es la única verdad que no debemos perder de vista so pena de acabar confiando en ellos. Cuando en alguna historieta han intentado arreglar algo, sabíamos de antemano que meterían la pata hasta el zancarrón. En su brutalidad, la ficción nos los presenta tiernos, sencillos, ingenuos y con buen corazón, pero no podemos olvidar que en la realidad, en su realidad, no son más que dos picapedreros en una cantera: yabadabadú. Cuando en aquella sociedad primitiva les…
Literatura y realidad… Cuántas veces habremos oído eso de que la ficción supera a la realidad, o que la realidad imita a la ficción. Y quizá sea cierto si prestamos oídos a las últimas teorías científicas, o medio científicas, que apuntan que tal vez nuestro mundo (y nuestros sentimientos y percepciones) sólo sea un holograma de lo que ocurre en otro lugar del universo. Dejémonos de Matrix y vayamos al grano: nos precede una historia que conocemos (o que creemos conocer). Ambientándonos en esa historia elaboramos otras historias. Que nosotros sepamos, somos la única especie animal o vegetal sobre este planeta que es capaz de imaginar historias ficticias. Y digo ficticias pero también somos capaces de idear historias falsas. Que sea el filósofo quien delimite el terreno y las fronteras entre ambas. Nuestras historias inventadas crean expectativas o abren nuevas ideas en otras mentes. Cuando el sapiens sólo contaba con la tradición oral, esas expectativas y nuevas ideas se movían muy lentamente. Desde la invención de la imprenta, y más con la creación de la era digital, esas historias ficticias no diré que corren sino que vuelan sobre las fronteras geográficas (físicas) y políticas (tan artificiales como las historias que…