Tal y como hice el año pasado, dejaré aquí constancia del trabajo de la FIL de Guadalajara (México) en pro del género del cuento. Será en una próxima entrada.
Hay que tener en cuenta que el cuento en toda Hispanoamérica es el género narrativo por excelencia. Sólo aquí, en la acomplejada España, es que se tiene al cuento por literatura menor.
Algo está cambiando pero muy lentamente. Los editores no se deciden abiertamente en tanto el público no demande más cuentarios. Y el público español es remiso pues se ha acostumbrado a beber lo que le dan, sin preguntarse si existe algo más. Que no tiene por qué ser mejor, sino que vale con ser distinto.
Llama la atención que en un mundo tan vertiginoso como el nuestro, donde cada uno administramos nuestro tiempo con cuentagotas, lo que esté triunfando son los tochos de más de 500 páginas de trilogías, tetralogías e infinitologías. Claro que ofrecen una lectura fácil y esa puede ser la clave.
El ciudadano del XXI está acostumbrado a la repetición y se ha vuelto reiterativo. Antaño perdíamos un episodio de Mazinger Z y ya te podías despedir de volver a verlo. Ahora vemos los mismos capítulos de la serie de moda una y otra vez, anticipando lo que va a ocurrir y regustándonos en lo que ya sabemos que vendrá a continuación. Es parte de esa misma comodidad: no tienes que preguntarte qué está pasando en pantalla. Sólo dejar que tu mente siga en su perenne siesta.
Por algún motivo tenemos adormecida la parte del cerebro que gusta de sensaciones nuevas continuamente. Y una tocho-saga nos provoca esa sensación de lo ya conocido, una vez que entramos en ella, aunque vayan muriendo todos los protagonistas de la forma más atroz. Que la palme el siguiente comienza a ser algo esperado: y el morbo consiste en saber cuál es el próximo…
Un libro de cuentos, salvo los que imitan este panorama que acabo de describir –que los hay, ¡ay!–, exige al lector la necesidad de adaptación constante con cada nueva historia. Las hay de 3 y las hay de 10, incluso de 20 páginas o más, los llamados cuentos largos. Pero si vienes a ver, la extensión de estos cuentos largos es la de un capítulo en una de esas sagas interminables.
En tanto que especie animal capaz de comunicar, siempre nos ha gustado que nos cuenten historias y siempre nos va a seguir gustando… eso no va a cambiar. De hecho, el chismorreo es una forma de narración de historias, y ya vemos cómo ha triunfado en las redes sociales y hasta en las páginas web de diarios otrora tenidos por serios. Así pues, el cuento es ideal para sumergirse en la lectura en una época, como digo, vertiginosa, con constantes cambios de paradigmas en las diferentes esferas del vivir. Pero en esta nuestra vida XXI se nos dan tiempos muertos de espera constantemente: en el restaurante, en la consulta médica, en la peluquería, en el transporte público, sea transbordo sea viaje –quien tenga la suerte de poder leer en un trayecto de autobús–. En la actualidad, prácticamente todos llevamos con nosotros un eficiente lector de historias en nuestro bolsillo. Voy al dentista y veo a toda la sala de espera enfrascada en su teléfono móvil, pero ninguno leyendo.
Quizá leer exija un esfuerzo intelectual. Y con parte del cerebro adormecido, hemos perdido el hábito. Y si pa’ encima cada nuevo cuento nos exige un plus de adaptación, pues quizá sea ese el motivo por el que al cuento le cuesta penetrar en la sociedad lectora española.
Pero no tengo duda de que si logramos que el lector español mire para el cuento, acabará disfrutando de la satisfacción que supone la lectura de cuentos.
Hacen falta dos o tres cambios. El primero es ofrecer cuentos de calidad. Tanto de autores ya fallecidos como de los actuales. No es complicado seleccionar gavillas de cuentos de cuentistas ya desaparecidos. Pero necesitamos una producción de calidad en los cuentistas actuales para que sea atractiva la compra de un cuentario. Una experiencia negativa en este sentido lleva al repudio de todo el género. Eso, los cuentistas, tenemos que entenderlo.
El segundo cambio consiste en ofrecer facilidad para acceder a los cuentos. Las páginas web y los epub están haciendo su labor, pero topamos con el prurito acendrado de los derechos de autor. Qué se le va a hacer… Pero que un chaval que lleva escribiendo cuentos cinco o seis años quiera cobrar, es un contrasentido. Lo que se paga es la maestría, y alcanzar esa maestría lleva años y años de práctica.
Existe, empero, otro medio para acercar el cuento al público, y son las revistas de cuentos, ya sean de papel o digitales –la prensa siempre fue un aliado del cuento, pero ese desmaridaje es otra historia–. En España no existen revistas del género, salvo casos contados que también son inencontrables entre tanto ruido internetero. En ellas pueden ofrecerse con cada nuevo número ramilletes de historias que ofrecerán variedad. Ahí un cuentista novel o sin terminar de hacer, puede ganar un poco de dinero por la publicación de su cuento. Pero que no aspire a vivir de ello. Y es que ahora, todo el que junta letras, cree que podrá sacar dinero de su caletre como si fuera una máquina de hacer churros. Y no funciona así. No toda la narrativa va a terminar convertida en una película ganadora de un festival cinematográfico. No hay dinero para la utopía de todos. Siempre escribir fue una afición. Y los mejores, unos poquitos elegidos, pudieron vivir de ello, y además de dar charlas, clases, conferencias, etcétera.
Pero vivir de la escritura con 30 años… Bueno, cada cual puede ilusionarse con lo que le dé la gana. Claro que tendrán que traducir, que tendrán que chapar en una editorial, que tendrán momentos de relumbrón con la publicación de un libro, a la que indefectiblemente le seguirá una etapa de apagón. Seamos sinceros: un escritor no va a ser nunca –y es que no debería serlo– un personaje mediático tal que un cantante, un actor o un deportista. Si alguien quiere estar en el candelero continuamente, que mire para esas otras actividades, bastante improductivas, por cierto, en lo que a la generación de contenidos se refiere: no es lo mismo el cantante que el compositor, quien sí genera contenidos.
Quizá sea necesario otro ajuste más… Y es que el (incompetente) gobierno de turno se tome en serio eso que tan rimbombantemente llaman el Plan Nacional de Lectura. Si de verdad quisieran crear afición por la lectura, apostarían por el género del cuento. En un país como España, que para más inri, pasa por ser el que más concursos de cuentos organiza, es un contrasentido enorme que el género del cuento esté olvidado por los editores, mal visto por los lectores, denostado por críticos ignorantes –incluso algunos con título universitario– y olvidado por las Administra(i)ciones.
He dicho cuanto quería decir…
En un par de días espero subir los vídeos con el Encuentro Internacional de Cuentistas organizado por la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara (México).
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