Charlando de cuentos con una amiga, hablando de qué puede interesar más a una editorial, ha surgido un debate. Identificamos en los cuentos dos cualidades: su fuerza y su belleza. Quede claro que la medición de estas cualidades va a ser siempre subjetiva.
Definimos como belleza del cuento la elegante prosa con que está escrito, próxima al lenguaje lírico, habiéndose escogido con esmero las palabras, el ritmo, la sonoridad… incluso las pausas. Entendemos por belleza el cómo está contado el cuento. La belleza exalta las emociones.
Por la fuerza del cuento entendemos su capacidad para epatar, para alterar el ánimo, para inducir a reflexión… y hasta para anidar en la mente del lector. Por fuerza entendemos el qué cuenta el cuento. La fuerza exalta las pasiones.
Ambas cualidades no se excluyen mutuamente. Un buen cuento debería estar escrito con bellas palabras y poseer gran fuerza, pero mucho me temo que eso queda reservado únicamente a los grandes maestros cuentistas: Chéjov, Quiroga, Maupassant, Bosch, Poe, Rulfo, Kipling, Cortázar…
Andando el debate, hemos establecido dos sistemas de calibración.
El primero es una escala de 0 a 100 para cada una de estas dos cualidades. Un cuento podría tener 75 puntos de fuerza y 65 de belleza. Un cuento escrito por un gran maestro mantendría ambas escalas por encima de los 85 puntos.
Sabemos de la dificultad que entraña establecer estos valores. Es preciso tener muchas lecturas en la maleta para baremar la altura que alcanza el mercurio en cada uno de estos dos termómetros.
El otro sistema de medición establece una escala continua que crece de 1 a 5 desde la izquierda (o hasta 50) para decrecer hasta 1 hacia la derecha, asignando el extremo izquierdo a la belleza y en el derecho la fuerza.
Imaginemos un deslizador sujeto a esa escala… A medida que desplazamos el dial, crece un parámetro mientras el otro decrece. Con este sistema mediremos la relación belleza/fuerza del cuento, a pesar de que, como ya he dicho, estos conceptos no se excluyen.
¿Y cómo hacerlo? Pues ponderando qué pesa más en el cuento, si su belleza o su fuerza. Un cuento equilibrado situaría su dial en el centro.
Para ponderar el cuento en este sistema no es preciso tener un amplio bagaje cuentístico a nuestras espaldas.
Cualquier analista, me temo, se sentirá más cómodo con el sistema del dial. Y es que de alguna manera no consciente entendemos que un cuento muy bellamente escrito no puede contener verdades reveladoras, o quizá sea que un cuento que refleje una cruda realidad no puede perderse en lirismos. O lo uno o lo otro.
O quizá esté yo totalmente equivocado. Porque excepciones hay… de los grandes maestros cuentistas.
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