Me ha costado creer que se haya publicado en una revista de tirada nacional una columna semanal de la que he sabido por un apunte en el antiguo Twitter.
Pérez-Reverte, que habla como si fuera la conciencia omnisciente de la España toda, y que ha estado en no sé cuántas guerras y tiene en su villa no sé cuántos libros con los que –dice él– habla cual oráculo arcano cuando está en un trance poético o diegético, y que debe creer que todo lo anterior (vivencias y lecturas) le da derecho a darnos gratis lecciones no pedidas de ética y moralina, ha publicado un artículo que ha titulado Tutee usted a su puta madre. (¡Qué ordinariez!).
Te lo enlazo aquí debajo:
Puedo aceptar que alguien me llame hijo de puta, pues según define el diccionario de la RAE, de la que Arturi-to (ponle la voz de la inolvidable Gracita Morales) es un miembro, me estaría llamando «mala persona». Y no estaría faltando a mi santa madre.
Lo entiendo y así lo uso.
Pero si alguien me dice «tutee usted a su puta madre», está llamado puta a mi madre.
Que aunque lo haga un consabido pisacharcos como Arturo Pérez-Reverte, el alatristemente célebre –que le llamó otro académico al tal «don Arturi-to»–, ese insulto a la madre de cualquiera está fuera de lugar.
Primero por venir de un académico al que se le presupone una buena educación.
Segundo por publicarlo en un medio de comunicación nacional.
Tercero por presentarlo como gran titular del que (a mí me queda claro) se vanagloria.
¿Y esto es a cuanto alcanza la pretendida voz pepitogrillesca de la España toda???
Tanto que alardea don Arturi-to de conocer la gallardía de los tercios, ya debería saber que a la madre de un español no se la falta por muy hijo de puta que sea el español.
Y puesto a dar mandobles me pregunto: ¿en la empresa periodística le han reído la gracia sin afearle el despropósito? Así crecen los males nacionales, los mismos que él no deja ocasión de batear desde sus púlpitos mediáticos.
Tómate la molestia de leer el artículo y verás que el alastristemente célebre propugna en él un retorno a las buenas formas: educación, respeto, moderación, comedimiento… pero al igual que los sátrapas omnipotentes él se reserva para sí la potestad de no respetar lo que demanda. Te está diciendo que si le tuteas él puede llamar puta a tu madre. Cabeza por ojo, vida por diente. ¿Y éste es nuestro salvapatrias más coherente?
Si quien se preña de escritor mediático a ambos lados del Atlántico y vive de vender libros (los siete de Alatriste, Un día de cólera y Línea de fuego son –para mí– tan inolvidables como Gracita Morales), ha sido incapaz de encontrar mejor titular para champárselo a algún infeliz con el que se habrá topado por esos mundos y ciberespacios de dios, la cosa sí que apunta grave… Este hombre ha perdido el norte, aunque no sale del Mediterráneo.
Pero sí que sale en las teleles y con los tiktúberes levantando barbilla y entrecerrando los ojos, para, con un batir mandibular, ahuecarse y tartajear esperando acallar al entrevistador y allanar el paso a su voz a medio cascar para pontificar gayaspero (del español que se habla en Asturias).
Ahora, arrogándose una quimérica autoridad moral y perdiendo cualquier atisbo de coherencia, manda a paseo con impostada chulería las normas de urbanidad por las que clama, creyendo que hace gracia un señor tan viejo con unas alas enormes.
Se le olvidan a don Arturi-to dos cosas.
La primera, a saber, que el don no se mide ni se exige, sino que se demuestra. Y aquí el señor académico no ha demostrado merecer el usteo porque está insultando sin asomo de sonrojo a la madre de quien le tutee. Que por lo visto no se le puede…
Y es que vese crecido en su corral con la cohorte de corifeos que allí aspiran a una babita del granjero, aduladores y reverenciadores ñoños y gazmoños que baten palmas al unísono como focas en las rocas ante el insulto bajuno a la santa madre del prójimo. Allí, en la granja X, a quien critica la última ocurrencia del preboste, los palmeros le asaltan como sanguinolentos dogos de guerra (igual que ocurría en el koljós dirigido por un cerdo autócrata).
Y la número dos, a entender, que aunque él haya estado en no sé cuántas guerras y haya sobrevivido a no sé cuántas bombas y tiros, otros hemos estado en lugares a los que él no tendría ni las cáscaras para asomarse, y no vamos por ahí blasonando de ello.
Repito por si te he pillado pestañeando: yo no he estado en ninguna guerra pero sí he frecuentado lugares (tan legales como una guerra) sin llevar una gorrilla o un chaleco para que no me tiraran. Porque a mí sí tiraban para apearme, que de eso se trataba.
Carajo con el don Arturi-to… Hace exhibición de modestia cuando mienta su barquito a vela y ahora exige a los demás una educación que él no ofrece. ¿Quizá chochee y vaya camino de clueco? ¡Cuántas veces se le va la canica y es la prosopopeya del abuelo Cebolleta!
¡Ah…!, disfruta del cuento que me ha prestado el título.
No hay comentarios
Los comentarios están cerrados.