Va a hacer dos semanas que estuve en Oviedo asistiendo a la conferencia que ofreció José María Merino sobre los cuentos de Emilia Pardo Bazán.
Merino dio una información detallada de la cuentística de la gallega, y quedó claro que había leído la extensa obra doña Emilia, aportando datos estadísticos y valoraciones subjetivas que aumentaron el valor de la conferencia.
Nos leyó el cuento La resucitada, mostrando tener arte en la delicada tarea de leer en voz alta para un público que asiste a un auditorio como el Aula Magna de la Universidad de Oviedo.
Dio noticia de otro cuento que le hubiera gustado leer al público, y del que dijo no tener tiempo, pero no pude retener el título, y al final no quise preguntar habida cuenta que los organizadores tenían prisa por echar a la concurrencia a la calle.
Este tipo de actos no pueden organizarse de esta manera. Me pareció muy mal que los gerifaltes y prebostes se sentaran en las zonas nobles de la mesa, y dejaran al conferenciante relegado a la parte izquierda, como se aprecia en la foto que acompaña estas líneas.
Por mucho viceloqueseas, y por mucha presidenta del foro organizador, hay que tener más humildad y dejar el lugar preferente al invitado.
Recordaron que Merino había sido galardonado hacía escasas fechas con el Premio Nacional de las Letras Españolas. Pero ni por esas… miraron hacia la esquina y le felicitaron desde la distancia. Eso sí, luego se lo llevaron a cenar, también con prisas porque el recinto universitario tenía que cerrar. O modifican la hora de cierre o ajustan la hora de las charlas.
Ignoro cuáles son los protocolos universitarios, pero fue un despropósito del que tomo buena nota para no incurrir en él. Merino, con la humildad que le caracteriza incluso en la recepción de estos máximos trofeos literarios, dio las gracias por autorizarle a quitarse la mascarilla, no hizo aprecio a este desaire, y se limitó a impartir su clase.
Eso sí, antes nos glosaron la figura del escritor durante un lapso casi tan largo como la conferencia que dio el gallego-leonés. Pero es que fuimos a oírle a él conferenciar, no a que otros nos dijeran quién era Merino y qué había hecho… si no lo hubiéramos sabido, ¿qué pintábamos allí? Nos quedamos sin escuchar el otro cuento que José María Merino tenía preparado. Sé que hubiera sido otra delicia añadida escucharle en una segunda lectura. Pero el tiempo del que se disponía lo consumieron en salvas y autobombos.
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