(Este artículo cogió velocidad en el de ayer: Textos plasta).
Hace quince días mi bibliotecaria de cabecera me ha prestado un par de libros de un autor que pasa por ser el rapsoda principal del cuento actual español. Le dedicaré un próximo artículo en el bisturí de laaguja. Sirva el que estás leyendo como avance, a la par que como cierre del de ayer.
Este autor, que a todo el mundo cae bien por su candidez y bonhomía, ha roto con (o no sé si decir que desdeña) la tradición literaria en español. Ya he dicho en otros artículos que el objetivo de la literatura de la hispanosfera es mostrar al lector todas las caras de la realidad y desengañarle de las apariencias. La literatura de la anglosfera está concebida como medio de distracción y entretenimiento.
Tenía ganas de leerle ya que la crítica literaria española se deshace en elogios hacia tipo tan simpático. Hasta el vitriólico Alberto Olmos ha bajado su guardia y le ha dedicado una loa. Pero el cuentista del que hablo, tan celebrado él, no escribe cuentos. Escribe prosas algo extensas, pero en ellas jamás cuenta nada. Sus odas en prosa endulzan y empalagan evocando experiencias colectivas que presupone comunes a cualquier lector.
Leyendo sus textos sus lectores no aprenderán nada nuevo: «Muy bonito, qué bien escribe», es lo único que dicen de él en el club de lectura del barrio… embobados con su cadencia como los niños que seguían al flautista de Hamelín, hipnotizados por una musiquilla narcótica.
Es sus textos no hay nada que nos muestre la realidad del mundo al que nos tenemos que enfrentar, sólo nos distraen el tiempo y entretienen el ánimo. Los crucigramas también utilizan palabras, distraen y entretienen.
Los cuentos propios de nuestra tradición se escriben para enseñarnos la vida tal cual es a través de ellos; su finalidad no es gustar y deleitar con un lenguaje melifluo y melodioso, engañando al lector con una supuesta benignidad del mundo en el que moramos con otros semejantes que pugnan con nosotros, si no es por un mendrugo es por un trabajo o si no, por la pareja con la que queremos pasar nuestra vida. En este mundo hay que esforzarse y luchar por mantener lo nuestro.
Evitar la lucha, la confrontación, la dialéctica, la asertividad, lleva al fracaso. La autocomplacencia lleva al descalabro personal y la pasividad desemboca en el desastre colectivo. Quizá este autor sea sencillo en su vida privada. Pero no todos tenemos el carácter manso que requiere la lectura de elucubraciones mentales y divagaciones ajenas que dibujan garabatos en el aire.
En sus relatos —que no cuentos, porque nada cuentan— este amor de hombre no hace más que recrear imágenes (que no crear) para que el lector se identifique con ellas.
El «Yo te cuento tú te identificas» funciona como motor en los monólogos cómicos (originarios de la anglosfera en su concepción actual). Puede resultarte agradable y gratificante identificarte con imágenes que cualquier inteligencia artificial puede fabricar para ti, pero en modo alguno será nutritivo para tu intelecto porque no te muestra nada que tu mente no recuerde. Con los relatos que escribe este autor nunca te cuestionas tus convicciones… ¿Y si hay otro aspecto que no conoces a la vuelta de esa arista del poliedro que es la realidad? ¿Quieres seguir ignorante aunque sospeches que no te va a gustar?
Cierras el libro y olvidas lo leído. Igual te quedas con la sensación de aletargamiento placentero que te ha producido el texto haciendo que tu memoria evoque momentos de tu pasado, pero no recordarás ninguna historia porque no hay ninguna historia que recordar. No cuentan nada.
Estos textos no salen de ningún sitio y no van a parar a ningún lado. Dan vueltas a conceptos e ideas con las que el lector debe sintonizar, trayendo imágenes que evoquen experiencias pasadas, sintiéndose feliz por recordarlas, por revivirlas. Vivir en el pasado como Rafa el añorante, que revisiona capítulos y capítulos de Curro Jiménez, anclado a una época en que, si no más feliz, sí era más inocente, es negarse a madurar y a vivir en la realidad…
Este autor va dando palos de ciego esperando acertar en cualquier esquina con el pasado de cada lector. Y acierta porque todos hemos sido niños, hemos ido al instituto, todos hemos merendado pan con mantequilla, galletas con chocolate, o hemos sumergido las dichosas madalenas en el café; todos hemos tenido un amor juvenil, bebido nuestra primera cerveza o hemos subido a un desván, aunque fuera al de Pippi Calzaslargas: imágenes comunes que te hacen sonreír pero que no te remueven el ánimo… te lo adormecen y te amansan.
Te invito a que leas Viento invernal (te he mostrado su inicio en el artículo anterior) para que despiertes a la realidad. Es un cuento típico de la hispanosfera, un cuento prototipo de la tradición hispano-greco-latina, como gusta decir el crítico literario Jesús González Maestro. Un cuento escrito en español, desde aquella orilla hermana del Atlántico. Pero este autor nuestro prefiere los cánones fosforescentes de la Pérfida Albión (no es el único; son legión los nuestros seducidos por los berridos de las sirenas de aquellas costas).
Estos relatos de corte anglosajón son fosforescentes: sin luz propia, reflejan el eco de una luz lejana y ajena. Tienes que poner tu experiencia al servicio del autor, e identificarte con lo que va apuntando… y sonreír como en el fotomatón que evocarás. En cualquier tiempo pasado fuiste feliz… por inocente.
Pienso que este es uno de los motivos por los que los cuentos pierden adeptos: se confunde cuento con relato y como valoran el tiempo perdido leyendo estos relatos que se diluyen en el aire pierden interés en la narrativa breve.
Dado que el autor carece de una historia que contar, marea la perdiz hasta cubrir un número previo de páginas, y acaba argumentando conceptos antinómicos. Tras un inacabable párrafo este autodenominado cuentista escribió:
En el duelo asimétrico entre la cigarra y la hormiga de la fábula, uno se declarará siempre partidario de la cigarra; antes cantar que acumular haces de leña para el invierno. Camarero, sirva otra ronda aquí a la concurrencia, uno invita.
Dejando aparte el hecho de que todos los duelos son asimétricos, este parece un párrafo muy jipi, muy atractivo para suscribirse a él. Cantemos, bebamos, bailemos, e invitemos a otra ronda a toda la parroquia. ¿Pero con qué dinero va el narrador a pagar si no ha trabajado, declarándose partidario de la molicie y la pigricia de la cigarra? No tiene sentido… Quizá sea muy poético pero es insustancial.
Ah, que no tengo sentido poético…
Pues tal vez, puede ser que no tenga sentido poético ni estético. Pero creí que estaba leyendo un cuento de un español que por definición pertenece a la tradición literaria de la hispanosfera, y que me iba a contar un cuento que me mostrara algo, quizá una forma de actuar cuestionable que bajo ciertos parámetros se torna aceptable.
Al terminar de leer «Fotosíntesis» no he hallado nada, ninguna lectura que nutra mi hambre de historias, mi sed de confrontar realidades. Ni al final ni durante su lectura he encontrado nada que me sirva para enfrentarme o defenderme de la realidad, un texto que se evapora de mi mente incluso antes de cerrar sus páginas.
Reconozco que estos textos a mí me duermen, lo cual también es útil, no lo puedo negar.
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