En la intimidad del vestuario

1 de septiembre de 2018

Otro de los cuentos de las Crónicas (deportivas) de Mospintoles (cuentos de la suburbe), escrito en octubre de 2010. Está pendiente de ser resubido a Mospintoles y le corresponde el número 63.

Me interesé por este cuento desde el principio por ser una rareza, y escribí a los «cronistas oficiales» de la suburbe. Mirlitón me hizo llegar lo siguiente:

«Me sirvió de inspiración la novela ‘Z’, de Vasilis Vasilicós, en cuanto al narrador principal: la segunda persona del singular. La voz interna es un eco que sentí necesario cuando lo estaba escribiendo. El tema del cuento está basado en una frase del bloguero Juan Puñetas (Por el arco del triunfo).

Le hago llegar una versión con una correción de un lapsus cálami que aún se encuentra en el texto alojado en la web mospintoleña».

En la intimidad del vestuario   
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En la intimidad del vestuario
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(cuento – 853 palabras ≈ 4 minutos)

Llegas al pabellón con antelación. Con mucha más antelación de la que estipula el reglamento. Saludas a los conserjes de la puerta, que te franquean la entrada.

«…Muchos me consideran un mercenario, siempre trabajando al mejor postor. Pero nadie puede decir que no sea un profesional. Al contrario, estoy reconocido como un gran profesional que siempre se entrega a fondo allá donde está».

 

Te diriges a los vestuarios. Eres el primero en llegar, como de costumbre.

«…Mis compañeros de equipo, todos de Mospintoles y alrededores, buenos profesionales —simplemente—, se conforman con llegar a tiempo».

 

Te gusta cambiar de aires cuando te notas encasillado. Ahora llevas un tiempo en Mospintoles, pero ya comienza a cansarte el ambiente “crecidillo” de la ciudad.

«…Sobre todo desde que el equipo de fútbol local milita en la segunda división. ¡Hay otros deportes en Mospintoles, caramba! El que yo practico, por ejemplo».

 

Te desvistes lentamente y te enfundas el uniforme, de una tonalidad azul que nunca te gustó; te parece color de pijama. Solo en el vestuario comienzas a concentrarte en tu labor.

«…Se espera de mí que tenga una actuación excelsa. En realidad siempre se ha esperado de mí que haga grandes intervenciones».

 

Notas la presión, pero te gusta sentirla; te has acostumbrado a ella. Sabido es que la adrenalina crea adicción, y el pelotazo de epinefrinas que te proporciona tu oficio supone tu dosis semanal. En ocasiones dos veces por semana, y hasta tres…

«…Se me exige mucho, pero yo soy aún más exigente conmigo mismo».

 

Llegan tus compañeros, un tanto bulliciosos para tu gusto, cuando concluyes tu primera rutina de concentración.

«…Me he limitado a relajación y visualización externa en esta primera toma de contacto con mi cuerpo».

 

Te saludan cordialmente, pero no charlan contigo: tu equipo ha aprendido a respetar tu particular liturgia antes de salir a la arena.

«…Soy el líder y lo he demostrado en numerosas ocasiones, en los momentos más difíciles. Sé que ellos se sienten reforzados con mi presencia».

 

De nuevo te quedas solo en el vestuario. Comienzas a realizar unos ejercicios calisténicos. Unos saltitos, una rotaciones de cuello, unos giros de cintura; luego prosigues con unos estiramientos lumbares para continuar estirando las piernas.

«…Me gusta sentir como responde mi cuerpo».

 

Te cuidas, tanto en el aspecto físico como mental. No fumas, no bebes alcohol, y nunca has probado las drogas.

«…Tan sólo me concedo un vicio: dos tacitas de café al día, que suprimo dos, tres días antes de un encuentro crítico como el de hoy».

 

Se requiere que tu organismo esté exactamente sincronizado para una perfecta ejecución: cuerpo y mente. Debes estar en óptima forma, tu puesto requiere nervios acerados, reflejos felinos para anticiparte a cualquier posible reacción, una agilidad mental blindada contra las emociones más fuertes.

«…Soy consciente de que las ilusiones de mucha gente dependen de mí, de mi profesionalidad, de mi perfecto y continuo esfuerzo por mantener mi estado de forma, de mi sobriedad… Mi nombre en cualquier lista de titulares es una garantía, un seguro de intervenciones estelares, porque así lo vengo demostrando».

 

Comienzas una nueva introspección. Aún tienes tiempo antes de que vengan a llamarte para salir al teatro de operaciones.

«…Me visualizo a mí mismo, tranquilo, atento a todo, controlándolo todo, el tiempo y el espacio, dando órdenes precisas a mis compañeros de equipo en el momento oportuno».

 

Has diseñado la estrategia durante la semana. La repasas. En tu mente todo sucede de forma medida, acompasada… No hay lugar para la duda, para el error, para la derrota… No caben pensamientos negativos. Visualizas, una vez más, las sensaciones que te abordarán más adelante.

«…Me veo entrando a la sala y sintiendo el calor de los focos en mi rostro, una luz blanca que todo lo ilumina… Y acto seguido siento el frío que me embargará antes de que todo comience. Un frío metálico que siempre me llega sin saber de dónde».

 

Sacudes tu cuerpo en la intimidad del vestuario como lo harás allí fuera minutos después para repeler el inevitable escalofrío. Nunca más permitirás que te atenace como en aquella ocasión…

«…Yo estaré allí, en pie, solo, ante cámaras que todo lo registran, ante miradas expectantes, ante el mundo, ante el juicio de mis colegas de profesión que anhelan mi puesto, mi caché, mis emolumentos, mi fama».

 

Hoy no caben las torpezas, porque un fallo supondrá algo más que un tachón en tu historial, supondrá… la eliminación. Hoy te enfrentas al reto más importante de tu carrera, hoy te enfrentas ante un rival que viste de un oscuro luctuoso…

«…Si la cosa se tuerce todos esperan de mí que opere el milagro».

 

Te desperezas. Vuelves a tu rutina calisténica, sabedor de que en aquel lugar, bajo aquellos focos, hará un calor que te obligará a sudar copiosamente.

«…Pero yo busco un calentamiento más interno, por eso comienzo a calentarme las manos, los dedos, las yemas, a fin estar en condiciones de captar todas las sensaciones».

 

En ese momento se abre la puerta de tu vestuario.

 

«…Vienen a llamarme».

—Es la hora, doctor.

 

Y el neurocirujano, ya a punto, se encaminó al quirófano.

Losange Sable

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