No es lo mismo que des tu opinión sin que te la pidan a que la des tras una petición. Voy a explicártelo porque me acaba de pasar.
Si aventuras tu opinión sin que nadie te la haya pedido has de saber que te expones a la crítica. De hecho la crítica es buena porque fomenta el intercambio de opiniones, el debate y hasta la discusión (antes discutir no era reñir, hoy no estoy tan seguro).
Supongamos que expones tu opinión en una columna de un diario o semanario, en una revista, en un blog… o en una reunión: tertulia, foro de debate, charla…
No puedes pretender que todo el mundo diga amén. Existe una etiqueta para mantener unos cauces civilizados que fomenten el debate y la discusión, pero en los tiempos que corren se sobrepasan y todo acaba en disputas y riñas. Es el riesgo de los tiempos.
Más pausado es que expongas tu opinión por escrito. Al menos pones distancia entre los receptores de tu mensaje. Internet era una buena herramienta para el debate pero la han pervertido, al igual que los tertulianos con sus gritos han pervertido los programas de opinión. Quien más chilla es el que más cámara acapara y en teoría el que gana, al prestársele más atención.
Como dijo Schopenhauer, la gente discute para llevar razón, no para tener razón (no es una cita textual). Y el filósofo daba sus razones, que alguna tenía a pesar de ser alemán.
Otra cosa muy distinta es cuando alguien solicita tu opinión. Entonces te ves en la obligación, aunque sólo sea por cortesía, de darla, de hacerla pública aunque sea para una única persona.
Lo que no está bien es lo que suelen hacer hoy en día quienes solicitan opiniones ajenas. Lo mismo da que quieran saber qué opinas sobre economía, sobre cómo le sienta un traje, sobre política internacional, sobre la receta de un guiso, o sobre las fronteras de la ciencia. Te piden tu opinión y te vas a ver en la tesitura de ser sincero.
Otra cosa es que seas un lince y digas lo que tu interlocutor quiere oír. Hay que valer para eso. Reconozco que yo no valgo para fingir. Si me pides mi opinión sobre cómo te queda un vestido o un pantalón, o sobre la pintura de tu casa, yo voy a decir qué opino.
Recientemente alguien a quien tengo en mucha estima me ha hecho llegar una noticia sobre la sanción de una ley de ámbito nacional. Y me ha pedido mi opinión para saber en cuál de las dos bitácoras que lleva a diario debía hacer una mención, no ya a la promulgación de la ley, sino a la opinión que sobre ella daba el articulista (todos discernimos entre artículo y noticia): le he dicho que en ninguna.
Una de sus bitácoras versa sobre su empresa familiar y la ley, muy tangencialmente, tocaba un punto que le era… quizá de alusión, que ni siquiera de aplicación. Pero el artículo (que no noticia) daba una opinión crítica sobre la política que ha llevado a promulgar esa ley y las previsibles consecuencias de su implantación.
La otra bitácora trata sobre su actividad en la gestión política local.
«En ninguna de las dos debes destacar este artículo», le he dicho dando mi opinión más sincera, como corresponde entre dos amigos.
Entonces esa persona ha querido saber el porqué de mi aseveración, que además fue tajante. Hasta aquí es normal. Si hay algo oculto a su mirada que yo sí puedo estar viendo, es lícito que quien ha querido conocer mi opinión me interrogue acerca de los motivos de mi respuesta para ver desde mi posición.
Date cuenta de que se no me preguntó si debía recoger el enlace al artículo en sus bitácoras, sino en cuál de ellas debía hacerlo, entendiendo yo la disyuntiva como inclusiva y no como exclusiva: es decir, en una, en la otra o en las dos.
Se me olvidó aquella máxima: «Quien da explicaciones se busca complicaciones». Así que por la amistad que nos une le he explicado mi punto de vista.
Sigo diciendo que hasta aquí es todo normal. Pero como las tertulias televisivas (las radiofónicas suelen ser más civilizadas), los foros interneteros (la sección de comentarios de los diarios y bitácoras funcionan las más de las veces como un foro) y el ruedo político nacional se han deformado al punto de estar distorsionados y buscar ofender con argumentos ad hominem más que intentar razonar sin falacias (se discute para llevar razón, no para tener razón), el pueblo imita lo que ve y así nos conducimos en el bar, en la reunión de vecinos y, en fin, en la verdulería en que han convertido nuestra vida en sociedad.
Así que creyendo estar amparado por la amistad, di mi visión personal –que se me pidió (no olvides que se me había pedido, que yo no la di motu proprio)–. Expliqué que el blog empresarial debía permanecer aséptico a cualquier idea de cualquier color político, como de hecho ha venido siendo hasta ahora, por lo que no debía enfangar su trayectoria generando controversia sobre la opinión del periodista (opinión que yo mismo suscribía). Y que en el blog sobre política local la noticia quedaba lejos, en un ámbito nacional donde quienes ahora mandan («ahora» no quiere decir hoy mismo) tratan de mantenerse y donde los que no gobiernan tratan de desplazar a los primeros, yendo como vamos a época de elecciones casi consecutivas.
Pues mi amistad comenzó a criticar mis puntos de vista. Ambos, que ya era difícil. Como traté de mantenerme ecuánime argumentando mis razones y apelando a que esta persona iba a cometer sendos errores perjudicando su equidistancia sectorial en una y jerárquica en otra, su crítica a mis puntos de vista se desvió hacia mi persona (argumento ad hominem). Que si yo no evolucionaba, que si yo era… Me harté y zanjé la conversación telefónica diciendo que alguien requería mi presencia y mi atención, lo cual no era cierto (con lo que queda demostrado que sí sé fingir, aunque sólo para evitar una escabechina).
Y por todo esto estoy escribiendo este artículo, para dar orden a mis ideas.
A) si doy mi opinión sin que me la soliciten, sé que me expongo a la crítica, que ha de ser bienvenida dado que es parte del juego de dar publicidad a mi opinión (oral o escrita).
B) si me solicitan mi opinión, es lícito que inquieran los motivos que me llevan a tener esa visión. Si los doy, lo que ya no es de recibo es que critiquen mis motivos, volcándose en convencerme de que estoy equivocado; y jamás permitiré que aduzcan que yo soy o dejo de ser tal o cual cosa.
C) si me solicitan mi opinión y la doy, pregunten o no por mis motivos, sé perfectamente que la otra persona terminará haciendo lo que le salga del magín, y así debe ser, faltaría más.
Conclusión: he de estar alerta para cuando me pidan mi opinión salirme por la tangente ya que no soy capaz de decir lo que la otra persona quiere oír. Así evito entrar en discusiones bizarras.
Si buscas escuchar lo que quieres oír, te bastas contigo mismo.
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