Celaá no es Cela

22 de noviembre de 2020

Los colegios y escuelas, los institutos y la universidad, siempre se han considerado centros del saber, no centros de ignoranciaá. En estos centros se enseña, además de las ciencias y las artes, a pensar por sí mismo y a valorar el esfuerzo personal, y nunca han sido centros donde se celebra la vaganciaá y la incuriaá, actitudes que suponen todo lo contrario a la esencia para la que han sido creadas estas instituciones.

Pero Isabel Celaá con la ley que defiende personalmente, va a convertir a las futuras generaciones en deudos de la mediocridad. Mediocridad en el alumnado pero también mediocridad en el profesorado. Hace al menos veinte años que las promociones del profesorado abandonan la universidad sin ningún compromiso con la excelencia; en las facultades también se esconden profesores que llenan sus discursos en las aulas contando sus problemas familiares y personales en lugar de dedicar su horario lectivo a impartir la materia para la que han sido contratados.

Pero hemos llegado a un punto en el que los mediocres se perciben como buenos habida cuenta del monto de profesores vagos y retrecheros que anidan en las aulas. Es lo que han dado las pésimas legislaciones educativas anteriores a estaá.

Y no sólo la mediocridad, la vagancia, la nulidad se ha instalado en el profesorado; el marasmo alcanza a los formadores del profesorado (acabo de decirlo, hay mantas redomados y redomadas en las facultades) y también hay pusilánimes entre los cargos que rigen las universidades. En la Complutense de Madrid el rector se ha puesto en cuclillas con la refelación de una cátedra propia para la mujer del presidente del gobierno, una mujer que jamás ha cursado en aulas universitarias.

¿A quién beneficiará toda esta ignoranciaá de las masas? Ignorancia que alcanza para que los alumnos sepan leer la publicidad y sepan firmar facturas. Se dice que un soros magnate internacional ha metido a varios ministros en el gabinete de un Sánchez que no tiene norte ni futuro. Apostaría a que Celaá no conoce al personaje, pero que los hilos que mueve el mangante hacen que la marionetaá baile al son que le tocan, anulando su criterio personal al ver la buchaca llena.

Lo que ha hecho esta mujer me recuerda al Gallo Claudio, aquella gallinácea que apaleaba al perro mientras el can dormía, corría luego a ponerse junto a la línea hasta la que llegaría la cadena del chucho, pero había medido mal y el sabueso acababa desguazándolo a tarascadas.

No me creo que alguien de Bilbao, del Bilbao de los años sesenta y setenta, pueda tener un discurso estólido, errante, cateto, cegato, inconsistente, plagado de anacolutos. En Bilbao siempre hemos hablado el castellano con nuestro acento cantarín, pero con una corrección digna de encomio.

Me pregunto cómo una tipa de Bilbao puede venir ahora a defender que promocionar de curso sin aprobar asignaturas básicas en la formación del individuo suponga igualdad para las clases menos afortunadas económicamente.

En Bilbao siempre hemos sabido que lo que nos salva a los pobres es nacer con un cerebro amueblado y una mente notable o sobresaliente, porque nos acompañará toda la vida. Pero esa mente y ese cerebro hay que cultivarlos, entrenándolos en la constante mejora personal. No entiendo cómo se va a cultivar una mente en el erial de la mediocridad que supone la rasa de Procustes. Este sistema será un chollo, un paraíso para el personal docente roncero e indolente que promocionará a alumnos tan ignorantes como ellos.

Esta señora tiene algunos años más que yo. Sus profesores en Bilbao, como los míos, le inculcaron el gusto por la mejora continua: aquel a la cama no te irás sin saber una cosa más. Con su discurso estéril y lleno de subterfugios, de imprecisiones, de equívocos, avergonzaría a sus profesores del colegio y del instituto. Quizá alguno viva todavía y pueda tirarle de las orejaás.


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