La cocina del escritor.—
Un cuento tan reciente que lo he terminado este mismo mes de septiembre de 2020. El cuento narra una historia antigua, onírica, mitológica… Tira de la leyenda que nos han embutido en el imaginario colectivo a machamartillo y cambia la orientación… Encontrarás detalles que el autor no ha destacado pero conforman la historia. Cada cual reaccionará acorde a su bagaje existencial, conforme a su maleta cultural, en función de las decisiones que haya tomado sobre sus creencias propias y sus tabúes personales (muy respetables todos ellos).
(La portada, de Rulo Minas, sobre el popular personaje El Dios©, creado por José Luis Martín).
Los seres y el miniser: sobre la receta del cuento | Mostrar> |
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Los seres y el miniser | |
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Los seres y el miniser
**(cuento – 3.661 palabras ≈ 15 minutos)
En el principio fue el SER.
Y el SER estaba solo.
Y el SER se aburría porque estaba solo. Y estando solo salía a pasear, pero se aburría. Así que decidió manipular la máquina y diseñar un compañero.
Y el SER creo un compañero, y como no conocía ningún otro modelo, lo creo a su imagen y semejanza. Y lo llamo el Ser.
El SER cuidaba de su compañero, lo bañaba, le daba de comer, lo acostaba y lo sacaba a pasear. Y durante un tiempo no se aburrió.
Pero el compañero no hacía nada. El Ser sólo comía cuando el SER le daba de comer. Y el Ser se acostaba cuando el SER decidía que era el tiempo de acostarse. Y el Ser salía a pasear sólo cuando el SER lo sacaba a pasear.
Y el SER acabó aburriéndose de hacer siempre las mismas cosas. Y pensó que si el Ser hablara no se aburriría si hablaba con él. Así que el SER manipuló la máquina e hizo que el Ser hablara.
Y durante un tiempo el SER dejó de aburrirse al hablar con el Ser y escucharle hablar. Pero con el tiempo el SER se dio cuenta de que el Ser sólo repetía lo que oía. Y aquello era aburrido.
Así que el SER decidió mejorar al Ser que había creado y decidió dotarle de inteligencia. El SER esperaba que siendo inteligente el Ser pensaría y podría mantener una conversación con él, y hasta podría tomar sus propias decisiones.
Al principio el Ser tuvo que reaprender a hablar, aprender a pensar, aprender a razonar y a tomar sus propias decisiones. Y aquel aprendizaje fue aburrido para el SER, pero supo aguardar y la inteligencia del Ser creció. Y llegó el día en que el Ser podía hablar y decir lo que pensaba y hasta podía tomar sus propias decisiones.
Pero pasado un tiempo el Ser tomó conciencia de que existía y comenzó a pensar sobre su existencia. Y comprobó que si bien podía pensar y podía razonar y podía tomar sus propias decisiones, no era más que el compañero del SER, y que se acostaba cuando el SER se lo decía, y que salía a pasear cuando el SER quería pasear, y que comía sólo cuando el SER le daba de comer.
Y esto incomodó al Ser que no entendía cómo, si entendía aquello, y si podía pensar y si podía tomar sus propias decisiones, el SER no le permitía tomarlas. Entendía que había sido creado a imagen y semejanza del SER, pero no era como el SER. Y si bien razonaba y podía tomar sus propias decisiones, el SER no le dejaba tomarlas.
El Ser quería decidir cuándo comer, cuándo pasear y cuándo acostarse, y no quería que el SER le dirigiera como si fuera una mascota. No tenía sentido para el Ser tener capacidad de pensar y capacidad de razonar y no poder hacer uso de ellas en las cosas que le importaban, que eran comer, pasear y dormir si él así lo quisiera.
Y como el Ser podía hablar, un día que no había nada que hacer se sentó y habló con el SER.
—Me has creado a tu imagen y semejanza. Has hecho que pueda comer, dormir y pasear. Has hecho que pueda hablar. Y luego me has dado la inteligencia suficiente para entender todo esto. Y puedo entenderlo y tomar decisiones. Pero no me dejas tomarlas porque tú eres quien decide cuándo salgo a pasear, cuándo como y cuándo me tengo que acostar.
El SER le miró sorprendido y le dijo:
—Yo pensé que estarías contento. Tienes todo lo que puedes desear: comes hasta hartarte, duermes cuanto quieres, y sales a pasear hasta que te cansas. No entiendo para qué quieres decidir cuándo has de hacerlo.
El Ser le miró sorprendido y le respondió:
—¿De qué me sirve poder tomar decisiones si nunca las tomo? No te estoy pidiendo que yo pueda tomar decisiones sobre ti, sino que quiero tomar decisiones sobre mí.
El SER le dijo que lo pensaría y le mandó a acostar.
Al día siguiente el SER llamó al Ser y le dijo que había estado pensando en la conversación que habían mantenido el día anterior:
—Yo te he creado como una mascota. No puedo darte la libertad que me pides porque entonces ya no serías una mascota. Te he dado la posibilidad de hablar, te he dado la posibilidad de pensar, y te he dado la posibilidad de razonar. Pero si te doy la libertad de tomar decisiones serías totalmente libre y prescindirías de mí. Y yo volvería a encontrarme solo.
El Ser pensó todo el día en lo que el SER le decía, y lo comprendió. Pero al llegar la noche, después de haber salido a pasear, según había terminado de comer y antes de acostarse, le habló así al SER:
—De qué me sirve poder pensar sobre mí y poder razonar para tomar decisiones si las que me atañen a mí las tomas tú por mí. No soy libre y sólo soy una mascota que tú has diseñado para tu diversión.
El SER le miró fijamente y le respondió:
—Me alegro de que lo entiendas. Y ahora, vete a acostarte.
El Ser fue a acostarse, pero algo sintió en su interior, una lucha que se revolvía en su pecho, que no le dejó dormir esa noche. Estuvo despierto toda la noche pensando en esa lucha que aplacó en su interior y que llamó furia.
Al día siguiente el Ser estaba cansado y cuando el SER quiso levantarlo, remoloneó en la cama. Y el SER pensó que el Ser estaba enfermo y le dejó en la cama unas horas más.
Luego volvió a llamarle para ir de paseo, pero el Ser alegó no estar todavía descansado. Entonces el SER le dio de comer, y el Ser se levantó y comió todo lo que le puso el SER.
A la hora de acostarse el SER le habló nuevamente al Ser:
—Hoy no has querido levantarte cuando te lo he pedido. Tampoco has querido ir a pasear cuando te lo he propuesto. En ambas ocasiones me has dicho que estabas cansado. Ahora vete a acostarte para que mañana puedas estar descansado.
El Ser sintió crecer la furia de nuevo en su pecho y contestó:
—No pienso ir a acostarme. Vete tú si tienes ganas. En lo que a mí respecta, tú en mí ya no mandas y haré lo que me dé la gana. Me acostaré cuando yo quiera y no cuando tú lo digas. Me levantaré cuando me dé la gana, no cuando a ti te plazca. E iré a pasear cuando a mí me venga en gana y no cuando tú lo decidas.
El SER miró al Ser estupefacto y no supo qué decirle.
Pero el Ser estaba realmente cansado y se durmió. También estaba contento por la determinación que había tomado y se durmió feliz. Había por fin tomado una decisión en lo que a él respectaba y a aquella sensación la llamó albedrío.
Por la mañana el SER dejó dormir al Ser hasta bien avanzado el día. Y estuvo haciendo otras cosas mientras el Ser dormía.
Cuando se despertó, el Ser tuvo hambre, y le pidió al SER que le diera de comer:
—Así que puedes acostarte cuando tú quieras, puedes levantarte cuando te dé la gana, y puedes ir a pasear sólo cuando a ti te plazca. Pero para comer dependes de mí. No eres tan libre como has estado soñando esta noche.
El Ser se quedó pensando y al cabo de un rato respondió:
—Tienes razón. No soy libre. Sigo dependiendo de ti. Sigo siendo mascota. Pero sólo porque has sido un mal amo, porque no me has enseñado a hacerme la comida.
El SER escuchó atento las razones del Ser y a continuación le dijo:
—Así que has estado atento a dónde debías dormir, a por dónde debías pasear, pero no has estado atento a cómo hacerte la comida. Me parece que voy a darte la libertad que pides y te buscarás tú mismo la comida, y te levantarás cuando te plazca, y te irás a pasear cuando te venga en gana.
El Ser escuchó atentamente lo que el SER tuvo que decirle, y cuando terminó de hablar le respondió:
—Es lo que te había pedido. Quiero mi autonomía, pero no debes limitármela escondiéndome los recursos. Tienes que decirme dónde y cómo puedo encontrar la comida.
El SER sonrió y cuando el Ser hubo acabado, entonces le dijo:
—La comida no se encuentra. Para comer la comida tendrás que trabajar.
—Acepto, fue la respuesta del Ser. Pero no has sido un buen amo porque no me has enseñado a trabajar. Me tenías domesticado, comiendo en tu mano. Y yo estuve todo este tiempo engañado creyendo que las cosas eran más simples de lo que en realidad son. Pero como me has hecho de forma que soy capaz de pensar, de razonar y de tomar decisiones, también me has hecho de forma que soy capaz de aprender. Pero tú debes enseñarme.
—¿Y por qué razón yo debería enseñarte?, le preguntó el SER.
—Porque tú me has hecho. Y has hecho que sea un Ser inútil que nada sabe hacer. Me has tenido domesticado. Y así conseguías que yo te necesitara. Ahora, en cuanto aprenda, verás que no te necesito.
—¿Y qué será de ti? ¿Y qué será de mí? ¿Y qué será de nuestra amistad?
—No sé qué es la amistad. Llamas amistad a una relación de dependencia. Y me parece que seremos mejores amigos si no dependemos el uno del otro.
—Es muy posible, dijo el SER.
—Pues yo creo que no va a ser posible.
—¿Por qué dices eso?, quiso saber el SER.
—Porque en cuanto aprenda yo no te necesitaré ni para comer, ni para acostarme ni para pasear. Sin embargo tú sí me vas a necesitar a mí.
—¿Por qué lo dices? El SER estaba cada vez más atónito.
—Porque tú me hiciste a mí para no aburrirte. Y cuando yo tenga mi vida independiente volverás a aburrirte.
—Te tendré a ti. ¿Dónde piensas ir?
—A ninguna parte. Estaré ocupado trabajando y no tendré tiempo para ti.
El SER se quedó pensando largo rato pero nada dijo. Y el Ser tuvo hambre y comenzó a aprender.
Pasó el tiempo y las obligaciones del Ser, tal y como vaticinó, le distanciaron del SER.
Pero un día el Ser tuvo necesidad de descansar, y como había aprendido muy bien, planificó su descanso. Trabajaba unas horas y descansaba otras. Trabajaba seis días seguidos y descansaba el séptimo.
Y durante el tiempo en que descansaba el Ser vio que se aburría. Y como se aburría fue en busca del SER.
Lo encontró entretenido en sus cosas. Esperó un buen rato, pero como el SER no parecía darse cuenta de que el Ser estuviera allí, al final se decidió a interrumpirle.
—Estoy aburrido y he venido a hablar contigo.
—Oh, estás ahí… Yo ahora no tengo tiempo para ti. Estoy entretenido con otra cosa.
—¿Y puedo saber en qué estás entretenido?
—No tengo inconveniente en responderte si me preguntas.
El Ser aguardó pero el SER continuaba con lo que estaba haciendo.
—¿Y bien?, quiso saber el Ser.
—Oh, sigues ahí.
—Sigo esperando que me digas en qué estás entretenido.
—Pero como no me has preguntado he creído que no querías saberlo.
El Ser se incomodó, y a la sensación que sintió en su pecho la llamó enfado.
Y conteniendo su enfado, preguntó:
—¿Y en qué estás entretenido?
Entonces el SER se lo dijo:
—He hecho otro Ser. Se parece a ti, pero lo he hecho un poco diferente.
Y el Ser quiso ver a ese otro Ser, y notó que en su pecho y en su vientre algo se revolvía, y sintió una sensación calurosa que tenía la propiedad de hacer que le gustara lo que estaba viendo.
Y queriendo saber más le preguntó al SER:
—¿Me dejas que yo también me entretenga con ese otro Ser? Veo que no es como yo, pero que se parece a mí más de lo que se parece a ti.
—A ti te hice a mi imagen y semejanza, pero no eres igual que yo. Este otro Ser lo he hecho a imagen y semejanza tuya, por eso se te parece más a ti que a mí. Pero lo he mejorado.
—Ya veo, me has utilizado como prototipo.
—No amigo, te he utilizado como borrador. Este otro Ser es mucho mejor que tú. Y ahora espero que te vayas a tus quehaceres propios de la libertad que te he dado y que me dejes entretenerme con este otro Ser que come conmigo, pasea conmigo y se acuesta cuando yo se lo digo.
El Ser se fue, pero algo en su pecho le decía que debía volver a ver al segundo Ser. Anduvo varios días alicaído, como si le faltara algo que antes nunca había notado que le faltara.
Y el Ser se puso a pensar. Y pensó largo tiempo. Y al final se dio cuenta de que él era un Ser a imagen y semejanza del SER, y que por tanto también podría crear un ser.
Y lo creó. Y le salió un ser defectuoso. Pero perseveró y fue mejorando el modelo. Hasta que al final creó un ser a su imagen y semejanza. Y dotó al ser de movimiento, le dio la capacidad de hablar, de pensar y de tomar decisiones.
Pero le pareció que a aquel ser le faltaba algo. Algo que lo completase. Y de ese ser hizo otro ser muy parecido a él pero no idénticamente igual. Y puso esa pareja de seres en una tierra y les dio libertad de ir y de venir. Y los seres andaban por la tierra con la libertad de tomar sus propias decisiones. Y les enseñó las ventajas de las rutinas, a levantarse a una hora, a acostarse a otra, a salir a pasear regularmente. Y les puso comida para que la cogieran cuando lo decidieran.
Pero no les dio la capacidad de aprender. Los dos seres repetían mecánicamente sus días. No eran capaces de aprender a hacer nada diferente.
Hasta que el segundo ser, más sagaz que el primero, se dio cuenta, y una noche se lo dijo al primer ser:
—El Ser tiene la capacidad de aprender. Y aprendió y nos hizo a nosotros. Pero somos sus mascotas. Sólo nos ha hecho para divertirse con nosotros, para vernos mover y entretenerse.
—Y qué quieres decir, dijo el primer ser, que tenía menos recorrido que el segundo ser.
—Que hemos de decirle que queremos poder aprender. Si somos capaces de aprender seremos capaces de crear.
—Pero qué quieres aprender, volvió a preguntar el primer ser, que se contentaba con ir de aquí para allá todo el día sin más intención que la de ir y volver para volver a ir.
—Tenemos que aprender la ciencia. Y tenemos que aprender el arte.
Y luego que le convenció, así lo hicieron. Y cuando le propusieron al Ser que querían poder aprender se originó una fuerte discusión. El Ser sabía qué había ocurrido con él mismo, y cómo se había independizado y lo que eso suponía. Y tampoco sabía si podría volver a crear otros dos seres semejantes a él y tan semejantes entre sí.
Pero tanto insistieron que el Ser acabó cediendo. Les puso a su alcance el saber científico y el saber artístico que podían coger de sendas matas: la mata de la ciencia y la mata del arte. Y los dos seres se contentaron.
Pero una vez que el Ser quiso entretenerse con su creación, un séptimo día, buscó y buscó y no encontró a ninguno de sus dos seres. Les llamó a voces y no respondieron. Se enfureció, y volvió a sentir en su pecho aquello que había llamado furia. Su voz tembló vigorosa y con su voz tembló toda la tierra que les había dado a los dos seres.
Ellos, entretenidos en su aprendizaje, le escucharon pero no acudieron a su llamada. Uno de los seres se había especializado en aprender la ciencia, y el otro se había especializado en aprender el arte.
Finalmente el Ser los encontró, y vio que los dos seres habían aprendido, y que habían creado otro ser. Pero que no podían crearlo ellos solos sino que se necesitaban mutuamente para crear más seres.
El Ser clamó contra su destino y fue a ver al SER. Pero el SER, enfadado con él y entretenido con su nueva creación, a la que no dejó tener acceso al Ser, no quiso saber nada de él y le dio la espalda.
Y el Ser volvió con furia a buscar a sus dos seres, pero estos se habían dedicado a crear más seres iguales a ellos. Y vieron que ello les daba placer. Y construyeron ciudades para todos los seres que habían creado, que a su vez podían crear más seres casi idénticos a ellos, y ahora los dos primeros seres no disponían de tiempo para charlar con el Ser, y no le hicieron caso porque estaban atareados.
Y los seres hicieron como el Ser, pero trabajaron cinco días y descansaron dos seguidos, durante los que hablaban de los otros cinco días. Y como necesitaban distraerse los días de descanso en que gozaban de lo hecho durante los primeros cinco días, adoptaron un miniser de cuatro patas al que llamaron Votante. Y este Votante les colmó de dicha porque iba con ellos, comía cuando ellos le daban de comer y se acostaba cuando ellos se lo decían.
Pero el Ser estaba solo y sintió algo en su interior a lo que llamó tristeza.
Y antes de tomar una decisión, el Ser observó que el ser que había aprendido la ciencia dominaba al ser que había decidido aprender el arte, porque el ser que aprendió la ciencia podía cambiar la tierra que les había dado a su antojo.
Pero el ser que aprendió el arte sólo podía reflejar lo que el otro ser cambiaba. También podía reflejar lo que él mismo podía imaginar sin que de nada sirviera pues no tenía efectos en la tierra en que vivían. El ser del arte debía esperar a que el ser de la ciencia viera su creación artística interesante para que la hiciera realidad. Pero el ser de la ciencia solía burlarse de lo que el ser artista imaginaba.
Y el Ser estaba triste, porque él había pensado que todos los seres fueran iguales.
Entonces el Ser tomó una decisión. Repudiado por el SER que le había creado y rechazado por los dos seres que él había creado, decidió quitarse de en medio. Y el Ser se suicidó.
En ese momento ocurrió algo que nunca antes había ocurrido. Tembló la tierra, el cielo se rasgó, salió el frío, y la lluvia y la oscuridad cubrieron la tierra durante cuarenta días. Los dos seres notaron el cambio, pero como tenían capacidad de adaptación, superaron los estragos que se habían desatado con el suicidio del Ser.
Pero con el tiempo sintieron que algo había cambiado en sus vidas, y comenzaron a discutir, y también después de mucho tiempo olvidaron que habían conocido al Ser, y que en otro tiempo habían sido felices, y ahora creían saber toda la ciencia y todo el arte, y discutían cada día para hacer treguas de noche. Y sólo tuvieron tiempo para cuidarse ellos mismos y no para los seres que creaban al alimón. Y durante los dos días de descanso ambos se volcaban en cuidar al miniser al que habían llamado Votante.
Este miniser de nada era capaz, y dependía para todo de los dos seres que el Ser había creado. Pero eso a los dos seres les importaba poco, y cuanto menos sabía hacer el miniser, más le cuidaban y le regalaban. Y el miniser no sabía hablar, ni sabía pensar, ni sabía razonar, ni podía tomar decisiones.
Y pasó el tiempo y como no había ningún Ser que vigilara la tierra de los dos seres donde retozaba el inútil miniser, la tierra entera se volvió gris como gris se había vuelto el cielo. Y a los dos seres les llegó el momento de extinguirse. Y lo hicieron sin avisar, un amanecer gris cualquiera de un día gris cualquiera. Y dejaron solo al miniser, que en realidad era un infraser.
El infraser al que los dos seres habían llamado Votante, incapaz de hacer nada por sí mismo porque todo se lo habían hecho los dos seres, sin ni siquiera poder hablar ni pensar ni ser capaz de razonar, y sin saber siquiera de la existencia del SER, acabó muriendo solo como un perro un anochecer gris de un día gris cualquiera. Y nadie hubo que echara de menos la desaparición del infraser.
Al cabo de un tiempo el SER notó que algo de cuanto él había creado directa o indirectamente había dejado de hacer ruido en el mundo, pero no se inmutó. Ni preguntó por la desaparición del Ser, ni indagó por la desaparición de los dos seres que el Ser había creado y de los que había tenido noticia. Y por supuesto ni supo jamás que el infraser que los dos seres habían llamado Votante había desaparecido, porque de nada valía ese infraser en toda la creación del SER. Y finalmente la tierra toda, que ahora era entera gris, también desapareció.
Pero llegó un tiempo en que el SER se aburría con la nueva creación, su segundo Ser. Y creo un tercer Ser, jugando con las posibilidades del diseño. Y a ambos les dio libertad para que hablaran, pensaran, tomaran decisiones, aprendieran, crearan y lucharan o se suicidaran. El SER siempre podría crear más Seres y darles libertad para dejarlos que se aburrieran y que ellos a su vez crearan otros seres que les destruirían. La idea de verlos sufrir era más entretenida.
Losange Sable
agosto 2020
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