Literatura y realidad… Cuántas veces habremos oído eso de que la ficción supera a la realidad, o que la realidad imita a la ficción. Y quizá sea cierto si prestamos oídos a las últimas teorías científicas, o medio científicas, que apuntan que tal vez nuestro mundo (y nuestros sentimientos y percepciones) sólo sea un holograma de lo que ocurre en otro lugar del universo.
Dejémonos de Matrix y vayamos al grano: nos precede una historia que conocemos (o que creemos conocer). Ambientándonos en esa historia elaboramos otras historias. Que nosotros sepamos, somos la única especie animal o vegetal sobre este planeta que es capaz de imaginar historias ficticias. Y digo ficticias pero también somos capaces de idear historias falsas. Que sea el filósofo quien delimite el terreno y las fronteras entre ambas.
Nuestras historias inventadas crean expectativas o abren nuevas ideas en otras mentes. Cuando el sapiens sólo contaba con la tradición oral, esas expectativas y nuevas ideas se movían muy lentamente. Desde la invención de la imprenta, y más con la creación de la era digital, esas historias ficticias no diré que corren sino que vuelan sobre las fronteras geográficas (físicas) y políticas (tan artificiales como las historias que nos contamos, sean ficticias o falsas).
¿Realidad o ficción? A veces es complicado discernir si debemos considerar una noticia (o una historia) como cierta o como falsa (o como ficción). Nos gusta contarnos historias (incluso falseando nuestra historia). Podemos leerlas, o escucharlas. Y muchas veces asistimos a su representación.
Lo ideal sería que nuestras historias ficticias nos permitieran alcanzar un mundo mejor, quizá anteviendo peligros, quizá mostrando soluciones.
Pero el sapiens es una especie mentalmente compleja… Y muchas veces esas historias sólo buscan entretener.
Como si de una actividad esencial se tratara, el mercado paga a nuestros mejores contadores de historias para que sólo se dediquen a contarnos más historias. Pero los contadores de historias, desde los helénicos aedas hasta nuestros contemporáneos guionistas y directores cinematográficos, tienen otros intereses, y no sólo se satisfacen contándonos historias ficticias: incursionan en el mundo real para contarnos historias reales con su buen oficio del saber contar.
Entre los mejores, sin duda, sin duda, estuvo Isaac Asimov. Sabía contar. Y con «saber contar» digo que sabía estremecernos. Da igual que contara una historia espacial ficticia o una científica real, como el descubrimiento de un átomo concreto. Asimov fue de los mejores contadores de historias, ficticias y reales. Y una de sus mejores obras es la Trilogía de las Fundaciones, que acabó siendo una saga con vida propia a la que se añadieron otras historias no todas de Asimov. Se creó un universo ficticio, con sus tramas, sus personajes, sus localizaciones propias.
Entre los personajes de Asimov que más huella dejan en el devorador de historias encontramos a El Mulo.
Un personaje ficticio que necesariamente ha de tener alguna raíz en el mundo real, pues Asimov nos reconoció que se inspiró en la Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano, de Edward Gibbon, para su ciclo de la Fundación.
Y como la historia se repite porque los sapiens pegamos más de una vez en la misma piedra, El Mulo ha llegado de nuevo a nuestro mundo real.
Llegado a este punto, por el que quizá debía haber comenzado para no aburrirte con todos los prolegómenos anteriores, voy a darte una somera información sobre El Mulo y unos enlaces para que profundices, aunque lo mejor es leerse la Trilogía de las Fundaciones: Fundación (1951), Fundación e Imperio (1952) y Segunda Fundación (1953) son las tres novelas inaugurales de la saga.
El Mulo es un mutante que tiene la capacidad de influir en las mentes de los demás, sean ciudadanos o dirigentes, y al descubrir su poder aprende a manipular a las personas, al principio en su propio beneficio, pero luego al servicio de sus ideales. Algunas mentes son más reluctantes que otras, pero El Mulo sabe que el poder y la masa irán imponiendo sus ideas y formas de pensar a los demás.
Asimov nos lo presenta como un ser enteco y estrafalario a cuya apariencia los demás se acaban acostumbrando, pues esa es toda su intención cuando descubre que puede influir en las mentes ajenas. Pero una vez que toma conciencia de su capacidad, El Mulo no se contenta con la aceptación de los demás, sino que busca convertirse en dirigente de la sociedad. En la novela, la sociedad es todo el Imperio Galáctico, pero en nuestra realidad asumimos que nuestro Mulo español se contenta con mandar en el país imponiendo sus estrafalarias ideas, desde la cúpula a la población.
Quizá ya estás empezando a ver por dónde quiero ir. Si no quieres o no tienes tiempo de leer la trilogía inicial de la saga, pero quieres saber más, te dejo dos enlaces wikipédicos: El Mulo y Fundación e Imperio (que es el libro donde conocemos a El Mulo).
¿Quién puede ser nuestro castizo y carpetovetónico Mulo? ¿Qué dirigente está manipulando la mente de buena parte de la población y de otros dirigentes, evidentemente no merced a una mutación sino gracias a la tecnología y los estudios en control de las masas, partiendo del arcaico pero siempre efectivo panem et circenses?
Pues yo lo tengo claro y creo que tú también, así que voy a terminar aquí este artículo para que cada cual haga su personal composición de lugar.
Recreación de El Mulo (Trilogía de las Fundaciones)
Un comentario
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