Anteayer viernes me fui hasta Oviedo con un doble programa. A las 17:30, Covadonga González-Pola presentaba, acompañada de Alex Sebastián, su nuevo libro El bosque de Sleipnir en una cadena de librerías tan famosa que no necesita de mi publicidad.
Covadonga González-Pola presentando El bosque de Sleipnir
Según nos contó la autora, que también es ambientóloga y editora en Madrid del sello Tinta Púrpura, Sleipnir era el caballo de ocho patas de Odín. No me enteré muy bien qué pinta el brioso caballito del dios nórdico en el argumento de esta novela corta, pero sí supe que este trabajo versa sobre una distopía medioambientalista (tan de moda en este comienzo de siglo, una vez carpetavetado el miedo al apocalipsis nuclear) que tiene por escenario el último bosque del planeta y por protagonista a una niña refugiada que arrastra unos problemas familiares huyendo por entre los restos de un extinto régimen autoritario. La atmósfera futurista se la da una red de cámaras en desuso (al estilo del Gran Hermano orwelliano; para los de la LOGSE, al estilo de Los juegos del hambre) que se convierten en las narradoras de la obra que allí nos presentaron. La novela cuenta con casi todos los ingredientes actuales que nos impone el nuevomundo en poco más de cien páginas. Sin duda una novela que viene a acaudalar el actual mainstream admonitorio con el que nos fustigan día tras día antes de irnos a dormir.
Es posible, es posible, ya veremos; ya veremos… Empiezo a ser más viejo que la moto de Atila, y he vivido ya varios finales de mundo en los que había que creer y con los que nos tenían acongojonados, así que el escepticismo lo porto como un chaleco. Igual ésta es la buena…, pero es que no nos quitamos de encima la cultura judeocristiana de la culpa, y siempre estamos castigándonos con apocalipsis bíblicos. De hecho, inmersos en tan sangrante y hedionda cultura religiosa (como todas las religiones, incluida la del caosclimatismo), el fin de los tiempos supondría el fin de nuestra estancia en el planeta y el paso inmediato a la gloria divina más guachupiscante. Bien visto hasta tiene su lógica…
Pero es que hay que ser un pelín más hedonista, oyesss…
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