El Punto Jonbar

13 de enero de 2020

Había enviado el jueves mi minicuento a Relatos en Cadena, de Cadena SER, sin mucha convicción. Creo que el tema es bueno, pero no había trabajado el texto. Y es que darle mente al minicuento empieza a comerme tiempo del que empiezo a no disponer.

El Punto Jonbar

Le obligaron a sentarse en el sofá, junto a sus zapatos.

Era un castigo leve. Había venido del colegio metiéndose por todos los charcos. Los zapatos eran nuevos y estaban arruinados.

De pronto, mi hermano Juanjo se puso en pie en el sofá y comenzó a saltar de aquí para allá, a dar botes y a dejarse caer en los cojines. Mis padres le rieron la gracia.

Hace tiempo recordé esta anécdota, y desde entonces pienso que aquél fue el día en que Juanjo comenzó a torcerse irremisiblemente.

Hoy le han caído diez años. Y aún tiene otro juicio pendiente.

Es un tema de actualidad… El consentimiento permanente que hacemos a nuestros hijos, quizá como réplica a los sopapos que nos daban a nosotros día sí y día casi también. Pero con tantas contemplaciones caemos en dejación de funciones. Evidentemente, educar a un crío a base de guantadas le forja el carácter y le hace duro ante la vida… como si fuera un galeote. Luego no es de extrañar que cuando el galeote se libere devuelva los golpes a los padres.

Pero está ocurriendo, lo estamos viendo, que la respuesta a tantos miramientos es prácticamente la misma: hijos que hostian a sus padres…

A ver si esta próxima generación de padres trata de dialogar con sus hijos y hacerles entender que hay que respetar una serie de normas no escritas (las escritas también, por supuesto) para que este invento llamado civilización funcione. Aunque más me parece que la actual generación evita conscientemente ser padres.

Y es que para ser padres no se exige ningún conocimiento. Tampoco es cuestión de impartir charlas y cursillos obligatorios (que acabarían dándolas los consabidos «sobrinitos del tío Gilito», posiblemente psicólogos que no son padres y que huyen de serlo). Quizá estemos asistiendo al ocaso arrastrado de toda una forma de entender el mundo.

¡Ah…!, el título… La Wikipedia lo explica perfectamente (como siempre).

Busca el podcast de hoy de La Ventana para escuchar los cuentos seleccionados esta semana. Los minicuentos ganadores de esta semana los tenéis que buscar en este enlace, en la semana 15.

Edito: y con este cuento dejo de participar en este concurso, al menos por una larga larga temporada.
Ya había dicho al programar esta entrada que el darle mente a la participación empieza a comerme un tiempo del que no dispongo.
Pero es que, además, no veo normal que entre una media de unos 800 minicuentos recibidos semanalmente, escojan como finalista a la misma persona 5 veces en las últimas 6 semanas, además enviando siempre el mismo estilo de cuento moña. Hoy, con el agravante de dar una justificación no pedida (*), se ha clasificado esa persona de los cuentos moñas (*excusatio non petita, accusatio manifesta).
Quizá no sea culpa del programa, ni de los organizadores; quizá se les haya colado un topo entre los seleccionadores. Pero si tras cuatro de cinco (semanas 10, 12, 13 y 14) siendo finalista la misma persona no han visto QUE NO ES NORMAL habida cuenta del volumen de minicuentos que declaran recibir cada semana, y nada han hecho para depurar el sistema de selección, a mi juicio algo de culpa sí tienen.
Y mira que clasificado por fin el caballo ahijado (semana 15, haciendo la cuarta final consecutiva, y cinco podios por selección en seis semanas seguidas), se libera un puesto en la terna de finalistas. Pero mi hartazgo ha dicho basta. La mujer del César… esta vez si que parece deshonesta.

(*) Edito 2: seamos serios… de qué plica hablaba el tipo que hoy ha sustituido a Javier Sagarna (Germán Solís en el minuto 53:40 del podcast ahí enlazado) si los cuentos se envían con nuestro nombre, dirección, email y teléfono. Suena a engañabobos de cara a la galería. Pero en esa galería estamos también los ochocientos que enviamos los cuentos, y sabemos cómo los enviamos. Qué plica hubo que abrir si al recibirse los cuentos se está viendo quién los envía. Y hubo que aguantar encima la baba que perdía Germán Solís, que ha tenido la cachaza de situar por encima de Paul Auster a una donnadie (minuto 53:16).
No es necesario haber cursado un máster en ¿¡Ciencias!? de la Información para darse cuenta de que ponderando el minicuento de la ahijadita se encarrila el voto de los otros dos finalistas, como así ha ocurrido hoy. Y no es serio que se hayan permitido dirigir el voto del invitado, diciéndole entre chanzas que no podía votar al minicuento de su propio género literario (minuto 56:35 del podcast). Y Germán Solís, con la ahijadita moña ya ganadora, ha dado su voto estéril a otro de los finalistas.
No pienso perder más mi tiempo con este tema. El cuento titulado Chicago 1924 a mí me ha parecido infinitamente superior a la moña casposa que ha mandado la ahijadita.

Edito 3: y para alimentar el fuego de mi sospecha, diré que siempre tardan unas horas en subir los cuentos finalistas de la semana en curso a la web del organizador, Escuela de escritores; pero hoy, muy curiosamente, los han subido ipso facto, como si con ello le fuera a alguien la celebración por la victoria de la señorita de los cuentos coñazo.

Nada les debo, nada me deben… Agur, yogur.

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