Barbarismos y solecismos

1 de octubre de 2024

La cocina del escritor.—
Este minicuento se me vino a las mientes observando el mundo. El razonamiento que le da forma es: yo te respeto como persona pero no me puedes exigir que respete tu locura. Puedes percibirte como te dé la gana siempre y cuando no genere ninguna obligación hacia mí.

Es curioso que las personas que utilizan estos artificios –y quienes les amparan y defienden– exigen tolerancia mientras ellos se vanaglorian de su intransigencia. Si no me apetece entender la locura ajena, ¿no tengo tanto derecho a expresar mi opinión como la tienen ellos? ¡Ah!, que hiero sus sentimientos. Pero ellos hieren los míos obligándome a comulgar con su locura, enajenación, rareza, necedad o veleidad. ¡Ah, ya! Que soy un facha… por llevarte la contraria.

Barbarismos y solecismos: la receta del cuento Mostrar

 

Barbarismos y solecismos   
¿Cómo leer un archivo ePUB?

Barbarismos y solecismos
**

(cuento – 889 palabras ≈ 4 minutos)

A primera hora de la tarde apenas viene nadie a la biblioteca, por lo que aprovecho para reordenar fichas y recolocar libros. Pero esa tarde, a los diez minutos de abrir, entró un chaval joven, de esos cuyo sexo es complicado de adivinar, tanto por su aderezo personal como por su indumentaria. Por el bozo sobre su labio vi que era un muchacho.

Lo mejor será que transcriba la conversación.

—Buenas tardes, ¿qué desea?

—¿Tienes el libro «Nadie nace en un cuerpo equivocado»?

—Tengo que mirar, señor. No recuerdo si en este momento está en préstamo.

—No me llames señor.

—Perdone, caballero.

—Ni tampoco caballero.

—¿Perdón?

—Los viejos siempre estáis juzgando sin conocer.

—Un momento. Usted ha venido a por un libro. Yo se lo busco. Y si está en la biblioteca podrá llevárselo siempre que cumpla los requisitos que estipula el reglamento.

—¿Y si no está, qué hago?

—Tendrá usted que aguardar a que lo devuelvan.

—Y eso cuándo va a ser…

—Lo ignoro, caballero.

—Otra vez caballero. Me tienes que llamar señore.

—¿Perdone?

—Que no soy ni señor ni señora. Te tienes que dirigir a mí como señore.

—Y eso por qué…

—Porque soy de género fluido.

—Pero las personas no tenemos género, tenemos sexo.

—Pues soy de sexo fluido.

—No hay más que dos sexos. Lo demás es una construcción artificial, señor.

—¿Qué te he dicho?

—Usted no me puede obligar a utilizar un solecismo.

—No es que yo te obligue a usar el catecismo, es que es lo que tienes que hacer.

—Solecismo, señor, no catecismo.

—¿Qué te he dicho?

—Si es usted capaz de explicármelo de forma que yo lo entienda… A lo mejor hasta me convence de esta nueva realidad.

—Ese es el problema. Para vosotros los viejos todo es nuevo.

—Por supuesto. Por eso tiene usted que tener paciencia conmigo.

—¿Pero es que no vais a aprender nunca? Es muy fácil. Ni señor, ni señora: señore. No hay soledades ninguna.

—Solecismos.

—Lo que sea.

—Me temo que no me va a salir, tal vez porque no lo veo natural.

—¿Estás diciendo que soy una aberración de la naturaleza?

—Líbrenme Zeus y Júpiter de insinuar nada semejante. Para mí es usted un usuario más.

—Pues llámame como te pido.

—Pero es que no me va a salir. Señor o señora, como usted quiera. Pero eso otro no soy capaz de decirlo. Y usted no me puede obligar si no soy capaz.

—Tú trabajas en el Ayuntamiento. Y este Ayuntamiento es sensible con las sensibilidades de los vecinos. Que te den un cursillo.

—Me temo que eso, ahora, en este momento, no va a ocurrir. Si usted me lo explica quizá yo lo pueda entender.

—A ver, no me percibo ni como hombre ni como mujer. Por eso no puedes llamarme ni señor ni señora.

—¿Y le pasa eso a menudo o sólo esta tarde que ha venido a esta biblioteca?

—La verdad es que a veces me siento hombre, y otras veces mujer.

—Pues dígame cómo se siente hoy y le llamaré señor o señora.

—No te enteras, ¿a que no? Hoy es un día en que no me siento ni una cosa ni la otra.

—Perdone, lo que usted me dice yo no soy capaz de entenderlo, y usted no me puede obligar a entender lo que está fuera de mis alcances.

—Pues a ver si entiendes esto: voy a ir al Ayuntamiento a denunciarte por trato vejatorio.

—Mire, señor. Si usted viniera y me dijera que hoy se siente un perro, yo no le iba a tratar como a un perro sino como a una persona.

—Ya estamos. Tienes que entender que has de tratar a las personas tal y como nos percibimos nosotros. Lo demás es una falta de respeto.

—Empiezo a entender… O sea, que no es lo que yo vea que es, sino lo que ustedes me digan que yo tengo que creer.

—Parece que te vas a evitar que vaya al Ayuntamiento…

—Pero entonces, señor, usted debe tratarme a mí como yo le diga que me siento, ¿no es así?

—Ya lo has entendido. ¿Ves que fácil? Yo no tengo problema en llamarte señore.

—Pues en primer lugar permita que le diga que no recuerdo haberle dado permiso para que me tutee.

—Bueno, eso da igual. Yo te he tratado con respeto.

—Y en segundo lugar, yo me percibo como un dios, y así me tienes que tratar, puto mortal.

—¿Quéé…?

—Que te arrodilles ante mí. Que te postres inmediatamente y me adores. Bésame los zapatos que ni siquiera deseo que tus infectos labios toquen mis pies celestiales. Vamos, ahora mismo. O vete de aquí, asquerosa sabandija.

—Estás loco, tío. Que te den…

Esta fue exactamente la conversación, señoría. Tenga usted la seguridad de que la he reproducido literalmente porque quedó grabada. Mi abogada le hará llegar una copia del archivo de audio y aquí le dejo la transcripción en papel.

»No hubo ningún trato vejatorio por mi parte, señoría, fue mi manifestación como Dios que soy en mi corporización de bibliotecario.

»Si lo pensamos con detenimiento, si usted me condenara por no tratar a un chaval como él dice percibirse ese día, su sentencia caería en contradicción. Usted debería tratarme como yo me percibo, como Dios. Y ningún juez de la Tierra puede condenar a Dios.

Losange Sable
septiembre 2024

No hay comentarios

Los comentarios están cerrados.