Ayer sábado he ido a Gijón, a la Semana Negra. Hacía mucho tiempo que no iba. Me he llevado una tremenda decepción… Aquello es un pulguero.
Un aspecto desagradable, mucha quincalla, tenderetes amedievalados que entrechocaban con jaimas, un desorden aparente y una suciedad patente que no invita, no ya a volver…, ni siquiera a entrar en el recinto.
Todo eran carpas que fueron blancas en un tiempo pasado, confiriendo un aspecto tercermundista al conjunto, como si de un campamento trashumante se tratara. En mitad del recinto se abre un bracito de mar con un agua estancada de un pavoroso verde grisáceo, con limo y adarce cuyo hedor no llega al visitante pues lo anulan los cien olores abigarrados que emanan de los tenderetes que se apiñan en un puñadito de metros cuadrados.
Parece ser que antaño aquello fue un pequeño muelle de atraque o algo similar, que ya era viejo cuando el Dr. Watson narraba sus peripecias junto a Mr. Holmes(*). El suelo del recinto es irregular, con el firme suelto, y polvo y suciedad por doquier. Una mugre que refleja el abandono de todo el año. Aquello pide a gritos un asfaltado completo, y si se me apura, marcas indicadoras en el pavimento.
Deplorable, deprimente, decadente. La Semana Negra no merece morir en un vertedero por mucho que los ambientes sórdidos colmen las novelas del género con una atmósfera truculenta. Una cosa es la ficción y otra muy distinta la salubridad pública. Quizá aquello no sea insano, pero es malsano.
Ignoro si los organizadores se sienten a gusto o si se ven obligados a hacer, de tripas, corazón. Pero aquel recinto de la Semana Negra de Gijón es una tétrica feria, con su noria y sus horrores, con sus sirenas estridentes y sus dulces empalagosos. La parte cultural se ahoga entre la casposa mediocridad del entorno (a la zona donde se levantaban las atracciones ni me acerqué, pues en cuanto pude huí de allí).
Las charlas, ponencias y presentaciones se hicieron en falsete a pesar de contar con una más que satisfactoria megafonía, pues el ruido ambiente penetraba en las carpas. Los escritores y los moderadores no se podían escuchar a sí mismos y elevaban la voz, la ahuecaban, y sufrían para oírse por encima del bullicio exterior, que está allí mismo, ante las entradas a las carpas.
En la grande, llamada torticeramente la Carpa del Encuentro, se improvisó un auditorio con sillas de tijera rescatadas de merenderos de pollos asados de los años setenta del siglo pasado, cuando la cerveza con gaseosa todavía no se llamaba rubia de verano: incómodas hasta la crispación, de un material que vagamente recordaba a la madera, nada que ver con las modernas y ergonómicas (aunque siempre misérrimas) sillas de tijera.
Por detrás de este infame auditorio te encontrabas (era lo primero que veías al entrar a la carpa) con una extensión de mesas rotuladas con una marca cervecera, desde donde los que se cansaban de caminar por la feria podían sentarse en modernas sillas de terraza y beber cerveza, comer salchichas y charlar con la boca llena a la vez que, a distancia, como para no contagiarse de los puntos y de las letras inherentes a la literatura, asistían a la conferencia de un escritor que sudaba tinta china por hacerse oír entre un jolgorio que, como ya he dicho, penetraba en la Carpa del (des)Encuentro.
Un dolor. Qué lástima. Si es cierto que el propio Ayuntamiento de Gijón se quiere cargar el evento, entonces van por buen camino. Tal parece que han olvidado que la Semana Negra situó a la ciudad en el mapa cultural español hace treinta años. Una cultura de bajo perfil si se quiere por el género tratado, pero que treinta años después es reconocida como literatura por la crítica que se dice entendida.
Deplorable, deprimente, decadente… la feria de los horrores
O yo no me he enterado bien, o el programa que me había bajado de Internet para este primer sábado de Semana Negra no se ha respetado. No vi ni a Lorenzo Silva ni a Juan Madrid. Sí estuvo José Carlos Somoza, que merece una ovación de gala por su capacidad de comunicación, tanto en su faceta de entrevistador (dirigió la presentación del libro de Antonio Mercero) como en la de entrevistado (mantuvo un mano a mano compenetrado y muy interesante con un fenomenal Luis Artigue). Pero el hablar en falsete constantemente perjudicó mucho a todos los ponentes, que se mostraban acelerados en sus alocuciones (salvo Mercero, que habló con aplomo, como si el ruido ambiente no fuera con él).
También estuvo el chavalito este de la novela de Internet que ha vendido ciento cincuenta mil ejemplares. Quiso agradar, se hizo selfies con el público detrás, firmó libros hasta aburrirse, se hizo fotos con todo el que se lo pedía, pero debe aprender a no pisar las preguntas de quien le entrevista y a responder a lo que se le pregunta. Quizá le pudo las ganas de ser megaguayante, pues estuvo nervioso y alterado (sí, también fue víctima del ruido ambiente que se colaba en la carpa procedente del gentío y la música); se dirigía al público y no interactuaba con la entrevistadora (Beatriz Rato), que hasta en un par de ocasiones le miró como diciendo «¿pero de qué vas, chaval?«. A este muchachito le pasó como a esos toreros que, en exceso voluntariosos, se cargan la faena. De su novela tengo que decir que no he leído más que la primera página. Ojalá que venda muchos libros más, pero aún le falta serenarse para comparecer ante el público. Tuve la sensación de que quiso dibujar una actuación de escritor-vedete, y claro, ni es cantante ni es actor… Quiero decir, que ni los escenarios ni la palabra a viva voz son el hábitat natural de un escritor.
Un tirón de orejas (me ofrezco a darlo personal y físicamente) a los (ir)responsables del Ayuntamiento de Gijón. La Semana Negra merece otro tratamiento. Quizá separar la fiesta —el ruido y la algarabía, y las atracciones y los tenderetes— de la parte cultural. Y si lo hacen, que aprovechen para apartar a las librerías que exponen con mimo sus artículos de aquellos otros que se limitan a saldar sus mercaderías colocando en carros de supermercados guías turísticas que nadie quiere por haber quedado obsoletas (no, no eran libreros de viejo). Deberán exigirse unos mínimos para dignificar aquel sindiós.
Me ratifico: la Semana Negra es un avispero y el recinto que la alberga un pulguero. No tengo en mente volver hasta que se implementen cambios que dignifiquen una SEMANA CULTURAL moderna.
Me recordaron allí que la Semana Negra creció en torno a los aires de un determinado color político, y que el signo político de los que ahora gobiernan el Ayuntamiento es contrario a ese movimiento. Si fuera cierto que este es el motivo de toda aquella barahúnda, creo que ambas partes deberán ceder para no cargarse treinta años de historia; sí, mi tironcito para los esforzados organizadores: ser de izquierdas no es ser perroflauta… Homenomejodas.
(*) Ya… ya sé que el Dr. Watson no escribía todo lo que escribió.
Actualización del 12.07.2018
Cinco días después de mi visita a Gijón me desayuno con la noticia de que hay seis detenidos tras una redada en los tenderetes de la Semana Negra. A lo mejor hay a quien la actuación policial le parece modélica porque encarna con la ambientación policiaca y la atmósfera de gansterismo propias de esta cita cultural. Puestos a justificar, veo por la actualidad que cada hijo de vecino (tenga el cerebro en uso o lo tenga en vacación permanente) justifica lo que le venga en gana.
La imagen de esta semana cultural está deteriorada. No es cuestión de responsabilidades; que si la Organización, que si el Ayuntamiento. Se la colaron a ambos y punto. Nos puede pasar a cualquiera de nosotros. Pero esta feria consumista, señores, no tiene nada que ver con una pretendida SEMANA CULTURAL. El arte y la cultura piden a gritos ser apartados de lo frívolo y lo chabacano. Repito (por si no me había expresado bien): ser de izquierdas no es ser morrallista, y la cultura debe seguir siendo patrimonio de la izquierda. Señores, les hacen ustedes el juego a quienes se regodean con esta mezcolanza.
Actualización del 15.07.2018
Intervenidas más de 50 armas ilegales en el recinto de la Semana Negra.
No hay comentarios
Los comentarios están cerrados.