Fui a toparme con este cuento en una visita que hice a un amigo de la infancia que se ganaba unos euritos haciendo de sacristán en una pequeña basílica en las afueras de la ciudad. Aprovechando que no había culto pude visitar sin molestar esa modesta joya arquitectónica. Luego, mientras él hacía algunas labores diarias, me fui a la sacristía con ánimo de beberme algo del vinito del cura (sin consagrar, ¿eh?, que a uno le enseñaron a respetar). Mientras paladeaba un rico vino de Toro y mi amigo terminaba alguna labor de mantenimiento eléctrico, me puse a rebuscar en un arcón lleno de libracos viejos, no sin pedirle permiso al sacristán: «Llévate los que quieras, que sobran». Sonreí y me dije que para qué coño quería yo libros religiosos; pero así y todo me puse a rebuscar porque uno tiene sus manías. Pronto vi que aquel cajón era una especie de hoguera donde iban a parar libros requisados. Ignoro si a los jóvenes de la parroquia o a los padres, y habían sido confiscados por las madres amantísimas o airadas esposas: encontré ejemplares de El Decamerón y de Lolita, amén de algunos cuentos del Marqués de Sade que pedí…
Estaba una tarde curioseando en un cajón con viejas cintas VHS, en su mayoría películas de ciencia ficción, que me había regalado un amigo que había ido deshaciéndose de útiles y tecnología. Como yo aún tenía un reproductor de vídeo, no tuvo mejor idea que dejármelas en la puerta de mi casa junto con unas letras. Metí la caja dentro y ocurrió como con otros cachivaches, que a fuerza de verlos en el medio ya no reparas en ellos. Pero llegó el invierno, un invierno frío y lluvioso, y, sin gana de salir de casa, me fijé en la dichosa caja. Como he comenzado diciendo, me puse a rebuscar para ver si daba con algo con qué ocupar la tarde y que me apeteciera ver. Entre las cajas de las cintas encontré unas hojas donde estaba escrito éste cuento y otros dos más. Tengo anotado que corría diciembre de 2013, así que, técnicamente, a lo mejor aún era otoño. Llamé a mi amigo y no sabía nada del cuento, pero sí me dijo que había tratado de deshacerse de la bendita caja al menos seis veces antes por el mismo método, pero acababan devolviéndosela de idéntica forma. Hasta que yo…
Críticos reconocidos y reputados escritores emparejan cuento y poesía parangonando la belleza que emana de ambas composiciones. No es sabio contradecir a la elite de las justas literarias (maguer estén confundidas). Yo debo reconocer que mis cuentos carecen de la belleza que aporta el sello del poeta. Soy consciente de que no me ha sido dado alcanzar el embeleso del requiebro literario (y huyo de su embeleco). Pero honestamente creo que ese bello envoltorio desluciría el tipo de cuento que me place escribir. Mis cuentos son desabridos, y para lucir entiendo que deben ser ajenos a florituras, aunque de vez en cuando me pueda caer en ellos una fragancia por aquí o un acorde por allá. Mis cuentos crudos mantienen con los cuentos bellos la misma relación que pueden tener una linda mujer o un hombre hermoso con un cuerpo burdo y tosco. Pero si los desollamos y dejamos a la vista el primer armazón, el de músculos y tendones, encontraríamos escasa diferencia entre un cuerpo de perfectas proporciones y otro deformado por las duras labores en la mina o la cantera, maltratado por las insanas y repetidas faenas en una chalupa o detrás del arado. A la vista el…
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