De cristales y estadísticas

24 de mayo de 2018

Mi profesor Honorato decía que «Antes había verdades y mentiras; ahora hay verdades, mentiras y estadísticas«. En varias ocasiones he buscado la cita en el ingente maremágnum de Internet y no la he encontrado. A lo mejor era suya…

Una vez más su apotegma me vuelve a la memoria con la noticia de que «Tres de cada diez libros editados en España son digitales«. Sencilla de digerir, esa estadística viene a decir que los libros digitales son casi la mitad que los de papel: 3 digitales por cada 7 de papel.

Hace poco más de un mes nos dijeron que «El libro digital representa el 4,5% del mercado editorial en España«. Sin entrar en profundidades matemáticas, para que cuadren estos datos cruzados, el precio medio (otra estadística) del libro digital debe ser sumamente bajo.

En la primera noticia se nos atiza con otra estadística más: «En un país [se está refiriendo a España] con bajos índices de lectura (un 40% de la población no lee nunca o casi nunca) (…)». Lo que quiere decir que sólo seis españoles de cada diez al menos leen asiduamente la amarillenta prensa deportiva nacional. Pero libros… leer libros, ¿cuántos españoles leen libros? Nos recuerdan que no todos los libros que se venden son de narrativa, que también los hay de ensayo y biografías, y de humor y de cocina, y libros de texto.

Pero el español compra libros: «La gente no está loca. Si produce es porque vende. (…)», axioma que parece de Pero Grullo, pero que podría estar contaminado. Si se vende es porque alguien compra parecen decirnos (este sí es un genuino corolario perogrullesco), pero no es eso lo que dicen. Y ya nos informó un editor entrevistado que era más rentable producir los libros en Hispanoamérica que exportarlos (por aquí se puede seguir el hilo de este debate).

Me pregunto dónde van a parar todos esos libros que se imprimen en España. (Actualización del 15.07.2018: Aquí acaba la sobreproducción de libros, confirmando la contaminación torticera de la retórica…). Las casas cada vez son más pequeñas, y una habitación enseguida se llena de libros. Hay quien lee un libro y luego lo regala, o se deshace de él recuperando dos o tres euros de la inversión. Los libros leídos van a parar a las librerías de viejo. Librerías de viejo que en la práctica son enormes almacenes. Almacenes que precisan de la informática para ofertar en Internet y localizar los ejemplares entre anaqueles y rimeros. La misma informática que es denostada por los libreros, pues el libro digital elimina intermediarios (célebres plataformas digitales son el único intermediario). Un libro digital no ocupa espacio en la habitación porque lo guardas en un diminuto pendrive. Pendrive en el que puedes almacenar muchos libros digitales leídos y no leídos. Los libros digitales no leídos aguardan a que un día los necesites consultar. Libros digitales para futuras consultas que tienes porque alguien los ofrece a cambio de nada. Esta gratuidad es la que rompe el concepto de piratería: alguien con un libro digitalizado lo ofrece gratis, como tú regalas el libro que has comprado. Digitalizador que no se lucra del trabajo de los escritores pero los escritores no ven un céntimo por su labor creativa. Labor creativa que reporta beneficios al autor no por sí misma sino por volumen de ventas. Los autores ahora dependen del volumen de ventas, igual que los artesanos. Algunos autores regalan su labor creativa para darse a conocer a través de célebres plataformas digitales, animando a la distribución gratuita de su obra, tratando de aumentar su volumen de lectores (que no de ventas). Obras digitales que pueden descargarse o regalarse para lecturas offline en el transporte público o en cualquier lugar donde puedas encender un smartphone o una tablet. Smartphone o tablet que sirve para muchas otras cosas; un libro pesa más y sólo sirve para ser leído y luego almacenarlo en casa o recuperar dos o tres euros.

La era digital ha llegado para quedarse. Y ha llegado tanto para escribir libros como para gestionar librerías como para vender libros como para reproducirlos a menores costes. La era digital está afectando desde zapaterías a inmobiliarias. La era digital va a cambiar el paradigma del siglo XX, y ello es ineluctable porque tras ella acecha una potente industria. Quizá los libros en papel acaben siendo en el próximo siglo artículos de colección (y por lo tanto caros). Después de todo ningún autor te puede firmar en un libro digital [de momento]. Y los libros atentan contra el moderno concepto de ecología, otra de las nuevas religiones laicas. Y hablando de religiones, si mencionas una de las célebres plataformas digitales en una moderna librería, el librero invoca un apotropaico exorcismo mental para el cual hasta necesita cerrar los ojos. Por lo expuesto hasta aquí, las librerías de viejo gozarán de mayor recorrido que las librerías modernas, porque todo está ya publicado salvo lo que está por escribirse, textos futuros que optarán por el formato digital.

Esta reflexión no es ir en contra de nadie, ni tampoco a favor de alguien: quien no quiera subirse al progreso acabará siendo arrollado por el progreso. Es triste, pero es lo que hay (que dice la juventud). La historia nos demuestra que lo que es triste para unos supone felicidad para otros. Que la humanidad salga perdiendo con la era digital es algo que está por ver. No lo sabemos y tampoco lo veremos. Habrán de pasar más de cien años para averiguar qué implican todos estos cambios (apuesto a que a bordo de las naves espaciales que surquen los espacios siderales tan sólo habrá un único libro: ¡porque ocupan espacio!).

Hace doscientos años nació no muy lejos de aquí Ramón de Campoamor. Don Ramón dejó escrito: «En este mundo traidor nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira«. Si miramos las estadísticas con cristales de colores nos engañaremos con futuros maquillables.

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