La cocina del escritor.—
Con este cuento que ahora te ofrezco he ganado el II Concurso de la Fundación Grandes Simios, que se celebró el pasado año 2022. En este momento está en vigor la convocatoria para la tercera edición.
Una buena amiga que siempre me está pidiendo que concurse, me envió la convocatoria para otro certamen. No lo vi claro pero estuve ojeando otras convocatorias que se recogían en el enlace que me pasó (en Internet es complicado hojear). Y hete aquí que mis ojos fueron a posarse a este concurso. Ya he dicho otras veces que no me hacen ilusión los concursos. No eres mejor escritor por ganar y no eres peor escritor si no ganas. Pero tantas veces me insiste esta mujer que decidí darle el gusto de participar en algo.
Elegí este concurso porque había escrito un cuento un par de meses atrás que, sin necesidad de retocar nada, se ajustaba a las bases.
Nunca pensé que pudiera ganar. Eran muchos los factores que tenía en contra; deja que te los enumere:
• a) es un cuento largo, dentro de las bases, pero largo para personas con prisas;
• b) comienza con un exabrupto grosero, lo que se desaconseja desde los más básicos manuales de narrativa;
• c) al inicio se retrata un paisaje que aleja la localización del cuento del hábitat de los grandes simios;
• d) el tema exigido en las bases del certamen no aparece hasta mediado el cuento (y recuerda que es larguito);
• e) el tratamiento que hago del tema es, como no puedo hacer de otra forma, contrario a la corriente de opinión dominante, opuesto al mainstream.
Estos cinco puntos los tenía analizados a priori. Vista la coyuntura a posteriori aprecio otros dos factores que jugaban en contra:
• f) en el concurso participaban autores de países hispanoamericanos donde el cuento es un valor en alza y no hace falta explicarle a ningún lector cuáles son las bases que hacen que un texto sea cuento; se presentaron trabajos de escritores de países como Argentina, Chile, Colombia, Guatemala, México, Perú, Uruguay o Venezuela (cuna todos ellos de grandes cuentistas);
• g) era de esperar que en su segunda convocatoria los organizadores buscaran «internacionalizar» su certamen literario, sin embargo han reconocido con el primer premio el trabajo de un compatriota.
Por ello pongo en valor este premio y estoy agradecido a los líderes del clan Proyecto Grandes Simios. Y tengo que decir que sí, que a pesar de mi parquedad y descreimiento, me ha hecho ilusión ganar este concurso literario en su categoría estelar: el cuento.
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La guerra de los bonobos
****(cuento – 5.686 palabras ≈ 23 minutos)
Primer premio del II Concurso Fundación Grandes Simios (2022)
—¡Joodé… cómo nieva! Como siga así, esta noche vamos a quedar incomunicados.
—Sobreviviremos. Antes caían nevadas más gordas y aquí seguimos.
—¿Os acordáis? Nos tirábamos dos meses incomunicados y lo veíamos normal.
—Bueno, no tan incomunicados. Siempre pudimos salir a pie. Con riesgo de resbalar y caer al precipicio, pero podíamos bajar.
—Incomunicados quedábamos, que el médico no asumía riesgos para subir.
—Éramos más jóvenes.
—Éramos niños. Y trotábamos por las peñas.
—Los niños nunca ven el peligro. Por eso corríamos por el desfiladero.
—No recuerdo que nos riñeran los mayores.
—Yo tampoco recuerdo que se despeñara nadie.
—Cuando pienso en aquellos años me parecen como si fueran de otra vida.
—Hoy en día, si hace falta, viene el helicóptero a sacarnos.
—Si está despejado.
—Ese aparato sí da miedo, y no el asomarte al precipicio y bajar corriendo por el talud.
—Bueno, que ahora tampoco estamos para correr entre peñas.
—Ahora porque somos viejos. Pero los chavales de hoy día tampoco serían capaces de hacerlo.
—Para nosotros era un entretenimiento.
—Un juego.
—Un entrenamiento.
—Pero para los chavales de hoy el juego es estar sentado toda la tarde frente a una pantalla.
—Están entretenidos.
—Como nosotros con el fútbol.
—Pero es que cuando éramos chavales no teníamos tele para ver el fútbol.
—Nuestras diversiones eran otras.
—Correr, saltar, nadar, trepar, lanzar y pelear…
—Las de toda la vida. Desde que el hombre camina a dos patas.
—Lo dirás por ti.
—El qué…
—Que yo tengo piernas, no patas.
—Aahjá…
—Jajá… Tienes razón. Todos tenemos piernas.
—Pues a los críos de ahora les sobran.
—Total, para estar sentados una tarde como la de hoy…
—Lo que vamos a hacer nosotros, no te jode. Yo no pienso salir. Si el Mari no nos echa…
—¿Y adónde vais a ir si os echo?
—A casa.
—No tenéis pantallas.
—Nunca las hemos necesitado. Una tarde como la de hoy, que no se ve dos en un burro, contábamos cuentos.
—Los críos de hoy día necesitan verlos. Si se los cuentas se aburren.
—No te creas. El fin de semana pasado estuve en casa de mi hija.
—Cierto. ¿Cómo te fue?
—Fui a cuidar al nieto, que ellos tenían una cena. Lo pasé bien con el chaval.
—Él en su pantalla y tú en la tuya, viendo el fútbol.
—Qué va… Eso os quería decir: pidió un cuento. El crío me pidió que le contara un cuento.
—¿Y cuál le contaste?
—Eso es otro cuento.
—Pues cuenta… Como esto siga así, de aquí no vamos a poder salir ni para ir a casa. Mira cómo ventisquea.
—¿De verdad queréis que os lo cuente?
—Natural…
—Pues fue un cuento que me inventé sobre la marcha.
—Tú siempre has tenido arte contando historias.
—¿No le contarías una de aparecidos?
—No, pero… casi. Veréis… Llegué el viernes. La cena la tenían de sábado. Así que pasé un día aclimatándome, que dicen ahora, aunque sea para hacerte al confort de una casa y a sus ritmos. Por la mañana quise leer la prensa pero mi yerno no compra periódicos. Los lee por Internet. Así que me puso en la pantalla. Es fácil de manejar una vez que sabes qué quieres leer y te sale el periódico ante las narices. Para leer algunos diarios hay que estar suscrito, que sería como comprarlo. Bueno, se me pasaron más de dos horas volando. Te pones delante de la pantalla y le das a una bolita, y pulsas unos interruptores que hay en el mando de la bolita, y vas leyendo. Muy fácil. Una vez que pegué un repaso a la prensa regional, quise leer más. Está todo ordenado por temas.
—Si te tiras allí una semana, vuelves hecho uno de ellos.
—Le perderemos si vuelve.
—Pues no creo… Aquí la vida es más dura, pero amena. Allí la vida es aburrida pero más fácil.
—Na… tú eres de la montaña. En la ciudad aguantarías veinte días, hasta que se te acabara la novedad.
—El caso es que en esa Internet también hay revistas.
—¿De chichis?
—Hombre, seguro, que ahí hay de todo, pero no se lo iba a pedir al yerno. Tenía interés en revistas de caza, por ver lo que se decía. Y de naturaleza. Por leer algo, como cuando aquí estamos sin gana de hacer nada y venimos a leer las revistas viejas del Mari.
—Hay que poner Internet en el bar, Mari. Si hay chichis gratis…
—Gratis, el aire. Y de momento. Qué va a ser eso de Internet gratis.
—No, no lo es. Que hay que comprar un montón de cosas: la máquina que lo encuentra todo, la pantalla, la bolita con los pulsadores, y las teclas para escribir, y luego pagar para que te llegue el Internet, y también pagar para leer en Internet… Y tener electricidad. Y aprender a buscar, que hay que saber cómo. Sólo le falta hablar.
—Cualquier día…
—De momento le dices al Internet lo que quieres con unas teclas parecidas a las de las máquinas de escribir, pero bastantes más. Todo es fácil.
—A ver, que nos perdemos en dibujos y está ya oscureciendo. Ibas a contarnos el cuento que le has contado al nieto. No nos vas a decir que lo leíste de la Internet esa.
—No, no. Es a lo que iba. No recuerdo cómo, porque hay ciertas palabras en la pantalla que si pulsas sobre ellas con los interruptores te van saliendo otras revistas.
—Pero cómo sabes dónde pulsas… ¿con las teclas de escribir?
—No… en la pantalla hay una flecha que la ves pero que no estorba. Con la bola vas moviendo esa flecha y la pones sobre las fotos o las palabras resaltadas, luego pulsas uno de los interruptores. Es todo muy fácil. Es más fácil aprender a hacerlo que contarlo.
—Pues sí que es complicado.
—Al grano, Eulogio. Al cuento que has contado al chaval.
—Bueno, pues por la mañana leí un artículo sobre la diferencia entre chimpancés que me dio grima. Unos son los chimpancés de toda la vida y los otros son más pequeños y más negros. Son todos chimpancés pero actúan de manera diferente. Acabé leyendo todas aquellas tonterías, pero se veía a la legua que eran bobadas capciosas. Arteras y torticeras, que decía don Honorio, el maestro.
—¿Y para qué lo leíste, pues?
—¿Y adónde iba a ir? Si salgo solo por la ciudad lo mismo me pierdo.
—De eso nada, que el sol siempre sale por levante.
—Eso sí, pero todos los bloques son iguales. O casi… caminas como en un laberinto.
—Pues te fijas.
—Ya, pero es que esto de las pantallas te atrapa la atención. Aunque sea leer majaderías.
—¿Y quién escribió esa sarta de majaderías, si puede saberse? ¿Y qué es?
—Una mujer. Qué más da el nombre. Ponle un nombre español de mujer; pon que se llama Carmen… Ser… na, qué va a ser. Una rompehuevos de estas que todo lo tergiversan. Empezaba hablando de las diferentes formas de comportamiento social entre unos y otros chimpancés, y acababa diciendo sandeces como que algunos hemos heredado la forma de ser de los chimpancés de toda la vida y otros la de los negros y pequeños. Les decía nuestros primos, pero ni pertenecemos al mismo tronco.
—Será una Carmen aburrida de su vida gris. Si la ponemos a faenar en estas huertas para poder comer, verías cómo no tiene tiempo para pensar tonterías… y menos para escribirlas. Al cabo de un mes de comer lo que saca de la tierra, se olvida hasta de la Internet esa. Qué gente más palurda. Mira que estudian y son catetos.
—El caso es que me di cuenta de que la tipa hacía correlación entre los monos esos y la sociedad actual. Para ella lo bueno era lo que hacían los chimpancés pequeños y negros: son bisexuales, vegetarianos, integradores, matriarcales, conciliadores y siempre están follando.
—Ah… por fin hemos llegado a lo importante.
—Pero no le contarías al chaval un cuento de folleteo, Eulogio.
—No, que va. Todo eso me dio la idea para el cuento. Pero veréis… Había una parte en la que decía que los chimpancés lo resolvían todo a garrotazos. Decía algo así como que los chimpancés recurren al poder para resolver las cuestiones de sexo, y los otros, espera…, los… bonobos, recurrían al sexo para resolver las cuestiones de poder. Era una idea bonita, pero no puede trazarse semejanza entre colonias de monos y la psicología de los humanos al punto de decir que unos somos chimpancés y otros bonobos.
—Vaaya… Ahora a los simpáticos chimpancés les ha caído la crítica social encima. Antes los brutos eran los gorilas. Ahora que han aparecido estos otros monos negros y pequeños que follan tanto, ahora esos son los buenos y sociables y los chimpancés los brutos del garrote. Pero la historia es la misma de siempre. A saber qué le has contado al crío, Eulogio.
—Pues algo que le gustó. A quienes no gustó fue a los padres cuando contó mi cuento el domingo comiendo. Menos mal que yo ya me iba para llegar aquí al oscurecer.
—Jodé… Has pervertido al niño.
—Eso espero, que ya está bien con tanta ñoñería y tanta sensiblería. Tenemos una sociedad dengue y gazmoña, señores.
—Y de eso fue el cuento, a que sí. Conociéndote…
—Pues de eso fue el cuento. Pero yo no sigo si Mari no pone más café en la lumbre y si tú no arrimas más leña al fuego.
—Y tú qué… que no vas a hacer nada o qué.
—Yo… os voy a contar un cuento.
—Eso siempre se te ha dado bien, Eulogio. Espera un poco que pongo el agua a hervir. Hay más leña en el arcón, Efrén. Arrímala, que se vaya… a-cli-ma-tan-do.
—Bueno… Pues os voy avanzando lo que decía el artículo de la revista para que entendáis qué le conté al nieto. Que al chaval sólo le he contado el cuento para que extraiga él la enseñanza, sin explicaciones.
—Ve contando, que voy a por la manga.
—Un cuento que necesita de instrucciones está mal contado.
—El artículo al principio parecía serio, pero de ciencia sólo tenía la apariencia. Contaba la situación de ambas colonias. Parece ser que cuando se formó el río Congo las dos clases de chimpancés quedaron separadas. Unos están en la margen izquierda y otros en la derecha.
—Seguro que los bonobos esos están en la margen izquierda, por lo que cuentas…
—Pues no recuerdo si lo decía…
—Pues entonces será que están en la derecha y no les interesaba la analogía cruzada. Esta gente del comedero político siempre igual, falseando la realidad, remodelándola para acoplarla a las necesidades de su catecismo. Son todos iguales.
—Don Honorio decía: «Antes había verdades y mentiras; ahora hay verdades, mentiras y estadísticas». Si llega a vivir la realidad actual hubiera tenido que inventar otra categoría.
—Ya le han dado nombre: le dicen «el relato». Una mentira salpimentada para parecer verdad.
—Ya, y cuanto más la repitas, más verdad parecerá.
—Eso es de Goebbels, que sería nazi pero no tonto. Los saberes se pierden, hasta los de la manipulación de las masas.
—Eso me pareció ese artículo. Puro relato masticado y digerido para mentes catetas de ciudad. Y eso que nosotros somos de pueblo.
—De pueblo no, de aldea… y aldea de montaña.
—Y a mucha honra. Ya está el café.
—Pues acabo con los antecedentes y empiezo con el cuento que conté al nieto. El río Congo había separado a ambas poblaciones de chimpancés, y han evolucionado sin relación entre ellos. Los chimpancés son agresivos y los bonobos pacíficos, siempre en palabras de la sinsorga firmante del artículo.
—¿El Congo no es el río de Konrad Lorenz en El corazón de las tinieblas?
—De Joseph Conrad, quieres decir…
—Ah… siempre me lío. Lorenz es el etólogo, sí.
—Oye, si me vais a estar cortando no os lo cuento.
—Pero si todavía no has empezado… y ahí fuera ya ha anochecido.
—Está oscuro por la ventisca, pero a ver la hora… En casa de tu nieto aún se verá el parque.
—Naturaleza enlatada es lo que tienen en las ciudades.
—Bueno, pues sentaos que os cuento el cuento.
—¿Pero te vas a acordar de cómo le contaste el cuento?
—Por qué lo dices.
—Porque sólo lo has contado una vez.
—Bah… Me lo vuelvo a inventar.
—Arrima un tuco tú que estás más cerca y empieza a contar, que si merece la pena yo no te voy a interrumpir.
—Veamos cómo empecé…
»Urc era un chimpancé joven cuando esta historia comienza. Vivía en el margen derecho del río…
—¿Urk con ka o Urc con ce?
—Urc con ce.
—Ah, entonces era un chimpancé español.
—Oye, de verdad, ¿eh? Lo dejo y echamos un subastao…
—¡Calla, hombre! Tú sigue contando…
—Pues Urc aún era joven cuando su padre, el todopoderoso Goliat…
— !!!… ¡Qué…? No he hablado.
—Cuando Goliat murió en un enfrentamiento con un clan rival… (…)
—¡Qué no he dicho nada!
—Creí que me ibas a decir que los chimpancés no forman clanes sino tribus.
—No sé. Igual sí, pero sigue contando mientras voy a por unas gotas.
—La batalla había sido cruenta, pero los asaltantes no habían podido hacerse con el territorio de la tribu de Urc. Habían peleado fieramente, saltando de árbol a mato, devastando la floresta de hojas, lianas y ramascos. Incluso habían empuñado palos a modo de garrotes para defenderse. Del clan de Urc habían muerto dos machos, su padre y un chimpancé viejo con el que se habían cebado, y una hembra tratando de defender a su cría. La reyerta había sido salvaje y había puesto en fuga a cualquier ave y mamífero que hubiera en ese paraje. El griterío fue ensordecedor, tanto de la manada asaltante como de los defensores que tan caro vendieron la protección de su territorio. Pero cuatro machos incursores habían muerto y sus cadáveres, en el suelo de aquel claro en la jungla, estaban siendo desmembrados por los vencedores. Urc miraba el cuerpo inerte de su padre. La mirada le iba del cuerpo del gran jefe Goliat al palo que tenía en la mano. De la punta aún goteaba sangre. Había vaciado la cuenca de un ojo rival. Cuando el enemigo huyó despavorido, en el furor que produce la fiebre de la refriega, Urc buscó el ojo vaciado como trofeo de guerra, pero no bien lo encontró se lo metió en la boca y lo comió. Nunca supo cómo le había sacado el ojo. Los chimpancés no entrenan las técnicas guerreras como los humanos. Simplemente avanzó el palo a la cabeza del enemigo y acertó. La batalla había durado unos pocos minutos, y tuvo varios frentes abiertos. Mientras se defendía, Urc había visto a un compañero de juegos golpear a un agresor con unas piedras. No se las había arrojado, sino que en el cuerpo a cuerpo le había golpeado una y otra vez en la cabeza con ellas. El enemigo quedó aturdido, grogui, y cayó desde veinte metros de altura, partiéndose el cuello. Ellos no sabían de medicina, pero el enemigo estaba muerto, con grandes heridas en la cabeza, junto al cadáver del padre de Urc. Ignoraban cuándo se produciría el siguiente ataque, pero instintivamente supieron que su grey necesitaba elegir otro jefe. Urc no parecía estar en condiciones de elegir a nadie, y pasaba la mano tiernamente por los hombros de su padre, como queriendo despertarle del sueño en el que se hallaba. Pero nada podría despertar de nuevo al gran jefe. Lo había perdido para siempre y Urc, de alguna manera totalmente primitiva, sabía que no volvería a correr otra cacería para matar crías de leopardo junto a él. La tribu de Urc, una vez desmembrados los rivales, como si quisieran evitar que volvieran a ponerse en pie para seguir pelando, eligieron un nuevo jefe reunidos en la copa de una caoba. Y eligieron a Urc. No me preguntes cómo se lo comunicaron porque los chimpancés no hablan como los humanos, pero seguro que tienen un lenguaje para comunicarse cosas tan simples como «tú jefe». Cuando Urc fue consciente de que le correspondía asumir el liderazgo del grupo arrojó el palo con la sangre seca del enemigo a un remanso del río y agarró la quima partida de un árbol. Ahora esgrimía un garrote que llevó siempre consigo como protección y como recuerdo de la batalla en que había perdido a su padre.
»En la otra margen del río Congo vivía una colonia de bonobos. Los bonobos son también chimpancés. Pero hace dos millones de años, cuando se formó esta gran arteria fluvial en África, los bonobos quedaron separados de los chimpancés. O los chimpancés de los bonobos. Dos millones de años no es mucho tiempo en términos evolutivos, pero es más que suficiente para que se diferencien los comportamientos sociales de ambas especies. Rit era una hembra bonobo que vivía en paz con su clan en la ribera izquierda del río Congo. Un río muy peligroso, infestado de cocodrilos, un río caudaloso y profundo. En el clan de la sociedad bonobo donde vivía Rit no se conocía la guerra, ni siquiera la riña. Los bonobos no se invadían. Cuando un bonobo se acercaba a otro clan, era rápidamente aceptado y agasajado. Había veces que llegaban varias colonias, explorando el territorio, y todas eran asumidas por el clan anfitrión. Se besaban unos a otros, se abrazaban y compartían la comida. Hay quienes dicen que los bonobos sólo comen vegetales, pero como no son tontos, ingieren otros tipos de proteínas que complementan su dieta. Les gusta comer las termitas que extraen de los termiteros. Podríamos decir que Rit vivía en un paraíso. Era muy amiga de muchos machos jóvenes, con los que jugaba y reía, se abrazaba y besaba. Incluso se acariciaban continuamente y se quitaban unos a otros parásitos y suciedades. Los machos eran igual que Rit, todo juguetones y besadores, siempre alegres. Por supuesto ningún bonobo había visto nunca cómo se saltaba un ojo de su cuenca. Nunca peleaban. Y cuando disputaban sobre algo, no reñían, sino que jugaban a acariciarse y ganaba el que mejores caricias daba a su rival.
—Pues sí que tuviste tacto para decir que la Rit esa era más promiscua que la Blancanieves, con los siete enanitos para ella sola.
—No seas bruto, Efrén. Qué le iba a decir al crío si tiene nueve años.
—Si le explicas qué es follar sí que lo perviertes.
—Si sale al abuelo no hará falta que nadie le explique nada.
—Mira a ver si queda un chin de café para mí. Gracias. Continúo si os parece. Pero arrima un leño que esto se está quedando desangelado.
—Es que la que hay montada fuera enfría el ambiente aquí dentro. Escucha cómo rueda el trueno.
—Está lejano… Pero si viene para aquí la tormenta vamos a pasar una noche toledana.
—Continúa, Eulogio.
—Rit era feliz con sus muchas madres y sus muchos padres, porque en su tribu todos los bonobos adultos se encargaban de todos los hijos del clan, y los alimentaban. Cada hembra sabía quiénes eran sus hijos, pero ellas alimentaban a los que tenían cerca sabedoras de que otras madres harían lo mismo con los suyos. Pero Rit estaba creciendo y ya era una chimpancé joven muy bonita que tenía muchos pretendientes. Todos los machos jóvenes jugaban con Rit, y la besaban y la acariciaban y ella reía y jugaba con las flores que otros jóvenes le daban. Alrededor de Rit todo eran abrazos, besos y caricias. Allí nadie discutía, allí nadie peleaba. El río Congo aseguraba que los bonobos no fueran molestados por otras razas de chimpancés, todas más pendencieras que los bonobos. No es que los bonobos fueran tontos, es que eran felices. Y lo compartían todo, maridos y mujeres, primos y primas, tíos y tías, y hasta las abuelas se animaban a participar del jolgorio general. Los bonobos no tienen que planificar, porque comen frutas a todas horas que cogen de los árboles cuando tienen hambre. Y para capturar termitas no tienen que emprender expediciones de caza. Son muy sociables, pero no trabajan en común, como tienen que hacer los chimpancés de la margen derecha cuando van a cazar crías de leopardo. Los chimpancés colaboran entre todos por el bien común matando a sus depredadores antes de que crezcan. Los bonobos conviven entre todos en una fiesta continua pero no colaboran entre sí para obtener ningún fin, porque ya son felices.
»Ocurrió años después de que Urc asumiera el liderato que llegó una gran gran sequía. Duró varios años. Las provisiones de frutas no disminuyeron porque dada la profundidad del río Congo, la humedad está extendida por toda aquella cuenca, y las raíces de los árboles beben del río aunque estén lejos de él. El primero en mostrar los estragos de la sequía fue el propio río, padre de la fauna y la flora de todos estos parajes. Las aguas descendieron, al principio poco a poco, pero a los tres años lo hicieron drásticamente. Los animales podían seguir viviendo, los cocodrilos quedaron recluidos en grandes y profundas charcas, y estaban bien alimentados porque los herbívoros se vieron obligados a recurrir a ellas para beber. Pero los parientes pobres de los humanos son inteligentes y supieron evitarlos. Lo que sí ocurrió es que, como el lecho del río no es uniforme a pesar de su profundidad, fueron quedando lagunas y charcas a lo largo de su curso, y por entre ellas se abrieron vías de paso por las que se podría cruzar. Al principio era un riesgo porque los propios cocodrilos saltaban de unas a otras, pero a medida que las aguas fueron menguando, las grandes charcas se distanciaron, ensanchándose las rutas de cruce.
»Llevaban cinco años de pertinaz sequía cuando la tribu de Urc fue atacada por enésima vez. Durante años Urc había liderado a su clan, no siempre en tareas defensivas, aunque controlaban un enclave idílico, sino también en incursiones preventivas a fin de despejar áreas limítrofes para expulsar tribus rivales, que eran rivales por el mero hecho de ser vecinos. Los bonobos hubieran intercambiado besos y caricias, pero los chimpancés, gobernados por otro carácter, no toleraban vecinos sospechosos. Y cualquier chimpancé en el vecindario era sospechoso.
»Urc ya era un gran general respetado por toda su tribu. Pero en esta ocasión varios clanes rivales habían unido fuerzas y atacaron a la tribu de Urc desde diferentes frentes.
—Pero si le has dicho al crío que para los chimpancés cualquier tribu en las inmediaciones es una tribu rival, cómo se van a aliar entre tribus de chimpancés vecinas…
—Eso mismo dijo mi nieto.
—Avispado el crío.
—Y qué le respondiste…
—Que a la fuerza ahorcan. Los dominios de Urc eran cada vez más extensos porque su tribu era cada vez más grande debido a la bonanza de nacimientos, de forma que empezó a serles complicado defender tanto territorio. Consumían más recursos de los que podían controlar, y al ampliar sus dominios y echar a los vecinos, estos se vieron obligados a contraatacar.
—Mera estrategia militar.
—Cuestión de logística también…
—Sí, pero no quise introducir al crío en estas ideas que igual se me venía arriba. Ya tuve bastante con las miradas de mi yerno durante la comida del domingo. Al fin y al cabo es su hijo y yo estaba de visita en su casa.
—¿Tu yerno lleva coleta?
—Moñito.
—Ya me estaba pareciendo a mí.
—Quia… Estabas haciéndoles un trabajo que no te pagaron y el crío es tu nieto, así que algo podrás opinar en su educación.
—Yo también lo veo como tú, pero no creo que eso se pueda defender en una discusión. Y es que no quería llegar a discutir. Me excusé diciendo que «sólo fue un cuento», y que «el crío le ha echado mucha imaginación».
—Si un abuelo no va a poderle contar cuentos a su nieto, para qué coño se es abuelo.
—Pues si queréis os termino el cuento.
—Venga, dale.
—Y tú dale al coñac. Venga, Eulogio. Cuenta.
—El ataque fue sorpresivo, coordinado y golpeó en varios frentes. Los chimpancés de Urc se replegaron. Las hembras que no tenían crías a su cuidado en ese momento se destacaron agresivamente, acorralando a los invasores. Pero les superaban en número. Esta vez, a pesar de que mataron a una decena de enemigos, la tribu de Urc sufrió bajas sensibles. Murieron cinco machos de la alta jerarquía en la tribu, murieron siete hembras, y murieron seis crías que fueron despedazadas. El arbolado quedó pelado, el griterío ahuyentó hasta a los leopardos más bizarros, los cadáveres de unos y otros caían de las copas como fruta madura. Urc terminó con tres rivales. A uno le partió la mandíbula con el garrote que había aprendido a usar de múltiples formas durante las razias pasadas. Cuando lo tenía aturdido y girado lo desnucó de un terrible garrotazo. A otro le golpeó la cabeza hasta sacarle la sesera. Con el cadáver de su enemigo caliente comió de sus sesos. Al tercero lo derribó desde una gruesa rama y al precipitarse al vacío quedó ensartado en unos bambúes que buscaban la luz emergiendo desde el suelo. Pero tuvo que ver cómo un enemigo le arrancaba la cabeza de cuajo a uno de sus hijos, cría de pocos meses, que había sido arrebatado de la grupa de su madre. No pudo acudir en su ayuda porque fue obstaculizado por otra horda combativa y agresiva a la que se vio obligado a hacer frente. Lesionó a varios de ellos, sin poderlos matar, y él mismo sufrió varias contusiones y laceraciones en su cuerpo, su cabeza y sus extremidades. Se vio obligado a huir, a replegarse, junto con el grueso de su manada, que tras el combate se vieron desalojados de sus dominios.
»Quedaron arrumbados contra la peligrosa linde del río. Tal y como había comenzado el ataque, de repente cesó. Cesó la barahúnda, y quedaron recluidos en una zahúrda, inhabitable e insostenible. No les quedó más remedio que emprender la retirada y pasar al otro lado por una de las crestas otrora sumergidas en el río.
»Caminaban a cuatro patas, abatidos, vacilantes, cabizbajos… derrotados. Urc arrastraba más que portaba su cachiporra, su bastón de mariscal vencido, exánime… sometido por primera vez en su vida. El río Congo a esa altura de su curso tiene, tenía en su momento de máximo esplendor, una anchura de cinco quilómetros. Tardaron en cruzar más dos de horas, y cuando los supervivientes de la tribu llegaban a la margen izquierda, el sol ya se había puesto por donde siempre lo hace. La tropa se refugió en un cedro venido a menos desde la entrada de la sequía en la zona.
»En la alborada del día siguiente les despertó un jolgorio en un follaje vecino. Aún no habían tenido tiempo de asumir la pérdida del territorio…
—¡Un momento! ¿Dijiste «en un follaje vecino»? ¿Le dijiste al niño «en un follaje vecino»?
—Sí… creo que sí. El crío está en quinto y ya debería conocer y usar palabras como fronda y follaje.
—Ya, pero tú sabes que el jolgorio que había en el follaje vecino no era un follón, que era una orgía mona.
—Bueno, ¿y qué? Cuando crezca recordará estas dobles intenciones, y las ironías.
—Imagina que les dice a sus padres que los monos follaban entre las hojas.
—Es lo que dijo durante la comida.
—No jodas… ¿Lo entendió mal o jugó con las palabras?
—No quise saber si el crío sabe para qué quiere el pito. Esas cosas son delicadas de tratar en familia. Ni comí el postre que perdía el tren.
—Sigue, Eulogio, que me está pareciendo que las dos historias son igual de buenas.
—Al bando de Urc les despertó un jolgorio entre el follaje vecino. Ni siquiera habían tenido tiempo de ver cómo redimir su derrota. La batahola que escuchaban concitó toda su atención. Los machos se prepararon para una nueva pelea en terreno desconocido. Las hembras formaron en torno a las crías, dispuestas a defender hasta la muerte la vida de sus retoños. Las crías miraban con grandes ojos cómo se alejaban las espaldas de los machos de su manada, armados de varas, piedras y cachiporras. Entre la acacia solitaria y la floresta vecina se medirían unos ochenta metros. Cruzar el descampado que les separaba a la luz opalescente que en los cielos alboreaba era una temeridad. Pero si había un contingente preparándose para echarlos, no encontrarían dónde refugiarse. De momento no podían volver a cruzar la barrera del río, y era mejor atajar al nuevo enemigo antes de que se agrupara.
»Y como no tenían facilidad para pactar, era un «o ellos o nosotros». Así, preparados para lo que hubiese, incursionaron en la pequeña landa cansados y aturdidos. Rit los oteó. Vio llegar una fila de chimpancés más grandes, grandes machos, y se alborotó toda. Entró en un frenesí que hizo que los demás bonobos dejaran sus andanzas y escarceos y observaran con atención. Al grupo de Urc el súbito silencio que siguió a la algarada les afiló los nervios. Formaron a lo ancho una media luna. Los bonobos los miraban por entre la espesura con deleite, porque nunca habían reparado en esos enormes especímenes de chimpancé. Los veían cansados. Tal vez hubieran hecho una larga travesía. Las hembras bonobo más veteranas, de alguna manera sólo inteligible por estos primates, dieron la orden de salir a recibirlos y agasajarlos. Descendieron los machos jóvenes al claro, varios llevaban frutas en sus manos. También podían caminar torpemente a dos patas, igual que la tribu de Urc. Pero los bonobos eran claramente más pequeños. Su cultura integradora les empujaba a trabar contacto con estos parientes desconocidos. Pero algo parecido a la prudencia les mantenía timoratos.
»Poco a poco fueron acercándose. Los de Urc aguardaban silenciosos, con las cachiporras caídas. Percibían a esos otros chimpancés como si fueran alevines. Permitieron que se acercaran con las frutas en la mano. Cuando estuvieron a distancia de dos brazos los bonobos ofrecieron sus presentes. La banda de Urc no sabía muy bien cómo reaccionar y se miraban entre ellos. Urc, en el centro, estiró la mano para coger unas okras que se le ofrecían. Miró los frutos en su mano libre y los mordisqueó. Enseguida los demás aceptaron diferentes frutos tropicales, entre ellos algún banano. La actitud del grupo incursor se relajó. Detrás de los bonobos las hembras comenzaron a descender, acompañadas de los machos viejos que con ellas habían quedado. Generaban un bullicio contenido. Los machos que habían salido a recibir al grupo de Urc comenzaron a animarse. Los recién llegados comían con ganas los presentes con que eran agasajados. Los bonobos se acercaron más a los chimpancés, y un macho joven intentó besar a Urc. La cachiporra partió rauda de abajo hacia arriba y cogió desprevenido al bonobo. Varios dientes salieron despedidos y golpearon en la cara del bonobo que estaba a la derecha. El siguiente cachiporrazo, dado de arriba abajo, le reventó el cráneo. Los demás chimpancés no se hicieron de rogar y se desembarazaron de sus pares con la misma rapidez. Las hembras bonobo, sorprendidas, quedaron petrificadas a medio camino entre el lugar del encuentro y la arboleda protectora. No atinaban a ponerse a salvo, mirando incrédulas cómo eran masacrados sus congéneres. La hueste de Urc les dio alcance, las golpearon, mataron a sus crías, las violaron. Las hembras chimpancé, que vieron todo desde el cedro, bajaron en ayuda de sus machos mientras acababan con la vida de los bonobos que, sobrecogidos y obnubilados por la morbosidad de la sarracina que contemplaban por primera vez, eran incapaces de ponerse a salvo. Y mientras sus machos violaban a las hembras bonobo que atraparon, las chimpancés atacaron a las que escapaban aturdidas. Rit fue golpeada, violada y golpeada por un lugarteniente de Urc, y luego, mientras lloraba y daba vueltas, fue despedazada por las hembras chimpancé. La manada de Urc se quedó a vivir en el territorio conquistado.
» (…).
—¿Y así acabaste el cuento al crío?
—Cuando terminé, el chaval estaba excitado. No sé qué habrá soñado esa noche, pero espero que haya entendido el mensaje.
—Los romanos lo resumían con si vis pacem, para bellum.
—Eso es… El mensaje no es que debamos atacar, porque la banda de Urc acabó derrotada después de varias refriegas. El mensaje es que no debemos ser blandos creyendo que todo el mundo es igual. Si somos tiernos, otros que no lo sean nos masacrarán.
—¿Pero tu hija es de esta patulea de hombres femeninos y mujeres andróginas?
—Creo que está hecha un lío. Vive en la ciudad. Y el exceso de civilización los hace blandos. Ha olvidado los rigores de estos inviernos y que es necesario luchar hasta contra los elementos para sobrevivir.
—Más que el exceso de civilización, lo que los molifica y amuela es la falta de contacto con la realidad. Con la realidad del planeta. Los humanos no estamos preparados para vivir en enjambres. La ciudad elimina el contacto con la naturaleza. En un parque no se abrirá nunca un desfiladero como el que nos protege y nos aísla en una noche como esta.
—Hoy aquí estarían cagaditos. Sin tele y sin Internet. Escuchando cuentos como este que nos ha contado Eulogio, cuentos que te hacen entender que somos lo que somos a pesar de lo que somos.
—Sí… los humanos tenemos esa palabra que decía don Honorio y que tú recuerdas siempre. ¿Cómo es?
—Resiliencia.
—Eso mismo. Si no tuviéramos capacidad de adaptación a los factores extremos seguiríamos allí, entre bonobos y chimpancés. Nuestra especie salió al mundo y lo ocupó. No veo a un bonobo viviendo en la tundra.
—Ni aquí arriba, donde la tierra entra en el cielo.
—Bueno, pues igual va a haber que irse a la cama que la tormenta ha rodado hacia el este. Y ya no nieva tanto. A ver cómo amanece. Hasta mañana Mari.
—Bueno, yo también me retiro, espera Eulogio que vamos juntos.
—Pues yo en el bar solo no me quedo. Hasta mañana a los dos.
Losange Sable
enero 2022
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