Recuerdo haber leído que Cervantes vendió sus derechos de la segunda parte del Quijote a un impresor —que oficiaba de editor— por una cantidad fija. Lo había leído en Internet hace tiempo pero ahora no lo encuentro. Es posible que fuera este texto pero pudo haber sido cualquier otro. La imprenta llevaba siglo y medio inventada y las prácticas editoriales ya tenían un recorrido consolidado. Traslademos a las circunstancias actuales una venta al estilo de la que hizo Cervantes. Imagina un buen libro, al que se le auguran unas ventas estupendas, de un escritor conocido con un público fidelizado. El escritor vende sus derechos a un editor por, pongamos, diez mil euros… ponle veinte mil si te parece mejor, que no voy a ser cicatero en este ejercicio teórico. Supongo que Cervantes no obtuvo con su venta un poder adquisitivo parangonable, pero ese es otro cantar. Porque Cervantes no era un profesional como lo entendemos hoy. No vivía de su obra y debía seguir trabajando en el siglo. Lo cual le mantenía conectado con el mundo que le tocó vivir, pero esa también es otra cuestión… Una vez hecha la compra de los derechos de edición, el editor invierte dinero…
Lo mío es contar cuentos. Sin embargo he pillado una racha de artículos donde he abandonado los visos literarios previstos para este blog. Pero es que un escritor no puede permanecer callado ni puede dejar de escribir. Así que hoy te traigo un novedoso cuento de terror, con un payaso y un bufón que te perseguirán allá adonde vayas. Mi cuento es de terror coral dado que afecta a un conjunto de la sociedad. La novedad estriba en que la presentación se cuenta con supuestos en la imaginación (?!!), el núcleo se va desplegando de la imaginación al mundo real, y el desenlace llega en forma de pregunta cuya respuesta sólo admite un sí o un no. Y en nuestro desconocimiento radica lo terrorífico: la ausencia del sí o la posibilidad del no. Comienza mi cuento. Imaginemos un gran país, como los USA. O imaginemos un país venido a menos, encogido, que fue más poderoso en su tiempo que los USA, Rusia y la China actuales juntos. Ahora imaginemos a su presidente del gobierno. Un tipo carismático, gallardo, apuesto y apolíneo; talentoso, previsor, experto y muy capaz, que ha logrado el respaldo de la mayoría de sus conciudadanos con las…
En los colegios e institutos siempre se ha enseñado que dentro del género narrativo se ubican los cuentos y las novelas además de otros subgéneros, como la epopeya. Siempre hemos pedido «cuéntame un cuento», y nunca la palabra cuento ha ofendido a nadie. Pero desde hace unos buenos años, un grupúsculo de personas, quizá por sentirse más adultos, han decidido llamar relatos a los cuentos. Después de indagar y conocer el patio nacional, llego a la conclusión de que esas personas, muchas muy pagaditas de sí mismas, evitan la palabra cuento por su connotación infantil, siendo que relato les hace parecer más serios y adultos a sus propios ojos. Relato es un hiperónimo para cuento, pero también para novela, así como para algún otro subgénero que no cae dentro del género narrativo. Está bien usar el hiperónimo para no repetirse en un texto, pero por un miedo oxidante están fagocitando un sustantivo tan bonito y que evoca tantos sueños y aventuras como es cuento. Me encuentro con quien se ufana de estar leyendo un relato, ocultando por temor que lee un cuento cuando desde siempre hemos leído cuentos de terror, cuentos de ciencia ficción, cuentos eróticos, cuentos bélicos, cuentos realistas…
El arte de contar historias es uno; aunque existen diferentes formas de contar dependiendo del medio. Primero fue la tradición oral, que se mantuvo al calor de las hogueras… No hace falta que te vayas a las cuevas rupestres: mis abuelos, de niños, escucharon historias a la lumbre del lar en las húmedas noches del invierno septentrional. Y aprendieron a contarlas… esa pausa dramática, esa inflexión de la voz, el personaje que queda esbozado y que reaparece en el momento oportuno… o en el más inoportuno; ese dejar la narración en suspenso para dedicarse a atizar el fuego. Recuerdo a mi abuela contándome historias que incluían «efectos especiales»: dedos que no veías arañaban madera o tamborileaban al compás de una marcha fúnebre, boca y garganta emitían gemidos y chasquidos nunca antes oídos, una caja de cartón salía volando, o una silla caía sin que hubieras advertido que la mano estaba en el cayado… La lumbre adquiría protagonismo, y hasta el viento del exterior actuaba para el teatro doméstico. Pero sí, también se contaron historias de cazadores, guerreros y mercaderes en las cuevas neolíticas (en el Neolítico se vivía en cuevas, a ver si crees que se pasó del Paleolítico al…
En la literatura moderna encontrarás dos tipos de escritores: los artistas y los artesanos. Los artesanos se muestran orgullosos y confiados con su sistema de producción, mientras los artistas no le dan mayor importancia al suyo y se les ve satisfechos de aceptarse tal y como son. Los neófitos se debaten entre aceptar la propaganda que les llega de los artesanos, que predican su filosofisma de vida, o indagar en la plácida vida de los artistas. Encontramos en el artesano la figura del estajanovista que escribe todos los días de ocho de la mañana a dos de la tarde, o que se ha impuesto escribir tres mil palabras cada día, o quizá seis páginas, o cualquier otra medida establecida por el despótico imperio de los humanos. No creo en el sistema de los escritores estajanovistas. Tratan de cultivar la mente como si del arte del boxeo se tratara; arte éste que sí requiere perseverancia y religiosidad. Luego tienes el escritor artista. Es el que escribe cuando le apetece. Su producción es más errática, incluso veleidosa, pero es de una calidad superior a su capacidad. Te lo explicaré con la historia de tres hermanos que corretean juguetones por la casa de…
La nueva corriente de candidez buenista (más cabría tildarla de calambrazo, jugando con el campo semántico) está arramblando con costumbres inveteradas sin detenerse a revisar los motivos por los que han pervivido hasta nuestros días. Una de estas modernas avalanchas es la del feminismo visceral, que como toda religión cursa ganando prosélitos, actualmente derivando a secta (pregunta a las jóvenes universitarias lo que les cuesta abandonar el grupo cuando se dan cuenta de que reciben órdenes que deben acatar aunque perjudiquen su plan de estudios). Una de las cruzadas de este neocredo es eliminar cuentos populares de las bibliotecas infantiles. Las desnortadas y confundidos adláteres han tildado de machista el saber ancestral acumulado en los cuentos populares. Y se les ha ocurrido que la solución es prohibir su lectura. Y para que nadie desobedezca el mandamiento, los libros son retirados de las bibliotecas infantiles. Y supongo que quemados, pues es la manera de evitar que futuras generaciones caigan en el pecado de lesa mujertad que es leer Caperucita roja. Es éste un cuento medieval originario del norte de los Alpes y de la montañosa región del Tirol, y prosperó en un tiempo donde las ciudades europeas estaban rodeadas de bosques…
Ya todos tenemos claro que la temática infantil es una de las múltiples temáticas que pueden tratarse en los cuentos. Y que cuento no es sinónimo de cuento infantil. Pero si bien recelamos de que nos encasillen como cuentista de cuentos infantiles (para mí —personalmente, que no lo digo como opinión— son los más difíciles de escribir), es justo reconocer que los cuentos infantiles tienen un qué sé yo y yo qué sé que les hace muy muy especiales en diversos planos. No hay más que pensar que los cuentos infantiles son la puerta de entrada a la literatura de los futuros lectores, los adultos de mañana, los que dirigirán el país pasado mañana. Quien denoste o desprecie los cuentos infantiles es un cretino. En la web The Conversation han subido un buen artículo sobre los cuentos de temática infantil. Publicar ahí está reservado a gente con titulación universitaria superior. Bueno, ellos se pierden los conocimientos y la calidad que pueden aportar los autodidactas, muchos verdaderos expertos en campos no reglados por las universidades… Por otro lado, por mor de la prefijada extensión de los artículos publicados en esta web, a los articulistas no les es posible entrar a fondo…
En sus cursos de creación literaria, uno de los gurúes de este pasatiempo que es escribir (pasatiempo que algunos agraciados consiguen monetizar suculentamente) repite sin desmayo que hay que abrirse en canal para escribir, volcar sobre la pantalla o página en blanco todo lo que uno tiene dentro, vaciarse, desnudarse ante el lector y, en fin, mil metáforas más para venir a decir que lo conveniente es contar las propias interioridades de cada uno para triunfar en este arte de la escritura. No seré yo quien lleve la contraria a Tom Spanbauer que, así como otros han conseguido rentabilizar el vicio de escribir, él ha conseguido vivir del vicio de los demás. Y a fe que le va bien, porque algunos de sus alumnos han triunfado en el mundejo editorial (lo que nunca es sinónimo de calidad, dicho sea de paso) y —lo que es más sustancioso— han triunfado en el inframundo literario del cine, convertido desde hace décadas en supramundo de los negocios y el glamur. Entre sus más notables alumnos se encuentra el señor Palahniuk, autor de la novela El club de la lucha, célebre por su versión cinematográfica homónima. Este exhibicionismo literario nunca me ha satisfecho. A…
Una intervención, en el ámbito cultural, es la modificación de una obra preexistente. En las intervenciones se combinan diferentes artes: música, pintura, escultura, fotografía. No, el vandalismo no es una intervención. Se trata de tomar una obra y modificarla para enriquecerla. Por supuesto la obra original no debe resultar dañada. El concepto no es tan nuevo como podría parecer. Desde siempre se leen poesías con música de fondo o se versionan como canciones, se bailan coreografías ante obras escultóricas y pictóricas, se viste con diferentes modas al Manneken Pis bruselense, se proyectan imágenes y luces sobre fachadas de reconocido valor arquitectónico haciendo uso de las nuevas tecnologías y el público aplaude la iniciativa, nadie se escandaliza. Podría parecer que la literatura presenta limitaciones… ¿pero no es intervención (y bastante cara) la película basada en un cuento o una novela, con guiones que no se ajustan exactamente a la trama literaria? ¿O las imágenes que acompañan a un cuento ilustrado? ¿O la versión en tebeo (cómic) de aquellas Joyas Literarias de la Editorial Bruguera? Desde que descubrí la idea de intervenir cuentos he estado dando mente a intervenir mis propios engendros. No es lo mismo intervenir tu propia obra que permitir…
Hoy me han publicado en República de las Letras, la revista de la Asociación Colegial de Escritores de España (ACE), un artículo sobre el canon: Cuánto Canon. Es un artículo muy básico sobre lo que es y cómo asumir el canon literario. En el ladillo de cabecera me lo tildan de provocar polémica, al menos en un pasaje. Aunque no comparto esa visión, no deja de hacerme gracia: parece que estoy abonado a la polémica allá donde me muevo. Lo cual en esencia no es nada negativo. La polémica reaviva el debate, y el debate tensa la cuerda; la cuerda tensa nos permite construir y crecer. Pero la palabra se ha venido rodeado últimamente de connotaciones negativas: de polémico suele motejarse a quien provoca discusiones estériles, como si fuera un sinónimo de conflictivo. La palabra «polémica«, como recoge el DRAE, era sana y ahora estamos corrompiendo su significado. En fin, disquisiciones semánticas a un lado, espero que Cuánto canon os guste.
Esta entrada gustará a los amantes de los cuentos, esas historias que puedes leer esperando en el parque a la amiga que siempre se retrasa; o mientras llega el bus (que también se retrasa); o aguardando a un amigo que no encuentra la cafetería donde estás porque es un muñones con las nuevas tecnologías y se lía con los mapas y no se pispa de la ubicación que le has enviado; o viajando en el metro; o en la pizzería en tanto atienden tu pedido; o en vez de mirar cómo se te enfría la sopa que te acabas de hacer para cenar (pero sigue dándole vueltas para que no se te haga nata); y también llamando a Morfeo; o en el asiento por el que todos pasamos cada día; o haciendo tiempo antes de un examen… No, esto mejor no. O haciendo tiempo en el laundry del barrio porque si te vas se te llevarán el nórdico que te regalaron los viejos para que no pases frío en esa buhardilla en la que vives (y que no se enteren de que el frío, más que el edredón, te lo quita alguien). Un cuento también es una lectura que puedes…