—Llevo días dando vueltas a la idea de reflejar gráficamente la infraestructura de un cuento. Sabes que, por definición, las infraestructuras no se ven; extrayendo un diagrama veríamos el armazón sobre el que está construido el cuento. »He pensado basarme en seis parámetros que constituirían el genotipo del cuento para que aflore visualmente la construcción interna de cada uno. Seis puede ser una cantidad apropiada. Dibuja un hexágono y traza sus radios, Catón. —¿Estás seguro de que servirá para algo? —Pues no lo tengo muy claro; quizá acabe siendo una fábula milesia más, pero tengo una idea en mente. —No me hagas trabajar en balde: ¡cuéntamela! —Verás… Con este trabajo obtendremos para cada cuento una figura dentro del hexágono. La idea es que cuanto mayor sea su área más se ajustará el cuento analizado a los parámetros considerados clásicos en la narrativa. —Pero no entiendo qué utilidad tendrá. —Quiero obtener las gráficas de una quincena de cuentos para compararlas. Hemos de elegir con cuidado esos quince primeros cuentos. Al final veremos si podemos sacar conclusiones analizando cada genotipo. —Bueno… Con esto que dices… quizá sí tenga alguna utilidad. Dime qué voy haciendo. —Ve nominando los radios. Comienza con el que…
El maestro cuentista Meliano Peraile defendía que un cuento debía tener entre 3 y 10 páginas. Era su estándar de cuento. Cierto que hay cuentos de más 30 páginas (ya expliqué en Cuánto cuento cuándo estamos ante un cuento independientemente del número de páginas). Hoy toca contar. Es normal que en la época del maestro conquense primara el número de páginas como medida de la extensión de un cuento. La máquina de escribir, tecnología de la época, producía páginas estandarizadas con una letra monoespaciada (donde ocupa tanto espacio una «i» como una «m»). ¿Quién iba a detenerse a contar palabras una a una? El número de líneas por página (a doble interlineado según el estándar) y el ancho de los márgenes formaban parte de la norma. Ponderando la media de palabras por línea y un par de multiplicaciones se obtenía el número aproximado de palabras de un cuento. Para resolver ecuación tan inexacta era más rápido considerar el número de páginas para una única multiplicación, calculando una media de 500 palabras por página. Peeero… Si maquetamos un cuento para imprimirlo en papel, entonces debemos conocer el número de páginas que ocupa para saber cuánto papel vamos a necesitar. Pero si…
Charlando de cuentos con una amiga, hablando de qué puede interesar más a una editorial, ha surgido un debate. Identificamos en los cuentos dos cualidades: su fuerza y su belleza. Quede claro que la medición de estas cualidades va a ser siempre subjetiva. Definimos como belleza del cuento la elegante prosa con que está escrito, próxima al lenguaje lírico, habiéndose escogido con esmero las palabras, el ritmo, la sonoridad… incluso las pausas. Entendemos por belleza el cómo está contado el cuento. La belleza exalta las emociones. Por la fuerza del cuento entendemos su capacidad para epatar, para alterar el ánimo, para inducir a reflexión… y hasta para anidar en la mente del lector. Por fuerza entendemos el qué cuenta el cuento. La fuerza exalta las pasiones. Ambas cualidades no se excluyen mutuamente. Un buen cuento debería estar escrito con bellas palabras y poseer gran fuerza, pero mucho me temo que eso queda reservado únicamente a los grandes maestros cuentistas: Chéjov, Quiroga, Maupassant, Bosch, Poe, Rulfo, Kipling, Cortázar… Andando el debate, hemos establecido dos sistemas de calibración. El primero es una escala de 0 a 100 para cada una de estas dos cualidades. Un cuento podría tener 75 puntos de fuerza…