Histeria de Expaña

1 de noviembre de 2018

Este es el anteúltimo cuento publicado en las Crónicas (deportivas) de Mospintoles, a finales de noviembre de 2013.

Habla de la atomización de un país llamado España, constantemente a punto de autodestrucción (lo triste es que se trata del mío).

Es un misterio cómo los naturales de un país tan cainita, después de ser uno de los mayores imperios que han gobernado el orbe, aún seguimos peregrinando por el mundo con el respeto del resto de naciones (que no haciéndonos respetar).

 

España es el pais más fuerte del mundo; los españoles llevan siglos intentado destruirlo y no lo han conseguido.

Otto von Bismarck

O algo parecido dicen que dijo el bueno de Otto…

Os invito a leer este cuento distópico que parece una premonición de lo que nos está pasando.

El cuento gira en torno a una idea peregrina que quizá acabe no siendo tan descabellada. Unos y otros se empecinan en empujar el carro cuesta abajo camino del precipicio. Quizá por fin la frase apócrifa atribuida al viejo estratega y estadista encuentre acomodo.

Histeria de Expaña   
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Histeria de Expaña
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(cuento – 2.720 palabras ≈ 12 minutos)

Don Faustino entró en el aula para impartir su clase de Historia Actual, un fragmento de asignatura elevada a la categoría de asignatura anual parida por los políticos para que los críos entendieran algo de esta España cada día más devaluada, más atomizada, más decadente y más deprimente. Historia Actual…, otro oxímoron más en lo que quedaba de este país desquiciado que venía a sumarse a monarquía parlamentaria y a deporte profesional.

Era la primera clase de la mañana de un día tibio: ni llovía ni hacía sol. A decir verdad don Faustino no podría explicar con exactitud qué día hacía en el exterior. Sólo percibía una luz tenue, difusa, suficiente para impartir su docencia. Se encontraba como en una nube, flotando en una grata calidez, sin llegar a sudar, pero como a punto de marearse; encontrábase como etéreo, incorpóreo. Posiblemente tuviera algo que ver con los cambios que había introducido recientemente en su dieta. Nada de proteínas de origen animal para cenar: ni huevos, ni leche, ni carnes ni pescado.

El caso es que se encontraba raro, como si estuviera cabreado, sin llegar a estar de mal humor, pero como resentido con algo. Quizá la medicación, mínima, que había comenzado a tomar últimamente para conciliar el sueño, confabulándose con unas pastillas que venía tomando desde hacía tiempo para regular ciertas funciones internas tuviera algo que ver con su estado anímico. Su regreso a la política municipal le estaba dando más quebraderos de cabeza de los previstos en un principio. Y es posible que su actual aletargamiento, o decaimiento, fuera consecuencia de todo lo expresado anteriormente.

Tras saludar a los educandos, comenzó maquinalmente a impartir el temario.

—Hace unos años, tan sólo unos pocos años, pero a vosotros, que no habíais nacido aún, os parecerá toda una vida –la retranca sólo la pilló él–, la realidad social que nos rodeaba era muy distinta. Para empezar a poneros en situación os diré que no había teléfonos móviles…

Un murmullo esperado recorrió la clase, y don Faustino, sabedor de que algunos realmente se habían sorprendido mientras el resto afirmaría que sus padres ya les habían puesto en antecedentes, aguardó pacientemente a que se extinguiera el rumor.

—Tampoco había consolas de videojuegos portátiles, ni DVD, ni siquiera CD, y la información para los ordenadores y la música, e incluso las películas, se almacenaban en casetes, que eran unas bobinas de una cinta magnetizada que iba dentro de una cajita de plástico que el aparato reproductor abría para ir desenrollando el carrete y leer bites, notas o la secuencia de imágenes fijas.

El murmullo había vuelto de la que el profe mencionó las casetes, pero, conocedor de las tácticas docentes, bajó la voz y prosiguió la charla, de manera que los muchachos acallaron esta vez el rumor casi inmediatamente mientras él extendía su discurso de forma innecesaria para que los últimos chicos en volver a prestar atención no se perdieran realmente nada importante. Por alguna razón don Faustino no podía fijar la vista en ninguno de sus alumnos. No veía a ninguno en particular, y no era capaz de fijar su mirada en los ojos de ninguno. Su cabeza, y su ser, iba y venía, iba y venía. Al silenciarse el runrún el profesor debió haber alzado la voz, pero, incapaz de corregirse, continuó hablando en voz baja, y lo hacía más para sí que para los muchachos. Notaba como que algo se le iba de la mente, o quizá es que algo se le estuviera yendo de las manos, pero en ese momento no era capaz de pararse a reflexionar sobre sus actos.

Don Faustino continuaba en una nube, bajo un sopor difícil de contrarrestar y más complicado aún de explicar. Nunca se había drogado, y bebía alcohol de forma moderada… algunos vasos de vino que caían cuando cenaba en el Asador Castilla en compañía de sus buenos amigos Ricardo y Manolo era casi todo el alcohol que ingería.

—Llegó la revolución tecnológica, en la que aún continuamos subidos y sumidos –nuevamente el chiste sólo lo entendió él, ahora que volvía a elevar la voz no sin esfuerzo–, pero también llegaron otros males a consecuencia de un desmedido consumismo, un afán por gastar dinero y obtener cosas que no hacían falta pero hacían la vida un poquito más afable, aún a costa de endeudarse. Este afán de atesorar objetos… o dinero, que al fin y al cabo no es más que otro objeto, no sólo se instauró en las personas, sino también en los gobiernos y en los gobernantes, aún a costa de esquilmar el tesoro público, dinero indefenso propiedad de todos los ciudadanos. Muchos políticos dijeron hacer obras de caridad, acciones solidarias y filantrópicas llevadas a cabo con dinero ajeno. Pero, muchachos, los actos altruistas han de hacerse en silencio, sin bombo ni platillos, y con el dinero propio.

Don Faustino guardó unos segundos de silencio como para coger el hilo del monólogo que se le iba.

—Todo este despilfarro trajo consigo una enorme crisis económica, pero todo ese afán de atesorar trajo también una crisis de valores. Los políticos ya no se enrojecían si les afeaban su conducta en público, sino que huían hacia delante esperando que el escándalo del que eran protagonistas fuera silenciado a los pocos días por un nuevo escándalo protagonizado por otro ser de su casta. Y así ocurría… El pueblo, indolente, olvidaba el telediario de ayer al ver el de hoy, que sería olvidado cuando emitieran el de mañana. Las noticias del periódico de mañana se taparían con el periódico de pasado mañana… Las masas no tienen memoria, o no quieren tenerla.

Después de esta parrafada, don Faustino se notaba subir, ir y venir por encima de la clase, como si cuerpo y consciencia se desdoblasen. Su cabeza se le iba pero le volvía enseguida, y era consciente de que sus palabras serían reprobadas por cualquier inspector de educación que se presentara en ese momento, pero bien era consciente de que incluso los inspectores de educación habían dejado de hacer su trabajo presencial y se limitaban a inundar de formularios a los profesores, entre los que no pocos papeles eran inútiles estadísticas que ni siquiera buscaban la calidad de la enseñanza para el alumno medio, no ya a los que se situaban en los extremos… Extremos que eran cercenados de las estadísticas de la consejería correspondiente, sacrificados en aras de variables como la mediana, la varianza y la covarianza, amén de otras obscenidades computacionales de inexplicable aplicación al arte de la enseñanza, a la ciencia pedagógica.

—Nuestros políticos habían perdido el norte, y comenzaron a echarse las culpas unos a otros –don Faustino, de modo cognitivo y automático, intentó modular su discurso a la baja para readaptarlo a las mentes de sus pupilos–, y resultado de esas acusaciones mutuas fue una crispación social en aumento. España estaba dividida en autonomías, igual que ahora… Y en cada autonomía había un gobierno que entendía que lo que dejaba de ganar lo ganaban otros que quizá, o sin quizá, habían trabajado menos y no lo merecían. La solidaridad que se esperaba de las autonomías comenzó a resquebrajarse porque unos trabajaban más que otros, y en consecuencia producían más y mejor. Al menos así pensaban los que más crecían. Sin embargo los que menguaban recelaban de todo, y creían que eran incapaces de progresar porque existían intereses ocultos que no les permitían avanzar en beneficio de los que más progresaban. Así las cosas dimos con un gobierno marioneta en la nación. Después de tres presidentes que gobernaron durante veintinueve años, teniendo que salir del sillón presidencial por la puerta de atrás, nos llegó un presidente títere, como no podía ser de otra forma, porque, dicho sea de paso y en honor a la verdad, he de decir que fue rehén de la herencia que le dejaron los anteriores: unos organismos públicos en los que se había instalado la corrupción más ladina que se pudiera imaginar. Los cargos trataban de perpetuarse, pero si alguno salía por mor de su incompetencia o por la de los que le rodeaban, quien llegaba no aireaba la manta sino que se cobijaba bajo ella a la espera de hacerse con su parte del botín.

Don Faustino estaba siendo consciente de que continuaba usando un vocabulario que sus proyectos de bachiller no eran capaces de entender. Las palabras las entendían, y su significado también, pero no las implicaciones de lo que decía. Mejor así, porque los chicos contarían en casa la clase de hoy, y ningún padre tendría información suficiente como para presentar una denuncia. Pero… ¿por qué meterse en estos fangales? Por alguna razón que don Faustino se negaba a comprender, no podía parar, e iba a llevar su supuesto derecho a cátedra hasta las últimas consecuencias… Supuesto porque un profesor de secundaria debía ceñirse al temario y al currículo sin implicar matices políticos ni de ninguna otra índole ideológica en sus clases.

—Se llegó a un punto en el que, quizá para desviar la atención, algunas autonomías pidieron la independencia de España. Estas peticiones cayeron en un caldo de cultivo propicio porque los ciudadanos estaban hasta las narices de sus gobernantes, de sus instituciones, del rey y de los jueces, del sistema que cobijaba a banqueros, grandes inversores, grandes mafias y pequeñas mafias, constructores, hosteleros y otros gremios que se creían con derecho a pedir fondos públicos para que sus iniciativas industriales crecieran. La destrucción del tejido social que cohesionaba a la nación no fue patente hasta que fue tarde. A esto ayudó una increíble e insostenible inmigración de gentes que llegaron a España huyendo de la miseria de sus propios países, y se asentaron sin disponer del exigible contrato de trabajo para permanecer en un país extranjero. El feble, ignorante e indolente gobierno español permitió la nacionalización indiscriminada de personas que se adaptaron a vivir de las ayudas sociales, y una estúpida moralina seudosolidaria y seudointegradora impuesta por feminatas profesionales y muchachitos de dudosa hombría impedía a nuestros gobernantes decir basta y diagnosticar que todas esas gentes acabarían por extender su pobreza al resto del país al succionar las subvenciones que en buena lógica correspondían a los necesitados nativos de nuestro país. Los españoles trabajaban pero la riqueza que generaban iba a parar a manos de extranjeros que reenviaban el dinero a sus países de origen. La poca o mucha riqueza que España pudiera generar fue fagocitada por toda esta pirámide de vagos y maleantes, desde la casa real hasta el último moro, sudamericano y rumano venidos a nuestro país a vivir de las arcas del Estado.

Don Faustino hizo una pausa para reorientar su discurso.

—España comenzó a desintegrarse cuando Cataluña consiguió su independencia por referéndum popular. La ola de independentismo fue imparable, y la indolencia del resto de comunidades fue tan permisiva que casi de la noche a la mañana se promulgó el nuevo estado catalán. Se esperaba a continuación la independencia del País Vasco, y la obtuvo sólo al cabo de un par de meses. Lo que nadie esperaba es que mientras tanto Aragón pidiera formar parte del nuevo estado catalán. Entre Zaragoza y Barcelona siempre hubo, histórica, social y económicamente, vínculos sólidos. Así que a la par de la promulgación del nuevo estado vasco, Cataluña se anexionaba pacíficamente, también por referéndum popular, a Aragón. Aún no se había adaptado la nación al nuevo estatus cuando Navarra solicitó formalmente entrar a formar parte del nuevo estado vasco por idénticas razones que movieron a los aragoneses. Y mientras los dirigentes españoles continuaban echándose mutuamente la culpa unos a otros en el Congreso, vascos y catalanes firmaron un tratado para conformar un nuevo país, un nuevo y único estado. España había perdido de un plumazo su frontera con Francia, y si esperaba recuperarla por algún lado, la solidez del pacto vasco-catalán daba al traste con cualquier pretensión de reintegración. Ahora España no sólo quedaba más alejada de Europa, sino que quedaba aislada de Europa. Vascos y catalanes se aseguraban así que el nuevo estado tuviera todas las cartas de presentación necesarias para formar parte de la Unión Europea respaldados por el importante aval español a cambio de concesiones de tránsito, integración que no se hará esperar a la vista de los nuevos acontecimientos que se sucedieron a ritmo de vértigo.

El profe hizo una pausa como para recordar, pero no precisaba hacer esfuerzo alguno para rememorar dada la inmediatez en el tiempo de cuanto había ocurrido.

—Mientras en España se abolía el Senado habida cuenta de su ineficacia como representación territorial de las autonomías, Galicia se proclamaba independiente con el apoyo de Asturias, y trataban de apuntarse al carro del nuevo estado emergente al norte de España. La Rioja ya había solicitado su anexión al neoestado con el que hoy en día limita Francia por el sur, y en menos de un mes el gobierno de las Islas Baleares y el del País Valenciano optaron por integrarse en este país de nuevo cuño, al sentirse hermanados con el lado catalán. Quedaba pues un escollo para que las nueve autonomías, de las cuales cuatro eran uniprovinciales, estuvieran unidas geográficamente.

Nueva pausa efectista del profesor.

—A España le quedaba la salida al mar que siempre tuvo Castilla, por la provincia de Santander, denominada Cantabria desde la consolidación del estado de las autonomías, comunidad igualmente uniprovincial. Las negociaciones fueron arduas, y a la vista del voraz ritmo con el que el nuevo estado había ido ensanchando sus fronteras, se antojaba que los acuerdos habían entrado en un punto muerto. El gobierno español forzaba sus máquinas para impedir que Cantabria cayese, pero fue precisamente eso, las veladas amenazas, las que llevaron al pueblo cántabro a entender que su futuro estaba al margen de las maquinaciones que tenían lugar en el parlamento de Madrid.

Don Faustino calló por un momento, meditando si todo aquello que decía tenía sentido.

—Finalmente España perdió sus playas en el Mar Cantábrico. Es significativo que de las diez autonomías que se han independizado, justo la mitad eran uniprovinciales, hasta el punto de que hay quien señala que ese fue precisamente un factor determinante en la ola de anexiones que catalanes y vascos obtuvieron en tan corto espacio de tiempo. Como todos sabéis, en estos momentos la Región de Murcia, otra comunidad uniprovincial, y la provincia de León, han solicitado su anexión al nuevo estado, el cual está en trance de obtener, en lo que será un tiempo récord, su inclusión en la Unión Europea. En estos días, las Islas Canarias están negociando su independencia al margen del nuevo estado constituido, que, dicho sea de paso, de momento bloquea el comercio fluido de España con el resto de Europa, en tanto en cuanto no se concrete el dichoso aval español a su inclusión europeísta. Debo apuntaros como dato curioso que el idioma oficial del nuevo estado es el castellano, a pesar (o quizá por ello), de que en la franja norte-este que aísla y limita España por tierra y por mar se concentraban todas las otrora llamadas lenguas cooficiales. Queda por decidir qué ocurrirá con las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, mientras vemos que ha surgido con intensidad en nuestro espectro político regional una fuerza popular que pide la independencia de nuestra Comunidad de Madrid. Como todos sabéis, soy miembro activo del nuevo partido que exige con justicia y contundencia la independencia de Madrid del resto de España.

Llegados a este punto don Faustino se despertó bañado en un sudor envolvente y arrullador, sediento y cansado, con las piernas doloridas como si hubiera ascendido una empinada montaña. Se levantó maquinalmente; quedaba una hora para que sonara el despertador y se preparó el zumo de naranjas con un limón exprimido que era su desayuno. Mientras se sentaba a la mesa de la cocina, abrigado con su nueva bata, regalo de navidad de su asistenta marroquí Fátima, repasaba de forma vívida las recientes imágenes que se agolpaban en su cerebro. Horas después, cuando relató su odisea pedagógica a Manolo, no supo definir si su magistral clase onírica fue un sueño grato o una plúmbea pesadilla, y fue incapaz de reprimir una maquiavélica y sardónica sonrisa. Manolo se limitó a menear la cabeza como lo hacían esos odiosos perritos que en un tiempo pasado poblaban las bandejas traseras de los automóviles familiares.

Losange Sable

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