La cocina del escritor.—
Una amiga me envía por Telegram las bases de un concurso que convoca un municipio de Asturias sobre la celebración de no sé cuál de los días de la mujer que las comadres han ido estampando a lo largo del calendario: el día de la mujer, el de la mujer trabajadora, el día de la madre, de la mujer maltratada, día de la profesora, de la mujer homosexual…
En las bases se pedía un microcuento de máximo dos páginas (!!). Cualquiera que tenga dos dedos de literatura sabe que dos páginas y microcuento es un desafortunado oxímoron y un ignorante sinsentido. Pero deja que te cuente…
Sobre el formato del cuento, las bases estipulaban que debía enviarse un archivo PDF con un tamaño de letra dado y un MÁXIMO DE DOS PÁGINAS. Terminado el cuento veo que tengo tres páginas… Me pongo a reducir texto y no puedo bajarlo de dos páginas y media. Releo las bases y no habla de márgenes ni de interlineados… Los reduzco sin perjudicar la legibilidad, pero como el cuento es puro diálogo, las frases cortas siguen ocupando una línea completa y no logro bajar el cuento de las dos páginas y cuarto… Y enseguida me doy cuenta: lo maqueto a dos columnas, ¡y zas!, menos de dos páginas. Está dentro de las bases, creo yo.
Una vez compendiado mi cuento en menos de DOS PÁGINAS, he podido recrecerlo recuperando los descartes que le daban sustancia. Maquetado y cerrado a mi gusto me pongo a trabajar sobre él. Y ocurre lo de siempre, que en líneas tan cortas como las que propician las dos columnas por página DIN A4 vertical, una palabra que no te quepa y salte a la línea siguiente lleva, por un efecto dominó, a que el final del cuento termine bien adentrado en la tercera página. Supe qué hacer: justificar por ambos márgenes y dividir palabras (que dice la RAE) con el guión (con tilde, como NO recomienda la RAE).
No acaba aquí la odisea de este cuento. Ahora llega lo mejor. Las bases pedían que el tema del cuento fuera el maltrato doméstico de la mujer. Y yo lo trato: lo vas a leer aquí debajo… versa sobre la temática que piden, aunque quizá no con el tratamiento que esperan. Pero ese no es mi problema… si no les gusta que no lo premien.
Espera, espera… que te he dicho que ahora llega lo mejor: las bases, como puedes comprobar dicen que se envíe un correo electrónico en el que se adjunte el cuento y en el asunto figure el nombre del autor y su teléfono. Y lo hago. Envío el cuento el día 8 de octubre… y el día 24 de octubre me envían un correo electrónico diciéndome que el cuento les ha llegado perfectamente (¡quince días después!) y añaden:
«Facilítanos por favor: tu nombre y apellidos, D.N.I /N.I.E., dirección y un teléfono de contacto».
Pero… las bases no piden identificarse con tal nivel de detalle: ¿a qué viene tanto interés? Tengo libertad para SOSPECHAR de un interés tan extemporáneo como el que muestran en identificar plenamente el origen de la autoría.
El cuento hace pensar que la autora es vecina de ese municipio: me ocupé de situarlo allí. Y tengo libertad para pensar que el cuento no les ha gustado y que quieren saber quién es la procaz escritora que lo ha enviado. Procaz porque el cuento perturba la incuria de las instituciones, más volcadas en figurar con concursitos de chichinabo como este que en solucionar los problemas reales de una población irreversiblemente envejecida: los viejos les estorban porque consumen recursos y no producen para la maquinaria política que alimenta vagos, maleantes e inútiles políticos.
Y sigo teniendo libertad para pensar que buscan localizar a la autora con aviesas intenciones en un pueblecito que no llega a los dos mil quinientos habitantes. Observa que me comunican que el cuento lo han recibido correctamente el día que se cierra la recepción de originales. Si hubieran querido premiarlo me hubieran dicho que estaba premiado… Y tenían forma de contactar conmigo con los datos solicitados en las bases… de hecho, han comunicado conmigo para pedirme mi filiación completa, una petición que no contemplan las bases. Y es que, si hubieran pretendido otra cosa más… amigable, cabría reprocharles que esa aproximación no se hace así. Y es que tampoco han vuelto a comunicar conmigo.
Mantengo mi libertad para pensar que sólo les ha movido una curiosidad malsana y mucha mala bilis. Si en las bases no se exige tal detalle de identificación, ¿a qué viene interés tan repentino para identificar y ubicar a la autora?… Nombre y apellidos (ya los tenían: Losange Sable), dni y dirección… Lo de pedirme el teléfono distrae de una intención solapada que tengo libertad para sospechar que es lo que en verdad les mueve; y además es ocioso cuando ya lo tienen en el asunto del correo: podían haberme llamado si tan importante era, ¿o no?
Me da que ese lema de «igualdad, igualdad» en realidad significa que todas tenemos que pensar igual que ellas… Yo sí dispongo de libertad para pensar que son arteras y torticeras porque me sitúo fuera de cualquier sistema castrista de control.
No les he dado respuesta, como ya imaginarás… del premio pasaba de largo. Que vayan a rascárselo. Mi premio han sido las risas que hemos echado las amigas de la tertulia literaria en El Abrevadero imaginando las caras que han puesto y las gargantadas que habrán tenido: esa imagen ya no nos la quita nadie. «Solange, eres Bárbara…», me ha dicho Felícitas; y el descojone ha sido general. Te cuento todo esto para que tú también participes del atragantazgo de mentes cavernarias. ¿A qué viene pedir datos que identifiquen a la autora en un municipio donde todas las familias se conocen cuando en ningún momento se estipula en las bases que debe aportarse ni dni ni domicilio? Talmente parece control castrista de la disidencia: «tamos guapos», que diría Carmina.
Carmina y Aníbal: la receta del cuento | Mostrar> |
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Por si se te atraviesa el español que se habla en los pueblos de Asturias, que el hablado en las ciudades es un español salpicau de oes fechas úes y una docena de palabras del ámbito rural que los urbanícolas pueden guardar en el magín, al final tienes el cuento con el parlamento de Carmina escrito en español más castellano.
Carmina y Aníbal | |
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Carmina y Aníbal
**(cuento – 745 palabras ≈ 3 minutos)
—¿Cuál es su nombre?
—Carmina.
—¿Apellidos?
—Burana… y Fernández, que tuve madre.
—¿Edad?
—Ochenta y siete años.
—¿Sabe por qué comparece en este juzgado?
—Sí señor.
—Señoría. Debe dirigirse a mí como señoría.
—Ta una de tratar con besties, no me lo tome a mal.
—Estamos en que comparece usted en este juzgado por el maltrato físico de que ha sido objeto por parte de su marido, Aníbal Barca, aquí presente.
—No señor señoría.
—¡¡Carmina!!
—El acusado debe permanecer callado hasta que se le pregunte.
—¡Aníbal!, calla la boca y estate a lo tuyu. No toy enredando, ho.
—¿Por qué dice ahora que no, cuando sí que ha denunciado en este juzgado que es víctima de maltrato en el hogar, señora?
—Porque non ye tan así el cuentu, señor señoría.
—Debe dirigirse a mí sólo como señoría.
—Vaya por Dios, que ando hoy muy torpe. Fáceseme tou esto muy raru, descuide que no i llamo más así.
—Vamos a ver, Carmina. Usted ha denunciado a su marido, aquí presente, por malos tratos.
—Nunca mi puso la mano encima el probín, señoría.
—¿Entonces? Cuénteme que ha pasado realmente.
—Na raru, que estaba yo dimiendo unos ablanos. ¿Sabe qué ye dimir, señoría?
—Dígame.
—Pues que pa que caigan les ablanes en tiempo, si se esmenen un pocu acábase antes. Eso ye dimir. Esi día con la pértiga no poníamos arte, y como el mío Aníbal ya no ye el que era, que está coxu perdíu desde que fai siete años quel caballu arremetioi una buena patada, subime a una muria ellí mismu pa dimir en condiciones mientres Aníbal apañaba per baxu les que caíen.
—Siga, me voy enterando de lo que cuenta.
—Y na más. Resbaleme y caíme a tou la llarga frayándome entera. Ésti, que no val pa na, acelerose tou y llamábase de la so Carmina que ni moveme podía en aquel estropiciu. ¡Gárrame parriba y no seas fatu!, decíai yo que taba rabiada toa doloría. Total, que cuando atinó a poneme parriba, que una tien un buen brazau, garramos la moto y fuímosnos pal médicu.
—¿No había nadie en casa para socorrerla?
—No señoría, que vivimos solos.
—Continúe, haga el favor.
—En el médicu atendiéronnos perbién pero debieron barruntar da qué, no sé a qué pitu, igual paiciollos que tamañu machacón podía ser cosa del Aníbal y que tábamos contandu un cuentu pa disimulalo, porque no podín creer que a estos años anduviérame pe les muries como si tal cosa. Ficiéronme dir al Ayuntamientu de Infiestu, que somos de la parroquia de Ques. Ellí mismu, a onde una abogada que i faltó tiempu pa avisame de que si denunciaba pagarinnos po lo menos cuatrocientos euros de más al mes, pa con lo de la Agraria.
—Pero su marido no la había pegado, que usted se había caído del muro, ¿no es así?
—Sí señoría juez. Asina mesmu. Ta buenu Aníbal pa andar en eso después de vieyu.
—Entonces, señora Carmina, ¿por qué mintió usted?
—Hablámoslo entre nosotros daquella. Cuatrocientos euros al mes vendrinnos muy bien pa comprar el gasoil pa la calefacción y pa pasar l’iviernu. Porque ya no tamos para dir a por leña peraí, y viendo lo que mi pasó por faceme la moza y engolame en una muria. Y ésti está pal arrastre tamién, ya lu ve usté. Buenu, la verdá ye que ahora estamos los dos igual de jodíos. ¡Ay!, escapósimi señoría juez.
—Entiendo que viven ustedes dos solos. ¿No tuvieron hijos?
—Dos, señoría. Dos mozos, bien plantaos.
—¿Y no les ayudan?
—Ayudáronnos siempre, que ellos nos compraron la caldera de gasoil.
—¿Y qué ha sido de ellos? ¿Marcharon al extranjero?
—Los míos fillos murrieron.
—¿¿Los dos??
—Y el mismu día…
—¿¡Cómo así!?
—Trabayaben a turnos en Cogersa… Esi día taben pe la mañana los dos. Iben xuntos en el fotingu del pequeñu, que gustabai munchu macaniar en él y traíalu como un beril. Llevábense muy bien los probinos. Y en la autopista atrapolos un cacimaqui y matómilos a los dos… Ya taben enllegando al trabayu… El cacimaqui sólo averió un cadril…
—Lo siento mucho, Carmina…
—Fai más de veinte años. Veintidós, señoría juez… Ya fui más duru levantase y tirar pa riba.
—Pero si su marido no la maltrata yo no puedo fallar que existe maltrato para que les den ese dinero.
—Buenu… Entós esti iviernu morrimos de fríu porque nun nos alcanza pal gasoil. Apañarannos cualquier día desiguaos en daqué castañegu, a leña pa calentanos pe l’iviernu allá.
Losange Sable
septiembre 2024
Carmina y Aníbal
**(cuento – 781 palabras ≈ 3 minutos)
—¿Cuál es su nombre?
—Carmina.
—¿Apellidos?
—Burana… y Fernández, que tuve madre.
—¿Edad?
—Ochenta y siete años.
—¿Sabe por qué comparece en este juzgado?
—Sí señor.
—Señoría. Debe dirigirse a mí como señoría.
—Estoy de tratar con bestias, no me lo tome a mal.
—Estamos en que comparece usted en este juzgado por el maltrato físico de que ha sido objeto por parte de su marido, Aníbal Barca, aquí presente.
—No señor señoría.
—¡¡Carmina!!
—El acusado debe permanecer callado hasta que se le pregunte.
—¡Aníbal!, calla la boca y estate a lo tuyo, que no voy a mentir.
—¿Por qué dice ahora que no, cuando sí que ha denunciado en este juzgado que es víctima de maltrato en el hogar, señora?
—Porque la historia no es así, señor señoría.
—Debe dirigirse a mí sólo como señoría.
—Vaya por Dios, hoy ando torpe. Se me hace muy raro todo esto; descuide que no le llamo más así.
—Vamos a ver, Carmina. Usted ha denunciado a su marido, aquí presente, por malos tratos.
—Nunca me puso la mano encima el pobre, señoría.
—¿Entonces? Cuénteme que ha pasado realmente.
—Nada del otro mundo, que yo estaba dimiendo unos avellanos. ¿Sabe qué es dimir, señoría?
—Dígame.
—Pues que para que caigan las avellanas, si se agitan un poco las ramas acabamos antes. Eso es dimir. Ese día con la pértiga no poníamos arte, y como Aníbal ya no es el que era, que está cojo perdido desde que hace siete años el caballo le arreó una buena patada, me subí a un muro, allí mismo, para dimir a gusto mientras Aníbal recogía del suelo las que caían.
—Siga, me voy enterando de lo que cuenta.
—Y nada más. Me resbalé y caí todo lo larga que soy y me machaqué el costado. Éste, que no vale para nada, se aceleró y sólo decía ¡ay Carmina mía!, que yo no podía ni moverme con aquel dolor. ¡Agárrame y levántame y no seas bobo!, le decía yo que estaba rabiando de dolor. Total, que cuando pudo levantarme, que una pesa lo suyo, subimos en la moto y nos fuimos al médico.
—¿No había nadie en casa para socorrerla?
—No señoría, que vivimos solos.
—Continúe, haga el favor.
—En el médico nos atendieron muy bien pero debieron sospechar algo, no sé a qué cuento, igual les pareció que machacón tan grande podía ser cosa de Aníbal y que estábamos mintiendo para disimular, porque no podían creer que a mis años anduviera subida por los muros como si tal cosa. Me hicieron ir al Ayuntamiento de Infiesto, que somos de la parroquia de Ques. Allí mismo, adonde una abogada que le faltó tiempo para decirme que si denunciaba nos pagarían por lo menos cuatrocientos euros más al mes, además de lo que cobramos de jubilación de la Agraria.
—Pero su marido no la había pegado, que usted se había caído del muro, ¿no es así?
—Sí señoría juez. Así mismo es. Está bueno Aníbal para andar en eso ahora de viejo.
—Entonces, señora Carmina, ¿por qué mintió usted?
—Lo hablamos entre nosotros en aquel momento. Cuatrocientos euros al mes nos vendrían muy bien para comprar el gasoil para la calefacción y pasar el invierno. Porque ya no estamos para ir al monte a por leña, y viendo lo que me pasó por hacerme la moza y subirme en un muro. Y éste está para el arrastre también, ya lo ve usted. Bueno, la verdad es que ahora estamos los dos igual de jodidos. ¡Ay!, se me escapó señoría juez.
—Entiendo que viven ustedes dos solos. ¿No tuvieron hijos?
—Dos, señoría. Dos mozos, bien plantados.
—¿Y no les ayudan?
—Nos ayudaron siempre, que fueron ellos quienes nos compraron la caldera de gasoil.
—¿Y qué ha sido de ellos? ¿Marcharon al extranjero?
—Mis hijos murieron.
—¿¿Los dos??
—Y el mismo día…
—¿¡Cómo así!?
—Trabajaban a turnos en Cogersa… Ese día trabajaban de mañana los dos. Iban juntos en el coche del pequeño, que le gustaba mucho enredar en él y lo tenía como nuevo. Se llevaban muy bien los pobres. Y en la autopista los cogió un cacimaqui y me mató a los dos… Ya estaban llegando al trabajo… El cacimaqui sólo se rompió una pierna…
—Lo siento mucho, Carmina…
—Fue hace más de veinte años. Veintidós, señoría juez… Ya fue más duro levantarse y tirar para arriba.
—Pero si su marido no la maltrata yo no puedo fallar que existe maltrato para que les den ese dinero.
—Bueno… Entonces este invierno moriremos de frío porque no nos alcanza para el gasoil. Nos recogerán cualquier día tirados en alguna castañera, buscando leña para calentanos durante el invierno.
Losange Sable
septiembre 2024
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